Decadencia, muerte o renacer del mundo occidental*

  Por Armando de Armas

Ariel Pérez Lazo entra, con La crisis de la cultura occidental: Revisitando un tema de Ortega y Gasset desde una perspectiva contemporánea, en el estrechísimo círculo de autores cubanos que a lo largo del tiempo hayan podido escapar al ontológico, a veces antológico y antojadizo, ombliguismo obnubilado del aldeano en su Barataria insular; parodiando al mismo Martí que está entre los que escapan vía el espiritualismo emersoniano, pero que así mismo regresa vía el positivismo político del iluminismo francés. 

Max Scheler -citado por Pérez Lazo en este libro publicado por la editorial Exodus, 2022- afirma que la democracia «ensanchada… –se transforma lentamente en el mayor peligro para la libertad espiritual. La democracia imperante… es … una enemiga de la razón y de la ciencia … con cátedras confesionales… y procesos por delitos contra la democracia social; con una presión parlamentaria … en las cuestiones de provisión de puestos universitarios» …

Para Spengler la decadencia de las culturas acontece cuando estas han consumado sus posibilidades iniciales e intuitivas y caen en la civilización o agotamiento creativo; una y la misma cosa.

Y si Ortega y Gasset estimaba, con razón, que llegado ese momento las minorías -minorías en el sentido de superioridad cultural, no en el del adefesio de la uniformidad estadounidense que propone privilegios a grupúsculos étnicos a costa del erario público- deberían mandar sobre la masa, al presente resulta que la masa es la que impone, vía los órganos de propaganda del democratismo o demonismo, sus valores a la élite

Ariel entiende lógico este significado si se aprecia que para Ortega el nuevo bárbaro u hombre-masa es un señorito satisfecho o niño mimado, es decir, un tipo de hombre que no tiene conciencia de sus límites, conciencia extremadamente clara y distinta en el primitivo normal.

Lo que nosotros definiríamos como un patán tecnologizado.

En su obra La rebelión de las masas, 1927, Ortega expresaba que se había apoderado de la dirección de la sociedad un tipo de hombre a quien no le interesan los principios de la cultura, y que por norma, a través de la historia, ese tipo de hombre tiende a no reconocer aquello superior en que sostienen las sociedades, pero que ello viene a eclosionar con el advenimiento de la democracia a fines del siglo XIX. Nosotros apuntaríamos que en verdad ello acontecería al menos desde la Revolución francesa, donde el poder de las monarquías fue sustituido por el poder de la banca, el honor por la usura y la fuerza dura de las armas, por la fuerza sutil de las finanzas.

Y si Ortega veía el problema fundamental de la rebelión de las masas, en la actitud de imponer opiniones sin fundamento que conducen inevitablemente a la crisis de la cultura, qué pensaría ahora el sabio madrileño ante el fenómeno de las desatentadas opiniones vertidas por el público en Facebook o en Twitter, o por los influencers y otras especies acéfalas e inculturales, producto de las tecnologías hechas a la inducción y el control mental de la sociedad como colmena no ya de abejas con su reina, sino de zánganos conectados a la red.

Al respecto, el pensador ruso Alexander Duguin afirma que la «posmodernidad es medianoche. La modernidad corresponde a la tarde, a la puesta del sol: todavía quedan residuos del mundo tradicional, de luz, de subjetividad, de racionalidad y de totalidad. Hay familias, sociedades, estados y hombres. En la posmodernidad todo esto es suplantado… En lugar de realidad hay virtualidad; en lugar de inteligencia, inteligencia artificial; en lugar del hombre, el posthombre; en lugar del racionalismo moderno, la esquizofrenia» …

Ante la modernidad relativista y las ideas que la conforman el filósofo italiano Julius Evola expone en su obra Rebelión contra el Mundo Moderno, 1934, que inicialmente aparecen culturas basadas en principios tradicionales, en valores eternos y que con el paso del tiempo, las nuevas culturas que surgen se edifican sobre fundamentos cada vez más materialistas, así, cuanto más nos remontamos al pasado más nos aproximamos a sociedades sustentadas en un orden más perfecto, ya que están erigidas sobre valores tradicionales, y cuanto más avanzamos hacia el presente, hallamos culturas basadas en el materialismo más atroz, señal de decadencia y del fin de un periodo histórico.

En su libro Imperialismo pagano, 1928, Evola propugna que toda defensa de la nación, del pueblo, del partido o del grupo que prescinda de una instancia superior, suprahumana, no significa otra cosa que un retomo al totemismo, una inclinación a recaer en formas sociales propias de una humanidad inferior. «Hacia ninguna otra condición en el fondo se dirige la nostalgia de las ideologías socialistas, democráticas y comunistas, y el fenómeno de los Soviets nos muestra justamente el efecto de una tal ideología que, siguiendo a Marx, da vida al viejo colectivismo bárbaro, eslavo, y llevándolo hacia una nueva forma racionalizada, ha hecho del mismo un amenazante foco de contagio para los residuos de una Europa tradicional. Lejos de ser una tendencia hacia el futuro, todo esto no es más que —desde un punto de vista ideal— una tendencia hacia el pasado, hacia lo que ha sido superado en el acto de la formación de toda verdadera civilización tradicional y de todo Imperio» …

Por su parte, el autor y analista político Charles Haywood asegura en un extenso ensayo titulado, On the Fragility of the Current Regime, 2022, que debemos distinguir claramente entre la debilidad de la civilización y la del régimen estadounidense (se refiere al control total de la izquierda militante en los estamentos políticos y culturales de EEUU desde la década del sesenta). «En cuanto a lo primero, cualquier ciudadano honesto y bien informado puede detectar los signos de un declive civilizatorio muy avanzado en todo Occidente… pero si el régimen desapareciera esta noche, nuestra civilización todavía enfrentaría aún enormes dificultades, no todas de las cuales el régimen es directamente responsable. El régimen aceleró el daño, y en muchos casos causó el daño, pero nuestros desafíos civilizatorios más profundos han sido causados ​​simplemente por seguir el camino sin salida en el que la Ilustración puso a Occidente, algo que es mucho antes del ascenso de nuestro régimen al poder. El régimen, sin duda, es quien hace que sea imposible siquiera poner un pie en el camino de regreso a recuperar nuestro futuro».

Agrega Haywood que se puede decir que todo lo que EEUU hace al respecto es reactivo, «como un pollo sin cabeza, impulsado por una combinación caótica de codicia a corto plazo e ideología en piloto automático, sin previsión estratégica».

Según este autor, la conclusión más simple ante los hechos observables es que nuestras fuerzas armadas son, como el régimen mismo, un tigre de papel, y agrega. «Intente leer la Estrategia de Seguridad Nacional de 2022, recién publicada, que viene a completarse con una carta de presentación supuestamente escrita por Joe Biden, como si Biden realmente hubiera leído este documento, y Ud. aprenderá todo sobre diversidad, equidad e inclusión, inseguridad alimentaria, calentamiento global y sobre que Vladímir Putin es Satanás, pero nada acerca del peligro de China o de planes concretos para apuntalar nuestro poder militar», y concluye que en un artículo reciente en The Atlantic, un experto en temas militares afirma que «EEUU y Ucrania son más fuertes que Rusia porque las mujeres y los homosexuales están inundando nuestras filas».

Por cierto, Spengler consideraba que la cultura rusa no había podido aún cumplir el cometido de su ciclo y que, claro, el próximo período podía ser el de la cultura rusa y, más aún, que la cultura occidental podía montarse en una nueva ola o renacer mediante el antiguo Imperio de los zares. Curiosamente, el proscrito pensador y editor español, Pedro Varela, ve plausible y peligroso -para el régimen que denuncia Charles Haywood- una alianza estratégica y cultural entre Rusia y Europa. 

Desde 2008 al menos, en ensayos independientes y en libros como Los naipes en el espejo, Realismo metafísico y el más reciente El regreso de los imperios (entrevistado por el editor Ángel Velázquez Callejas), hemos anunciado un cambio de época radical en Occidente, cambio como decadencia, pero también como renacer en el sentido revolucionario o, mejor dicho, contrarrevolucionario, según lo vio Evola, o de remontar la corriente como el salmón, según lo vio el mítico poeta chileno Miguel Serrano. En esos textos hemos recordado que Roma no cayó un día mediante una acción heroica definitiva, sino que fue siendo paulatinamente ocupada por las hordas de bárbaros en la misma medida que el Imperio se carcomía por dentro.

Cayó o empezó a caer cuando abandonó o secularizó a sus dioses, cuando se plantó no como la espada del mundo sino como el lupanar del mundo, cuando su juventud se afeminó y relajó sus costumbres para moverse a sus anchas en el vicio y la molicie, cuando dejó de integrar las legendarias legiones que imponían orden en el caos de su tiempo, y puesto que el espíritu no tolera el vacío, estas legiones empezaron entonces a ser integradas por los bárbaros que arribaban, valor mediante, hasta sus más altas instancias de mando; gente que por norma no amaba a Roma, sino que a lo máximo la asumía como una gran teta alimentaria.

Las hordas de bárbaros hambrientas que acampaban a las afueras y en las calles de la ciudad, ya sin ser molestadas, venían a por la comida porque en Roma la había y en abundancia. Luego los romanos de ese tiempo tenían hartura material y miseria espiritual, por eso sucumbieron, en tanto los bárbaros tenían miseria material y hartura espiritual; esa fortaleza del Espíritu los llevó así a regir sobre Roma y adueñarse del Imperio y sus inconmensurables riquezas materiales.

De suerte que aquello que constituye la unidad que converge en un cuerpo, lo mismo en el cuerpo de una persona, de una nación o un imperio, es el alma, el espíritu enclavado en el alma, un principio superior, que tiene el principio y el fin en sí mismo y que, por tanto, no vive para las necesidades del cuerpo, sino que tiene al cuerpo para cumplir con sus necesidades en el plano material.

Al final, Roma no murió, sino que dio paso a la magna -siempre vilipendiada y nunca bien comprendida por los modernos- Edad Media, para montarse así en la ola de los nuevos ciclos culturales que venía a imponer el catolicismo.

Con La crisis de la cultura occidental: Revisitando un tema de Ortega y Gasset desde una perspectiva contemporánea, Ariel Pérez Lazo entra de manera mensurada y académica en el asunto medular de nuestro tiempo, el de la decadencia, muerte o renacer del mundo occidental.

La mesa del debate, banquete de las ideas, está servida, y Ariel tiene la palabra.   

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*Texto leído a propósito de la presentación del libro La crisis de la cultura occidental: Revisitando un tema de Ortega y Gasset desde una perspectiva contemporánea, el viernes 2 de diciembre, 2022, en Wesley United Methodist Church.

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