Por: Rafael Piñeiro López
Alfred Hitchcock fue un precursor de muchas cosas, entre ellas de aquel cine aventurero francés de los sesenta y setenta que adornaría tantas pantallas cinematográficas a lo largo y ancho de la oscura Cuba castrista. ¿O acaso el Fantomas del Jean Marais no parece salido directamente de la historia de To Catch a Thief (1955)? No digo que esto sea una verdad absoluta, pero al menos así lo veo yo. Quizás sea la nostalgia, claro.
Lo cierto es que To Catch a Thief es una cinta menor en el universo de la obra hitchcokniana. Despojada de cualquier pretensión argumentativa, el filme es una lujosa justificación para hacer lo que se supone que debe el cine hacer: entretener. Ligera, de escasísimo suspenso, con coloridos exteriores de la Riviera francesa y la belleza apoteósica de Grace Kelly como aperitivos principales, la cinta fue un batacazo en su época y aún sigue teniendo seguidores.
Por cierto, acá encontramos a Cary Grant como una versión prehistórica del ya prehistórico Julio Iglesias, con un bronceado exagerado por las aguas salinas de las playas de Mónaco y una sonrisa blanquísima, nacarada, que en vez de a Isabel Preysler, le coquetea a la (casi) princesa de Mónaco en persona. No en Balde el mercado hispano jamás se ha equiparado al sajón.
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