Por Coloso de Rodas
Como respuesta a las preguntas en el título de este post, se pueden interponer las reflexiones de Derrida sobre el gato que habita su casa. El episodio del gato en la obra de Jacques Derrida, específicamente en su conferencia El animal que luego estoy si(guien)do, trasciende la anécdota para volverse un prisma que refracta dilemas éticos, ontológicos y lingüísticos con una densidad inquietante. En el relato, Derrida se encuentra desnudo en su baño, siendo observado por su gato. Lo que podría pasar como una escena trivial cobra en el pensamiento derridiano un carácter revelador, un momento epifánico que desarma la aparente simplicidad de nuestra relación con los animales.
Este instante es para Derrida una irrupción de lo otro, de lo inefable, que expone las fisuras de nuestras construcciones conceptuales. La mirada del gato, lejos de ser un simple acto de observación, es un desafío ontológico. Ese ser que mira, que escapa a los esquemas taxonómicos de la tradición filosófica, se convierte en una presencia singular que socava las categorías que simplifican la riqueza del mundo animal bajo la etiqueta reductora de «el animal».
Derrida señala la violencia inherente a esta unificación conceptual. La filosofía occidental ha tratado al animal como un término colectivo, eliminando la individualidad y la diversidad que habitan en esa vastedad. Frente a esta abstracción, el gato de Derrida no es “un gato”; es este gato, un ser concreto cuya mirada confronta y resiste las jerarquías humanas, poniendo en evidencia la desnudez esencial del filósofo no solo como cuerpo, sino como ser que se sabe observado y vulnerable.
La desnudez que Derrida explora no es meramente física. Es existencial. Es un despojo de las pretensiones humanas de dominio, una exposición completa ante una alteridad que no juzga pero que, al observar, devuelve al ser humano a un estado de interpelación radical. Esa mirada animal, aparentemente sencilla, nos recuerda no solo nuestra fragilidad, sino la violencia histórica que hemos perpetuado hacia lo que no es humano. ¿Qué significa estar desnudo frente a un ser cuya existencia escapa a nuestras categorías y cuya mirada es a la vez testimonio y reproche?
Para Derrida, esta escena es un llamado ético. La mirada del gato nos exige repensar nuestra relación con los animales, no desde la superioridad, sino desde la igualdad en la vulnerabilidad. Es un clamor por desmontar las jerarquías que justifican la explotación y abrirnos a una relación que reconozca la alteridad irreductible de los animales. El filósofo sugiere que en esa mirada encontramos una lección ineludible: el reconocimiento de que nuestras certezas se disuelven frente al otro, y que nuestra humanidad se define, paradójicamente, por nuestra capacidad de habitar en la duda y en la apertura.
En este episodio aparentemente menor, Derrida nos lega una meditación monumental. El gato que lo observa nos recuerda que no somos amos de nuestro entorno, sino partícipes de una red de conexiones cuya complejidad escapa a nuestras categorías y lenguajes. En esa vulnerabilidad compartida se gesta una nueva forma de relación: no de dominio, sino de respeto. Así, la mirada del gato trasciende la anécdota para erigirse en un espejo que nos devuelve una imagen más honesta de nosotros mismos: seres desnudos, interpelados y profundamente ligados a aquello que creemos tan ajeno.