Por Juan Trucupey
Una relectura sosegada del libro Fuera de este mundo, en el cual se reseñan una variedad de filmes con diversas facturas estéticas, resumen para el autor un fin común: la violencia como pasado, presente y futuro de este mundo. La violencia como conformador cuasi natural del tejido social y cultural de este mundo, en donde todos los sujetos existentes se ven obligado a navegar en el fluir de la violencia. Quizás el título que lleva este libro, Fuera de este mundo, constituya un guiño de la epojé trascendental para ser humano. Desde una retirada, una huida de este mundo se podría captar en su esencialidad antropológica. ¿Qué pasará con el futuro del arte cinematográfico? No voy a detallar ni el contexto ni el contenido de cada una de las películas cuyas estéticas expresan estar dentro del bullir de la caldera ardiente de la violencia. Me limitaré a la visión abstracta, al resumen y la síntesis.
En el caso de este autor, de profesión médica, ha preferido huir de la violencia, que participar en ella. Es un estado de animo que lo alcanza y lo sobrepasa. Desde un lugar, a partado y fuera de este mundo, ha creido plausible tratar la critica cinematográfica para dejanos saber que toda la historia de la humanidad es la historia de la violencia. Me refire a las películas de acción, mediante la cuales el autor lanza una mirada sobre la violencia.
Para referirnos a la violencia no podemos por menos de decir unas cuantas cosas sobre el hombre como antiguo corredor y antiguo lanzador de objetos. No se trata de nada nuevo: quien lea este libro, siempre se arriesga a recibir una lección antropológica, y quien es aficionado al cine de acción, se encuentra cerca de la paleoantropología, porque la acción nos proporciona la clave largamente extrañada de la transición del mono al hombre.
La cultura popular actual escenifica una regresión desde el drama a la acción: el lugar de los conflictos interpersonales del tipo representado en la alta cultura lo ocupa ahora todo un frente de secuencias interbestiales o intermecánicas de acción que a primera vista nada parecen tener en común con la dimensión humanamente formadora de la cultura dramática y narrativa tanto europea como oriental. Y hasta qué punto también en estas escenas de acción hay cierta dimensión formadora, aunque no en el sentido de una humanización sino de una hominización.
Lo que la Historia académica estudia bajo el epígrafe de Prehistoria es, de hecho, lo contrario de lo que los libros de texto presentan: un mundo aparentemente ayuno de acontecimientos en el que aburridas poblaciones de cazadores y recolectores vegetaron durante cientos de miles de años en una existencia insulsa hasta que aparecieron guerreros, reyes y escribas que desataron la Historia. En realidad, el larguísimo periodo de la llamada Prehistoria está lleno hasta los bordes de un acontecer
cuyo dramatismo supera todos los dramas escritos. Este acontecer es el de la hominización original.
Durante millones de años, un único y gigantesco acontecimiento, un proceso titánico cuya violencia y tensión ensombrece todo lo que sucedió después, excepto quizá la invención del fuego nuclear. ¿Quién no reconocería que esto es un desafío a la historiografía? Si hojeamos los libros de los paleontólogos, a la mayoría de los lectores nos sobreviene un malestar. El desganado escarbar de los especialistas en los restos óseos de los prosimios africanos y chinos no está a la altura de su objeto de estudio si concedemos que la llamada Prehistoria, necesariamente entraña el hecho más impresionante, el acontecimiento de los acontecimientos, la inmensa catástrofe de la que provenimos.
Así las cosas, el moderno cine de acción auscultado por Rafael es una especie de escritura experimental de la Protohistoria que emplea los medios técnicos cinematográficos más avanzados para incidir en los secretos arqueológicos de la humanidad. El cine de acción que Pineiro atestigua saca a la luz un aspecto de la verdad sobre el acontecimiento inaugural que creó la humanidad y que podríamos titularlo como la secesión de las hordas humanas de la vieja naturaleza.
Los dos elementos universales del cine de acción que Rafael describe -correr y disparar- aparecen generalmente ligados a secuencias que los cineastas llaman «persecuciones». No muy diferente fue el gran acontecimiento de la Prehistoria que dio origen al Homo sapiens como el animal corredor cuyas piernas miden dos quintos de su estatura y que se convirtió en el ser humano porque sobrevivió a las persecuciones.
Para ello fue necesario que los primeros humanos se transformarán de fugitivos en contra atacantes -arrojando piedras y blandiendo palos. La unidad de ambos gestos, el de correr para escapar y luego volverse y lanzar proyectiles al atacante, es el modelo de acción más antiguo de la humanidad; es realmente el patrón que hizo avanzar la hominización y permitió la formación de un medio ambiente grupal específicamente humano.
La singular combinación de la capacidad de correr y lanzar proyectiles creó un anillo invisible alrededor de los que poseían estas competencias especiales, distanciándolos del resto de la naturaleza, que desde entonces ya no podía forzar a los seres humanos a adaptarse al entorno simplemente por medio de su cuerpo.
En el interior de este anillo invisible, la cabeza humana se hizo notablemente grande, la piel notablemente fina, las mujeres notablemente bellas, la sexualidad notablemente crónica y los niños notablemente infantiles.
Las viejas hordas sapiens eran islas flotantes o, mejor aún, volantes- en las que la naturaleza se permitió el experimento de una evolución exuberante con consecuencias para el «mundo». Al conseguir los humanos, evitar la presión directa de animales competidores corriendo delante de ellos, arrojándoles piedras o golpeándolos, la humanidad se distinguió como la especie que levantaba la cabeza, miraba el campo abierto y se mantenía despierta. La conducta teorética apareció en el hombre muy temprano, hasta cierto punto fruto del exceso de vigilancia, que abrió los ojos del animal atento Homo sapiens a campos exuberantes y silenciosos.
Desde esta perspectiva se explica el tercer aspecto universal del cine de acción: la espera, la tranquilidad, el baño de calma del protagonista antes del ataque, los pequeños movimientos de los criminales en la escena donde nada ocurre porque está preñada de acontecimientos inminentes.
El cineasta que lleva todo esto a la pantalla no está promoviendo a priori la brutalidad, como asegura la crítica cultural, ni tampoco especulando siempre con los infalibles instintos más vulgares de sus semejantes. Es ante todo y de hecho un explorador de la Prehistoria que lanza unas sondas al campo de la hominización para descubrir y descubrirnos el contenido real de la formación del hombre prehistórico. La película de acción explora, según creo ver en los análisis de Rafael, el nunca del todo olvidado límite de conflicto donde se decide la supervivencia o la aniquilación de las hordas y hoy de la humanidad.