La tierra: el bien malquerido cubano.

Por Héctor A. Rodríguez, PhD.

Al aplicar la segunda ley de reforma agraria de 1963, a los agricultores solo se les permitió poseer 5 caballerías de tierra, equivalentes a 67 hectáreas. Visité varias provincias como Santiago de Cuba, Granma, Holguín, Camagüey, Matanzas y La Habana, reconociendo que las áreas cultivables de Cuba representan un tercio del área del país, aproximadamente 30,000 kilómetros cuadrados o 3 millones de hectáreas cultivables.

Este análisis frío de cifras no refleja la verdadera problemática del uso de la tierra. Al recorrer estas tierras, me percaté de cómo escapaban al control gubernamental, evidenciando su mal uso. Por ejemplo, tras los nuevos linderos establecidos en 1963, el gobierno se apropió de todas las tierras privadas para sus empresas, exceptuando solo el 12% que dejó a pequeños agricultores. Contrariamente a la acusación gubernamental, estas tierras nacionalizadas no pertenecían a Estados Unidos, sino a cubanos emprendedores y trabajadores, algunos españoles y, en menor medida, a compañías norteamericanas que empleaban a miles de trabajadores y técnicos. ¿Cuál empezó a ser la tierra realmente utilizada? Aquella que podía prepararse con tractores, para lo cual se importaron 45 mil de la Unión Soviética y otros países del campo socialista.

Estas tierras ocupaban grandes extensiones en las nuevas fincas. Áreas colindantes a ríos o arroyos, como las vegas de los ríos —notables por la estructura de sus suelos y su fertilidad—, dejaron de cultivarse. Anteriormente, los antiguos dueños sembraban en ellas tabaco, yuca, plátanos y frijoles. En mis recorridos, observé cómo se enyerbaban, perdiéndose como áreas cultivables. Lo mismo sucedía con las tierras realengas entre empresas, alrededor de caminos o pequeñas elevaciones, donde podrían criarse animales, pero cuyo fin productivo era otro. Pequeñas fincas estatales, no asignadas a ninguna empresa, quedaron sin uso tras su nacionalización, reflejando las graves consecuencias de decisiones políticas erróneas. Muchas de estas pequeñas fincas eran utilizadas por campesinos vecinos para pastar sus animales.

Otro caso fueron los desplazados que el gobierno no reconocía, pero que estaban presentes. Por ejemplo, decenas de pueblos y comunidades creados al desplazar a miles de campesinos de las montañas del Escambray en Pinar del Río, obligados a abandonar sus fincas para combatir a los alzados contra el gobierno. Todas estas tierras quedaron improductivas. Se hicieron planes para sembrar fresas y melones, empleando a estudiantes como fuerza laboral, pero fracasaron.

En mis recorridos, calculé que en la Provincia de Holguín, con una superficie de 10 mil kilómetros cuadrados, había alrededor de treinta mil hectáreas sin cultivar. En toda Cuba, ascendían a trescientas mil hectáreas sin cultivar por las razones expuestas, ocupando principalmente realengales y zonas montañosas dedicadas al café, cacao y áreas forestales. Todo esto ocurrió entre 1963 y 2002, cuando cerraron los centrales azucareros.

El cierre de los centrales azucareros agravó sustancialmente la situación, añadiendo dos millones de hectáreas de tierra cultivable ociosas. La mayoría se enyerbó, destruyéndose la infraestructura creada y aumentando el robo y el vandalismo en las antiguas fincas y empresas, desmantelando oficinas, naves, escuelas en el campo y las cercas, dejando todo en ruinas. En las provincias orientales se repartieron alrededor de 250,000 hectáreas sin éxito; muchos campesinos abandonaron las tierras, muchos campesinos que solicitaron tierras en usufructo se arrepintieron debido a las trabas burocráticas y al aumento de los costos de producción, resultando en tierras sin cultivar y en la necesidad del gobierno de importar alimentos, agravando la crisis económica. Yo había previsto esto 15 años antes y fui acusado de libre pensador.

¿Cómo justificar ante el mundo que la crisis económica es culpa del gobierno norteamericano y el supuesto bloqueo económico? Lo que antes fue orgullo para el mundo, la primera industria azucarera productora cubana que tuvo su auge durante la colonia bajo la sabia mente de Francisco de Arango y Parreño y luego en la llamada época de las vacas gordas del siglo 20 hasta mediados de este, cuando comenzó el socialismo, ha quedado como el mejor ejemplo de la frase de Churchill: «El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo de la ignorancia y el evangelio de la envidia; su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria».

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