La teopoética del ensayo

El siguiente texto forma parte del capítulo I del libro próximo a publicarse:

La teopoética del ensayo: el naturalismo metafísico en el Prólogo de José Martí a El Poema del Niágara de Juan Pérez Bonalde. Las tres transformaciones del espíritu: el hombre arrogante, el hombre gallardo y el hombre magno.

Por Coloso de Rodas

El mejor acercamiento crítico sobre el Prólogo de José Martí ha sido escrito hasta ahora por José Olivio Jiménez. Como él ha señalado en su texto Una aproximación existencial al Prólogo al poema del Niágara, el filósofo Miguel Jarrín tuvo la dicha de ser el primero en señalar el contenido existencialista del texto. Puede que el pensamiento existencialista haya profundizado más en el origen de ese texto fundador, conociendo ciertas aristas de la problemática existencial planteada por Martí, pero fueron los modernistas, los inspirados en la teoría literaria de la modernidad, los que mejores trajinaron esa introducción.

 Para mí, ambas tendencias, existencialistas y modernistas, no calaron lo suficiente en la profundidad del Prólogo. Pero sin duda alguna la tendencia existencialista penetró mejor que otras y alcanzó algunos atisbos del significado simbólico del poema. Olivio Jiménez se detiene en constatar los puntos de contactos existentes entre la angustia existencialista y la referencia que aporta el Prólogo sobre las desavenencias existenciales del poeta moderno. Sin embargo, el Prólogo no se detiene en ese punto.

   El Prólogo puede leerse en tres niveles, dos conectados entre sí y otro separado por completo: primero: el del materialismo absoluto que aguarda en el orden de la modernidad, el surgimiento de una nueva época en el orden supuestamente estético; segundo: el materialismo existencialista, que recoge de la modernidad la nueva angustia y la esperanza del hombre; y tercero: el trascendental, que ni es modernista ni existencialista. Lo significativo del Prólogo es advertir la caída del hombre y cómo superarla. El Prólogo ni es un texto existencialista ni modernista, sino trascendente de acuerdo al naturalismo metafísico. Plantea como fin el camino del despertar de la conciencia patriótica, es decir, salir de la trampa aparente de la modernidad y de la maga existencial del tiempo. Ambos se hallan, para el poeta, en un callejón sin salida, puesto que ambos ven al hombre inmerso en la angustia, que Sartre y Camus llamaron vivir para suicidarse. 

    Y Olivio Jiménez se estanca, de acuerdo a las consideraciones que propone sobre el Prólogo, porque recoge solo lo que Martí consideraba angustioso y esperanzador para el hombre, para el poeta. El envés negativo nunca será superado por el haz positivo. Su apreciación, que es bastante aguda, está a medio camino. Es superior a las apreciaciones de los modernistas, pero exclusivamente llega al medio; más allá no existe para este autor nada que apreciar: angustia y esperanza. La ceguera sobreviene porque el existencialismo nada más se manifiesta intelectualmente, como idea, como una filosofía que no contiene nada de vital, de experiencia; es únicamente pura lógica, contenido intelectual.

El sabor que nos llega del texto de Olivio Jiménez es angustioso. Si Martí ha detectado la angustia del poeta y se detiene en ello, entonces el Prólogo cumple con las funciones del existencialismo teórico, con la teoría del personalismo. Cumple con normas en las que el hombre es una angustia en sí misma y no tiene salida de superación, puesto que la esperanza es también un subproducto sutil de la angustia. La esperanza se vuelve el obstáculo para superarse. La esperanza nunca es trascendental. Y es aquí donde yerra el existencialismo de Olivio sobre el Prólogo.

   Para que suceda algo nuevo, el hombre tiene que despertar, tiene que nacer otra vez, tiene que comenzar a vivir de nuevo, tiene que reconquistarse. Es decir, lo que el místico ruso George Gurjdieff denominaba recuerdo de sí. Y esa reconquista no aparece en el texto de Olivio. La esperanza nunca permite que se abra lo verdaderamente trascendente. Y Olivio Jiménez cree, siguiendo al existencialista y personalista Gabriel Marcel y no a Martí, que de la esperanza surge el sentido de trascendencia que, desde luego, se halla implícito en el Prólogo.

Para Martí el hombre puede reconquistarse a sí mismo, puede llegar ser un hombre dichoso, puede llegar a ser un ser con un amplio sentido de la vida, si vuelve al origen, si se trasciende a sí mismo, si acaba con la maga del tiempo, pero no viviendo del tiempo. Sucede así para el existencialismo porque a priori considera al hombre un ser, pero Martí lo ve como un ente pasajero, como un proyecto. El hombre no está acabado, no es solamente un fenómeno, una manifestación, como piensa el existencialismo, no es un ser todavía completo, está destinado a evolucionar porque está detenido entre dos dimensiones diametralmente opuestas: el animal y lo divino. Esa es la propuesta del torrente del Niágara, del sabio, del sonido sin sonido a la angustiada presencia del poeta Pérez Bonalde: que el poeta se halla en el medio de esas dos dimensiones y tiran de él, no le permiten saber a dónde dirigirse. El poeta es la angustia en sí misma.

    Toda la angustia del poeta y de la época llamada moderna surge de ese hombre detenido en el medio entre ambas dimensiones. Martí lo denomina ruinen tiempos. Nunca será una percepción directa y real. Será a lo sumo una seudo conciencia dominada por la maga del tiempo, por la mente arrogante, por el ego, pero nunca concebida como una conciencia en sí misma, nunca como la metáfora con que Emerson llamó en el ensayo Naturaleza la conciencia total: «me vuelvo un globo ocular; nada soy; veo todo». La visión del globo ocular, que para Elisabeth Sewell representa la primera mente órfica norteamericana, trascendente a la visión del ojo humano y los sentidos, trascendente al mundo maya, a la maga del tiempo, fue comentada por Martí cuando ensaya en Emerson la indicación metafórica del veedor. Esta forma de ver, de mirar desde las alturas, desde lo más profundo de la conciencia, es lo que da sedimento a lo esencial de la comunicación del Prólogo.

   Por eso coincidimos con Fina García en denominar el estado de la mente órfica martiana como la resurrección, modo de ver lo invisible en lo visible: de que la percepción de la totalidad se halla expandida en todas partes. Cada parte posee el impulso creativo, el élan vital de la totalidad, de la conciencia, tal y como gustaba decir Bergson, mediante el análisis de la evolución creadora… De ahí que Pérez Bonalde se halle frente a la Naturaleza, frente al torrente del Niágara, preguntándose, mediante el verso, sobre la evolución, sobre el significado de la vida, sobre la trasformación del espíritu. Esta inquietud poética de los versos de Pérez Bonalde fue lo que dio pie al Prólogo, un ensayo, una Teo poética sobre el naturalismo metafísico. Martí se había dado cuenta de que faltaba algo al poeta: no comprendía el significado del élan vital humano, la experiencia del impulso para intuir, armar de ahí la angustia existencial del poeta en verso.

   El poeta en verso, que Pérez Bonalde propone con el magnífico poema, es el estado intermedio, la antesala unificadora, entre el observador y la realidad, el preámbulo de lo que Martí llama en más de una ocasión el sentido de fundar; por eso el poeta en verso observará, contemplará, desde una posición medio directa, a los objetos y nada más; puede llegar a ver algo vital en ellos, algo del misterio, pero no será visión total; alguna parte del objeto poético, la mayor, permanece muerta. No es aún un estado de poesía en sí, un estado donde el élan vital del objeto poético se confunde, se funde, con el poeta en acto. De no entenderse a fondo la diferencia cualitativa existente entre el verso y el acto poético, se confundirán la esencia de la poesía y los fundamentos poéticos martianos.

El Prólogo se escribe para advertirnos las vicisitudes, las angustias, el miedo de la poesía en verso y provocar, a partir de ese impulso, del élan vital de la poesía en verso, el despegue a la cima de la poesía en acto. Todo lo que se ha dicho sobre el Prólogo es el principio de una etapa de la evolución de la conciencia poética; este no es un documento fundador del movimiento literario llamado modernista. Como bien dijo Fina sobre Martí y el modernismo: «lo curioso no es que se hayan podido sostener tesis tan contradictorias (precursor, iniciador y la antítesis misma) sino que, de alguna manera, las tres resulten ciertas, a la vez que insuficientes».

   El Prólogo trata de penetrar en el origen de toda la problemática existencialista del hombre, de la creencia, pero superándola y trascendiéndola mediante el despertar. Uno de los mejores conocedores de ese texto, el investigador del Centro de Estudios Martianos Pedro Pablo Rodríguez, ha basado todos sus argumentos para descifrar el alcance del significado del Prólogo, ateniéndose a la diferenciación de recurrencia de tres tiempos, en relación uno con otro. No en su forma simbólica, sino en silogismo racional y lógico. Estos tres tiempos en la visión del hombre son precisamente los que han creado la angustia, el temblor, la tensión y la esperanza existencialista del poeta. «En este escrito –aduce Pablo Rodríguez– de aliento poderoso y solemne, el revolucionario cubano ofrece el análisis y el enjuiciamiento de su época desde tres planos diferenciados, en lo que resulta una de las muestras más notables de la polisémica conceptualización martiana» (Pedro Pablo Rodríguez: El proyecto de José Martí: una opción ante la modernidad. P. 105).

   La diferenciación es la siguiente: un primer tiempo a la crítica de la opulencia moderna en detrimento de los valores humanos. Un segundo tiempo, por consiguiente, de preparación y cotejo; y un tercer tiempo de contradicción donde debe vislumbrarse el futuro de una nueva humanidad. Él, por consiguiente, la secuencia del efecto, permite que Pablo Rodríguez vea a ese ensayo en el más alto nivel del positivismo y de la fenomenología.

   Pero hasta aquí el planteamiento es válido, sumamente aleccionador; solo hasta aquí porque Pablo Rodríguez ha planteado ciertas premisas que permiten la introducción a las profundidades misteriosas de ese texto. Lo digo porque el significado de tiempo en el Prólogo no cambia siguiendo la secuencia lógica de la causa y el efecto, sino de un estado de aproximación a la realidad a otro.

El tiempo es un estado simbólico, indicativo, metafórico para llevar al lector desde una previa realidad, visión, sueño, a otra en la cual, siguiendo lo que dice Nietzsche, el hombre aún no existe, es únicamente un proyecto, una posible evolución. El tiempo para la modernidad es una cosa, para el poeta es otra y para lo incognoscible, el poeta en acto, el misterio, el futuro de la humanidad, y la esencia de lo que nos quiere hacer saber Martí en ese texto, es otra.

   Tres tiempos, pero ninguno coincide entre sí. Ninguno está relacionado por un silogismo lógico, si no que entre ellos hay saltos. Y esa es la paradoja esencial de ese texto fundamental de la obra martiana: el primer tiempo, ruinen tiempos, no existe, es una invención humana; el hombre permanece en ese tiempo dormido, inconsciente; el hombre existe como «conciencia» sin Conciencia; en ese tiempo recurre la modernidad. La modernidad se hace consciente del tiempo en la medida en que se hace consciente de la muerte. El hombre con la modernidad pierde el sentido de Dios y se hace consciente de la muerte: entra en una neurosis del tiempo; se sabe un sujeto, tiene prisa. La frase «pasajero detente» encierra el sentido del tiempo moderno. La prisa, se traduce en el segundo tiempo, el poeta, y el poeta es el símbolo del segundo tiempo, y este es solamente una indicación del tercero; es la indicación de un salto mayor, un salto del poeta al misterio simbolizado a través del torrente de las cataratas del Niágara.

    En el poeta existe una conciencia momentánea. Paúl de Mann ha indagado sobre este asunto y ha llevado la posibilidad de entender la relación del primer tiempo, del deslizamiento entre el acto de escribir y la escritura, es decir, de la traslación entre la representación y el momento, con el segundo tiempo de manera significativa (Paúl de Mann: Visión y ceguera). Pero del tercero, del misterio, de Mann no vislumbra nada. Lo desconoce totalmente. Desconoce los actos poéticos del poeta. Desconoce el reino del tiempo del silencio. Ese tiempo que subyace en las profundidades de la escritura martiana no lo he hallado representado en ninguna de las investigaciones que han estado a mi alcance.

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