El atleta de Kafka

Por KuKalambé

En la literatura contemporánea, la inclinación de los narradores por desentrañar las verdades de la condición humana mediante la exploración de la «marginalidad» se manifiesta de manera amplia. Es evidente que, en ciertos casos, la frontera entre el existencialismo de aquellos enajenados, sin voces, y el de los atletas es sutil, como se ilustra en la historia de la gente sin historia, al margen de una vida burguesa. Quien dice artista, dice atleta, dice acróbata, dice artleta.

Ya se hace necesario comprender por qué la transición de la condición de enajenados a la de los atletas no fue simplemente una peculiaridad de los marginados, sino que abarcó esferas más amplias de reflexión sobre la condición humana.

Esta evolución se vincula con un cambio de perspectiva hacia el ser humano, considerándolo un animal indeterminado, inseguro y destinado a exhibir sus habilidades, siguiendo las premisas de Nietzsche. La declinación de las ascéticas motivadas metafísicamente se insinúa, y aquellos que buscan seres humanos encontrarán ascetas, pero aquellos que observan a los ascetas descubrirán atletas.

Franz Kafka se erige como testigo fundamental de esta era, influenciado por Nietzsche desde sus primeros años. Aunque no hace referencias explícitas a Nietzsche, desarrolla sus ideas en una dirección que disminuye el tono heroico y enfatiza la universalidad de la dimensión ascética y atlética de la existencia humana.

El episodio del funámbulo en Así habló Zaratustra ilustra este cambio, mostrando a Zaratustra consolando a un acróbata moribundo y reconociendo el valor de su profesión. Esta escena marca el surgimiento de una nueva comunidad de acróbatas, donde el riesgo asumido es un elemento central.

Kafka continúa desarrollando este tema en su obra, como se evidencia en una serie de reflexiones donde describe el verdadero camino como un alambre casi pegado al suelo, destinado más a provocar tropiezos que a caminar sobre él.

El concepto de «ascenso espiritual» en la era moderna se aleja de las tradiciones religiosas hacia una perspectiva más terrenal y acrobática. Contrasta la visión de Nietzsche con la idea de un «camino verdadero», presentándolo ahora como una trampa en lugar de una altura por conquistar. Se argumenta que la existencia misma se ha convertido en una proeza acrobática, donde el individuo lucha por mantener el equilibrio en un mundo desprovisto de garantías metafísicas.

La era moderna ha desmantelado las estructuras tradicionales de ascenso espiritual, dejando solo el «alambre tensado» como símbolo de la tensión entre lo mundano y lo trascendental. Se menciona a Kafka, quien, al igual que Nietzsche, anticipó esta transición hacia una visión más horizontal de la existencia.

El atletismo, en lugar de la ascensión espiritual, se ha convertido en el fenómeno más resiliente en la búsqueda de lo imposible. Se destaca la importancia de comprender las tensiones y fuerzas que sostienen esta nueva metáfora del ethos humano, mientras se observa una disminución en el interés por las alturas espirituales a favor de una ética más terrenal y comunitaria.

Las ideas de Nietzsche y Kafka están en relación con la voluntad de poder y la vida como una continua auto-superación. Se destaca que ambos autores, a pesar de sus diferencias estilísticas, comparten la noción de un desequilibrio en la vida entre el poder y el deseo, así como la existencia de tendencias aversivas hacia la negación y la disminución del querer. Se menciona que mientras Nietzsche presenta sus ideas en términos heroicos, Kafka prefiere las figuras paradójicas, pero ambos abordan temas similares.

Para evidenciar cómo la existencia humana se entrelaza con la del atleta, se puede corroborar en tres narraciones clásicas de Kafka: Un informe para una Academia, Primer dolor y Un artista del hambre. Se analiza cómo Kafka, a través de estas narrativas, plasmó sus percepciones acerca de la relevancia del atlestismo y la ascesis.

En Un informe para una Academia, por ejemplo, se narra la historia de un mono que, al imitar a los humanos, se transforma en uno de ellos, lo que conduce a reflexiones sobre la esencia de la humanidad y la libertad. La narración también explora la idea de la hominización desde una perspectiva distinta, cuestionando cómo los seres humanos llegan a mantener zoológicos y circos como manifestaciones de su propia naturaleza y desarrollo.

La humanización, contemplada desde una óptica singular, se centra en el personaje de Rotpeter, un mono que se convierte en humano mediante su entrenamiento en un espectáculo de variedades. En sus inicios, Rotpeter aprende gestos sencillos como chocar las manos, representando así el primer paso hacia la humanización. Esta transición se fundamenta en la necesidad de pertenencia y la renuncia a la libertad del mono para integrarse en la sociedad humana.

A medida que progresa en su entrenamiento, Rotpeter adquiere habilidades más complejas, como escupir, fumar en pipa y manejar botellas de aguardiente, simbolizando la dependencia de estímulos y narcóticos en el proceso de humanización. Su avance en el espectáculo de variedades genera admiración, pero también provoca el colapso de algunos de sus mentores, resaltando así los desafíos y sacrificios involucrados en la búsqueda de la humanidad.

En otra historia dentro del vibrante espectáculo de variedades, se desvela la experiencia de un trapecista renuente a descender de su trapecio después de cada actuación, anhelando una vida desvinculada del suelo. Este relato proyecta la desconexión del artista con el mundo terrenal y su constante búsqueda de perfección y superación.

En la siguiente fase de las exploraciones existenciales de Kafka en el mundo del espectáculo variado, la narrativa Primer Dolor se enfoca en la historia de un trapecista que se niega a bajar de la cúpula del circo tras sus actuaciones, llevando una existencia separada del suelo.

Sus desplazamientos entre ciudades se transforman en una creciente agonía, a pesar de los intentos del dueño del circo por facilitarle los traslados. El trapecista, sintiéndose cada vez más atrapado, solicita desesperadamente un segundo trapecio en el futuro, expresando su necesidad de elevar aún más su existencia.

La narrativa reflexiona sobre la dinámica interna de la existencia artística, resaltando cómo el artista, al retirarse a una esfera exclusiva de sus actuaciones, pierde conexión con el mundo terrenal. Este enfoque se interpreta como una parodia seria del anacorismo, la ruptura religiosamente motivada con el mundo profano.

El trapecista disuelve la tensión entre la dualidad de ser «artista y burgués» al optar por la absorción total de su existencia en una sola cosa. La solicitud del segundo trapecio refleja la tendencia inherente a elevar constantemente el nivel en la actitud artística radical, similar al deseo de aumento en el arte y la voluntad de trascender lo real en la ascesis religiosa.

La perfección no es suficiente; solo lo imposible satisface. La historia culmina con el trapecista sumiéndose en un sueño profundo, marcando un cambio en su perspectiva y revelando la primera arruga en su rostro, simbolizando la complejidad añadida a su existencia.

La siguiente reflexión profundiza en la naturaleza del arte y la figura del artista, utilizando como medio la obra de Franz Kafka, específicamente el relato Un artista del hambre. Kafka explora la dicotomía entre el entrenamiento y el desentrenamiento del artista, insinuando que la dedicación total al arte conlleva una paulatina desconexión de la vida cotidiana, un desentrenamiento en las habilidades para la existencia. Este proceso de desentrenamiento se percibe como igualmente esencial para el artista, tanto como el adiestramiento en su disciplina artística específica. El director del circo, fungiendo en su doble papel de proveedor tanto para el arte como para la vida del artista, encarna esta comprensión de la necesidad de equilibrio entre la preparación artística y la desvinculación para con la vida.

El relato breve Un artista del hambre ilustra esta idea a través de la vida de un artista del ayuno, cuya dedicación a su arte no solo requiere un entrenamiento físico y mental riguroso, sino que también implica una desconexión de sus necesidades básicas y deseos en la cotidianidad humana. A medida que el interés del público en su arte decae, el artista se ve compelido a unirse a un circo, donde se convierte en una simple curiosidad, distante de la apreciación que anhela. Su dedicación inquebrantable a su arte, incluso en la ausencia de reconocimiento, subraya la tensión entre la pureza del arte y la necesidad de validación externa.

La disminución del interés en el arte del ayuno refleja un cambio cultural más amplio, donde lo que alguna vez fue considerado una hazaña fascinante se convierte en una reliquia del pasado, desplazada por nuevas formas de entretenimiento. La triste ironía del artista del hambre radica en que, aunque logra vivir su arte sin restricciones, lo hace en la soledad y el anonimato, alejado del reconocimiento que una vez anheló.

Kafka se erige como pionero de un innovador enfoque sobre el aprendizaje y el desaprendizaje, proponiendo que la excelencia en el arte demanda no solo el dominio de habilidades específicas sino también el descarte deliberado de otras. Esto refleja la intrincada naturaleza del proceso creativo y la realidad vivencial del artista.

En la narración, Kafka nos introduce a un artista de la inanición cuyo riguroso ascetismo desvela su desesperada búsqueda de satisfacción en la ausencia. Al borde de la muerte, revela al guardia la verdadera razón de su aflicción: la imposibilidad de hallar un alimento que saciara su gusto. Este momento invita al lector a meditar sobre el significado de la disciplina ascética y cómo esta se relaciona con el hallazgo de la plenitud espiritual.

Posteriormente, se describe la sustitución del espacio del artista de la inanición por una pantera joven, cuya elegante movilidad representa la satisfacción y la completitud inalcanzables para el artista. Este giro narrativo sugiere una reinterpretación de la ascética como dominio sobre la esencia individual, donde la privación emerge como medio para superar anhelos más arraigados.

Kafka plantea que el extremismo ascético del artista de la inanición es, a fin de cuentas, una cuestión de preferencia personal. Sin la satisfacción de deseos más fundamentales, el sacrificio y la abnegación pierden su propósito. Esta perspectiva cuestiona las concepciones tradicionales del ascetismo, argumentando que la auténtica plenitud espiritual proviene de descubrir lo que verdaderamente nos satisface.

En conclusión, Kafka anticipa el ocaso del ascetismo extremo, preludiando una era marcada por la ausencia de carencias, donde la satisfacción y la completitud se convierten en lo habitual. Este cambio de paradigma destaca un giro hacia la búsqueda de la satisfacción tanto material como espiritual, relegando las prácticas ascéticas a meros impedimentos en el camino hacia una existencia enriquecida y plena.

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