Cubanos, «ubi bene ibi patria»

Por José Antonio Huelga

Alberto Lamar se percató que el «cosmopolitismo» de la sociedad fue la causa esencial de la crisis del patriotismo en Cuba en las décadas del 1920-30. La falta de unidad ética de los emigrantes españoles a Cuba contribuyó a la desterritoriedad de la nación. Él señala los factores que intervinieron en el falso sentimiento patriótico: «ausencia de una raza auténtica con sentido de territorial, corrientes españolizantes, inmigración del capital de una sola fuente y la ausencia de responsabilidad en la conservación del territorio».

 Si fue así durante la primera mitad del siglo XX, qué pasó durante el triunfo de la Revolución de 1959 con la expropiación de la tenencia de la tierra y la vida mercantil de manos del Estado. ¿Qué tipo de Patria es esta, que el garante es el Estado? ¿Y qué pasa con los cubanos que emigran a otros países, fundamentalmente a los Estados Unidos? ¿Mantienen la «patria de nacimiento» o asumen la antigua sabiduría del emigrante ubi bene ibi patria? Ambas incluidas, la del nacimiento se incorpora a través de la imprenta y la literatura (es un contenedor que resiste la vida individualista mediante la imaginación); la buena vida individualista, a la que el emigrante está obligado, se garantiza a través del sistema de seguros y no del Estado.

No hay otra forma de confrontar la territoriedad del sentido de patria en un país donde impera la «libertad del individuo», al menos donde el Estado garantiza pocas cosas, que la máxima ubi bene ibi patria. En los Estados Unidos es el país que, por primera vez en la historia de las formas de vida homínidas, en las sociedades avanzadas, los individuos, en cuantos portadores de propiedades inmunológicas, se desprenden de sus cuerpos políticos Estado-nación (hasta ahora esencialmente protectores) y aspiran a desenganchar su felicidad y su desgracia del estar fitness de la comuna política, donde el concepto individualista pursuit of happiness, desde 1776, constituye el fundamento del contrato social.

En ese contrato social que busca la felicidad, estriba la tesis central de la novela La rebelión de Altas de la emigrante rusa-judía Ayn Rand.  Una emigrante que, a través de su protagonista, John Galt, hace la pregunta quién es y por qué se opone al garante Estado. En 1950 los tiempos han cambiado, el cosmopolitismo se traduce en globalización comunicativa, el mundo trae una nueva perspectiva, el individuo comienza hacerse cargo, en tan gran medida, de sus necesidades biológicas, psico-étnicas y religiosas en la medida en que la abstinencia en el terreno político va creciendo.

Desde el 60 para acá, la mayoría de los individuos creen poder desolidarizarse del destino de su comunidad política, imaginando, con buen fundamento, que, de ahora en adelante, el óptimo inmunológico del individuo no se encuentra en el colectivo nacional. Ni tampoco quizás en el sistema de solidaridad con las minorías étnicas o los reglamentos comunitarios.

El emigrante comienza a tomar nota: la patria tiene que ser desdoblada entre el arte y la literatura para mantener el imaginario de nacimiento y asegurándose de forma privada para estar en forma, en el terreno religioso, dietético, gimnástico o de las compañías de seguros. De ahí el eslogan popular «mi patria es donde mejor esté», porque nadie hará por mí lo que necesito.

Por tanto, la patria como espacio de la buena vida es mucho más   viable de localizar en lugares donde el individuo se va desatendiendo de las garantías inmunológicas del Estado y obliga a imponer la voluntad de poder. Por eso, un proyecto cultural como la Convención de la Cubanidad (arte, literatura y ciencias culturales) trata de reinventar la patria de nacimiento en un espacio para el emigrante cubano que ha logrado el estatuto del buen vivir o asume la enigmática frase de Cicerón de las Cuestiones Tusculanas: ubi bene ibi patria.

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