Por José Raúl Vidal y Franco
(Fragmento de Lo de Puerto Príncipe. José Martí entre armas, bandidos y traidores)
Todos los informes y comentarios recibidos en la Delegación de Nueva York del Partido Revolucionario Cubano eran difusos. Al respecto comenta Martí a Gómez, el 24 de septiembre de 1894:
Desde el primer instante de su visita puso Marín en claro lo que tanto nos importaba saber a propósito de Camagüey, —tanto en verdad que para no errar, ni caer allá a medio corazón, tenía yo ya determinado el viaje de un camagüeyano de respeto que tiene aquí buenos negocios: Barranco, el socio de Guerra. Lo enviaba a saber la verdad ¿qué significación real tenía la junta? ¿Cuál era la opinión definitiva, y decisión, de la comarca? ¿Nos deseaban, o no? ¿Estaban dispuestos a coadyuvar con el resto de la Isla?
Sr. Miguel Betancourt y Guerra.
Muy Sr. mío y amigo. Consta a V. mis esfuerzos dedicados a terminar la actual campaña así como la política templada y de benevolencia que vengo empleando dirigida al mismo fin. He podido hacer esa política de las circunstancias de estar circunscrito el levantamiento a Oriente, donde me he propuesto terminarlo y espero conseguirlo, sobre todo si impido, como hasta ahora, el paso a esta provincia de Máximo Gómez por los llanos de las Tunas y Holguín, de guarda difícil, aun cuando en ello tenga empeño, además de mi objeto por librar al Camagüey de los desastres que ya sufrió en la pasada guerra. Pero si a pesar de todo mi empeño no pudiera impedir el paso de las partidas a esta región y con ello tomase la guerra mayor incremento, no serían bastantes los medios de hoy, ni tampoco me sería posible seguir la política de templanza como hasta aquí. Llegado ese caso los medios aumentarán y a la benevolencia seguirá la severidad, muy a pesar mío. // Sé que V. me han ayudado mucho conteniendo á los exaltados con sus consejos y con su actitud contraria a toda sublevación y, ya que tanto coadyuvan a librar al Príncipe de los males de la guerra, al propio tiempo que facilitan así la pacificación del país para bien del mismo, hallo que sería muy conveniente que uno de V. en representación de todos fuese a ver a Máximo Gómez, si se llega a penetrar, con el fin de hacerlo conocer sus deseos y actitud para disuadirle de su intento, conviniéndole de que aquí no ha de ser secundado, pues creo que en esto prestarían V. un inmenso servicio al país y por ello me atrevo á indicárselo. // Con este motivo soy de V. con toda consideración su afimo. amigo.
q. b. s. m.
Arsenio Martínez Campos.
La carta lejos de ser una advertencia revela la desesperación de la Capitanía General de La Habana ante una inminente pérdida de control en la región oriental de Cuba. En esa tesitura, El Pacificador apela a través de Miguel Betancourt y Guerra a renombrados camagüeyanos de la pasada contienda para conseguir, por simpatía grupal, el apoyo necesario y hacer abortar el despliegue de la insurrección al resto del país. Conoce Martínez Campos de la influencia de Gómez entre los veteranos de La Grande y no duda en viajar a Puerto Príncipe, donde permanece del 28 de mayo al 3 de junio del 95, implementando medidas de alta seguridad que van desde el movimiento de tropas en la región hasta la aplicación de una política de agridulce tolerancia hacia los viejos jefe insurrectos.
La respuesta a muchas de las interrogantes de Martí pueden hallase en la carta que el 28 de mayo de 1895, el general Arsenio Martínez Campos, en una intentona por contener el despliegue de la guerra al centro de la isla, escribe a Miguel Betancourt y Guerra y que merece ser citada in extenso:
De hecho, una vez que Gómez pasa al Camagüey, el 5 de junio de 1895, recibe una nota firmada por Emilio Luaces, Enrique Loret de Mola, Antonio Aguilera [y Molina] e Ignacio Agramonte Betancourt, requiriéndole una entrevista para tratar el tema de la guerra en la región. Luego se supo que el verdadero precursor de aquella petición era Elpidio Loret de Mola quien no figuraba entre los firmantes y cuyo móvil era que Gómez permitiera comenzar la molienda del central Lugareño, propiedad de Melchor Bernal. Gómez nunca accedió a la entrevista.
De igual modo, el gobernador militar, Don Pedro Mella Montenegro, al asumir el mando en la comarca, el 17 de junio, le dirige a los principeños el siguiente discurso:
Camagüeyanos: nos conocemos de mucho tiempo atrás; sabéis los afanes y desvelos prodigados por mí en el bien de la paz material primero y de la tranquilidad moral después.
Conocéis los vínculos que por conceptos varios me unen en estrechos lazos de cariño a esta hermosa provincia.
Hoy en ocasión en que un puñado de fanáticos, arrastrados por mayor número de aventureros ambiciosos, tratan de perturbar de nuevo el país amenazando destruir el producto de nuestro constante y honrado trabajo y sumir en la miseria a vuestras familias, vuelvo a encargarme del mando de esta Provincia.
Tengo completa fe en el éxito de mi empresa. Para llevarla a cabo cuento con mi voluntad decidida; con el propósito firme de realizar cuanto sacrificios exijan las circunstancias; y con la resulta cooperación que siempre me habéis dispensado.
El día que termine la misión que aquí me trae, vea asegurada la paz, tranquilo los espíritus y en creciente desarrollo la producción de estos fértiles campos, mi más preciada recompensa será el recuerdo de los servicios que haya podido prestaros, vuestro Gobernador.
Pedro Mella Montenegro
Puerto Príncipe 17 de junio de 1895.
Ciertamente, no sabemos cuán estrecho fueron los vínculos de estos prohombres con la autoridad colonial antes y después de comenzada la contienda del 95. Sin embargo, no es necesario atenerse exclusivamente a fuentes documentales para sospechar que algo o mucho de servicio fue prestado en contra de la nueva campaña libertadora. Los que una vez se lanzaron en cuerpo y espíritu a liberar la patria, hoy se mostraban reacios a la llamada del Partido Revolucionario Cubano. Algunos, incluso, hilaron las más turbias intrigas para inhabilitar la eficacia del programa martiano, y otros, se incorporaron a la insurrección cuando entendieron que era conveniente.
Ahora bien, las negociaciones de Martínez Campos, se asumieron como muestra de la incapacidad de Madrid para sofocar la insurrección en la isla. El General insiste en ellas y malgasta un tiempo bien aprovechado por Gómez para extender la guerra al Occidente. Nada cambia a pesar de la muerte de Martí, el domingo, 19 de mayo en la escaramuza de Dos Ríos, ni siquiera por el refuerzo de tropas frescas desembarcadas entre el 13 y el 16 de junio, junto al alto mando de los regimientos de infantería María Cristina, núm. 63, y Tarragona, núm. 67, así como del escuadrón del Regimiento de Caballería Villarrobledo, núm. 23.
Gómez sigue adelante. El 5 de junio, con el telégrafo cortado y bajo un intenso aguacero que anula la vigilancia de Martínez Campos, se adentra en Camagüey cruzando el Río Jobabo. Contra todo pronóstico, la insurrección era imparable. El Capitán General dicta entonces el siguiente bando:
Gobierno Civil
Don Arsenio Martínez Campos y Antón:
Gobernador y Capitán General de la Isla de Cuba.
Habiendo aparecido partidas armadas en la provincia de Puerto Príncipe y llegado por ello el caso a que se refieren los artículos 12 y 13 de la ley del Orden Público del 28 de abril de 1870, vengo a decretar lo siguiente:
Bando
Artículo 1o –Queda declarado en estado de guerra el territorio de la provincia de Puerto Príncipe.
Artículo 2o –Las Autoridades Civiles de la citada provincia, continuarán funcionando en todos los asuntos propios de sus atribuciones que no se refieran al orden público, reservando, no obstante, a la Jurisdicción de Guerra el conocimiento de todo los asuntos criminales en que considera conveniente entender.
El día 14 del corriente, el Consejo de Ministros en Madrid recibe un extenso telegrama del General sobre el estado de su misión en la isla. A juzgar por el historiador Soldevilla, ese despacho, que pertenecía al grupo de los que no estaban destinados a la publicidad, determinó varias conferencias y comentarios entre los ministros. Los consejeros responsables fueron notificados sobre la gravedad de los eventos que se desarrollaban en la isla de Cuba. Y a pesar de que todos guardaron mucha reserva, algo llegó a filtrarse a nivel de pasillos. La prensa especulaba al compás de la incertidumbre, pero lo que en realidad ocurrió fue que el día anterior, el 13 de junio de 1895, el general Martínez Campos notifica oficialmente al Consejo de Ministros de que «habiendo invadido los insurrectos el Camagüey, cosa que creía imposible, y que no había podido evitar, su política y su misión, habían fracasado, y por consiguiente ofrecía su dimisión al Gobierno». Pero Madrid tenía en franca estima al general y el mismo Consejo «acordó reiterarle su confianza y enviarle más refuerzos». Un par de meses más tarde se lamenta de haber pecado de optimista, y en otra carta al Ministro de Ultramar, Tomás Castellano, el 8 de julio de 1895, confiesa:
Es el primer fracaso de mi vida, pero es de una gravedad inmensa […] La esperanza de evitarlo estaban en el telégrafo, pero este fue cortado por todas partes y mis órdenes y mis avisos no llegaron, y aquellos escuadrones que yo ansiaba ver llegar y cuya singladuras contaba como hacen los niños cuando se acercan las vacaciones, llegaron seis días después […] Siento remordimiento por no haberme atrevido a decir al mes, vengan 50,000 hombres más y vengan enseguida.
Sin embargo, hay que decirlo, no importa con cuanto refuerzo contara nada podía lograr. Sus aptitudes de Pacificador, erróneamente sobredimensionadas, lo embaucaron en medio de un contexto muy diferente al de febrero de 1878, sin intuir que el entonces «Pacto del Zanjón» solo había sido posible tras una larga guerra de desgaste y cansancio. La Historia le negó a la sazón lo que hubiera podido ser una gran victoria militar basada en las condiciones propias del momento, no por convicción de los mambises para quienes el Pacto era incoherente con sus deseos de libertad. El Pacto, no infundado, pero ciertamente frágil, era una bocanada de oxígeno para los insurrectos. Lo prueba el hecho que casi de inmediato, el 26 de agosto del 1879, rompe la Guerra Chiquita. De aquellos acontecimientos pasó poco más de un decenio. Y ahora al arribar a Cuba, el 16 de abril de 1895 en su segundo mandato, Martínez Campos cuenta con escasos recursos militares, ninguno logístico y menos político. Concretamente, el escenario era desastroso según testimonio del presbítero Don Juan Bautista Casas:
El estado de nuestro ejército en Cuba era deplorable antes de estallar la guerra el 24 de febrero de 1895. Para nadie es secreto que aquel era nominal. ¿Cuántos individuos de tropas prestaban activo servicio? No nos atrevemos a fija el número; pero sí debemos asegurar que en los hoteles, los cafés, los restaurants, en los comercios, en los talleres de zapaterías, sastrería y ebanistería, en los comercios, en las fábricas, en los ingenios y en muchas casas particulares se encontraba uno a cada paso jóvenes que se decían soldados «rebajados» de servicio. Es decir que esos jóvenes aparecían en las listas de los regimientos, pero no estaban en sus filas.
Cierro este rápido examen, apuntando que Martínez Campos, aun cuando recibió tropas frescas en su momento, no puede negarse que asiste al mayor fracaso de su carrera militar, por el simple hecho de no dar batalla, sino de querer negociar una vez más. Su salida del mando, en enero de 1896, dejó la insurrección diseminada, organizada y operando en más de la mitad de la isla. Como en el 78, Cuba emborronaba, para la Historia, su extensa hoja de servicio.