Por Patronio
(A mis amigos Nano Parada y Clemente Morgado Machado que me provocaron estos garabatos)
-¿Qué me cuentas del loco Pedrito, Patronio? Hace tiempo que no sé de él.
-Yo tampoco, Señor Conde. Creo que su voz se apagó -dijo Patronio- y de paso la de toda una generación de oyentes que asistíamos a La Babita, el mejor centro de la relectura político social del momento.
-Pero La Babita era una cafetería de mala muerte, -enfatizó el Conde-.
-No siempre mi querido Conde. Eso era pura maqueta. Allí escuchábamos, entre el vaho del cigarrillo y caldos color café, viejos temas resumidos de un modo diferente en voz de quien todos teníamos por loco: Pedrito.
–Cuéntame uno, -dijo el Conde entusiasmado-.
-Pedrito muchas veces se veía con su mujer de brazos, recostado a la barra de La Babita en espera de almas caritativas que le regalaban comida. Andaba siempre con unas jabas muy deterioradas donde guardaba todo lo que le regalaban.
-Era un caso social -argumenta el conde-.
-Diría que un loco con licencia, -subraya Patronio-.
–¿Cómo así? -pregunta el Conde-.
-Escuche usted mi estimado Conde. Allá por 1988 -comienza a narrar Patronio-, pasaron unos niños de la escuela primaria con flores en las manos. Iban camino al río a depositarlas en el agua en honor a Camilo Cienfuegos, del que se ha tejido todo un mito sobre su muerte tras la desaparición del avión en que viajaba, desde Camagüey a La Habana. Era el mes de octubre y una larga línea de escolares desfilaba. Todos de uniformes y en silencio marcial. Pedrito observaba con sus habituales muecas faciales, como si estuviera hablando consigo mismo o con su alter ego.
-¿Y entonces? -pregunta el Conde desesperado-.
-Nada, Pedrito esperó a que pasaran los maestros delante de él y gritó a voz en cuello: “ Siiii, Camilo se desapareció, pero la tinta y el papel tuvieron que ver en la jugada”.
-Él tal Pedrito era un pedruco, -exclamó el Conde-.
-Si, La Babita quedo casi vacía al instante. Nadie quería ser implicado en semejante arenga, – dice Patronio-. Mi amigo Nano Parada me cuenta que llegó a escuchar el final de su discurso en que decía con su voz gutural de alto parlante: “Y se perdió Camilo… y no encontraron ni el aceite, ni la sonrisa…., ni el avión ni el sombrero alón…, alón…, alón”
-!Solo un loco diría esas cosas a todo pueblo en medio del régimen! -comenta el Conde-.
-Claro, tenía lo mejor de los dos mundos: loco y conocido. Mi amigo Clemente Morgado, quien lo escuchaba con mucha discreción, lo llamaba Bendito Loco.