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¿Por qué? Supongo que por miedo… (Ponencia leída en la séptima Convención de la Cubanidad sobre el libro de Alfredo Triff «¿Por qué el cubano (aún) apoya al castrismo?»)

Por Denis Fortún                    

Hay preguntas que uno sabe con absoluta seguridad las respuestas, es cosa de puro trámite, no existe titubeo al contestar. Las hay lo mismo que entran en la categoría de lo concluyente y no precisan de objeción por lo incuestionable que resultan, y esas son las retoricas, tampoco hay porqué ocuparse. Sin embargo, están aquellas que no te sientes muy seguro de cómo manejarlas y que, además, la contestación puede ser más de una (dependiendo básicamente de la pregunta), y desacertada para alguien que no coincide contigo, amén de que tú consideres honesto eso que piensas más allá de la presumida razón de otros.

A simple vista el título del libro de Alfredo Triff es una consulta que hay que responder. Pero igual, a simple vista la respuesta está implícita, al menos para el cubano. Sin embargo, luego de meditar cuál sería para mí la más acertada, en mi caso contestarla de una forma incuestionable y orgánica, con sinceridad, no es todo lo fácil que imaginaba. Queda en mí una sonrisa con cierto dibujo de cinismo, algo de perplejidad, y la convicción de que no voy a consentir a nadie: ¿Por qué el pueblo cubano (aún) apoya al castrismo? Teniendo en cuenta la cantidad de años que el castrismo se eterniza en el poder con su saldo terrible, sin dudas es sumamente interesante hablar de ello.    

Por lo pronto, digamos que el libro de Triff encarna una pesquisa que comienza con el fenómeno del actual wokismo en este país, movimiento que intenta reescribir la historia; que lo dicho hasta hoy se reduce a una mentira instaurada por supremacistas blancos. Triff menciona fechas, para los wokes la historia de los EE. UU como nación emancipada no se inicia el 4 de julio de 1776, sino en 1619 con el primer barco de esclavos en las costas de Virginia. Similar sucede en Cuba, la historia republicana se reescribe y es digna de alabarse posterior a 1959. Antes de ese año, únicamente se insinúa aquello que pueda manipularse y, claro, a su favor. Bien lo señala Triff, se vive en los EE. UU actualmente una suerte de clonación de los ideales básicos del castrismo. Repeticiones que, “si bien no son calcos, las similitudes son pavorosas”. Y así, en esta primera parte, Triff desmenuza conceptos de la identidad del ser humano, las revoluciones, en especial la americana y la francesa, el iluminismo fundamentado en los valores espirituales, dejando claro que antes eran suficientes la razón y el libre albedrío; pasando por las coartadas ideológicas al uso y en pos de exacerbar las diferencias, y menciona a los enemigos del movimiento, esos que hoy pierden por esta nueva tendencia inexacta: en la raza, el blanco; en el sexo, el hombre; en la etnia, el europeo y sus descendientes, también el judío; en el género, el heterosexual; en la capacidad, el no discapacitado. Sin dejar de aludir las manipulaciones recurrentes en cuanto a los cambios, el climático de los favoritos por lo utilitario como herramienta de lucha progre. Aunque el planeta tierra soporta transformaciones innegables en el ámbito climático, aún no son todo lo apocalípticas que los progres pretenden. Sin embargo, siempre va a taladrar el terror en la cabecita del ciudadano promedio, simple, ocupado en su propia vida, el horror que una chica sueca se encarga de repetir y con un lenguaje corporal, facial más que todo, que llega a asustar, anunciando como un ángel vengativo que un día su casa y su existencia quedarán bajo las aguas, o reducida a cenizas por el fuego infernal, como secuela del irresponsable comportamiento de un sistema capitalista misógino, inescrupuloso y diabólico.

En fin, Triff formula con esta primera parte, que en realidad son un grupo de valiosos ensayos no necesariamente conectados, pero si guardando una fina y sutil coherencia, los peligros que corre occidente viéndose atacado constantemente, poniendo entredicho sus atacadores a una cultura milenaria con más aciertos que errores, y asimismo nos propone quizás una de las formas en que pueda entenderse “su pregunta”, para traernos a lo que definitivamente es la razón de este cuaderno.

Castrismo nuestro de cada día

La revolución cubana aparece en el tablado criollo en medio de una fractura constitucional y la habitual diversidad de corrientes políticas muy dispuestas a no ponerse de acuerdo, en una república muy joven, al amparo de una bonanza económica fuerte. En 1958, como nos recuerda Triff muy oportunamente, Cuba muestra números de crecimientos envidiables. En comparación con el mundo, para ese año es el 5to país en ingresos per cápita; 8vo en salario industrial más alto; 3er lugar en expectativa de vida y 1ro en la tasa de mortalidad más baja; 3ro en médicos per cápita; 4to en propiedad de teléfonos; 1ro en televisores; 3ro en número de automóviles per cápita; 1ro en educación en relación a su Producto Interno Bruto; 4to en alfabetización; 1ro en consumo de carnes, frutas y verduras; 2 lugar en medios de comunicaciones con 58 periódicos y 126 revistas semanales. Además de 13 universidades, 21 institutos de segunda enseñanzas, 19 escuelas normales para maestros, 22 escuelas técnicas industriales y 6 escuelas de periodismos y publicidad, con un PIB de casi 3,000 millones de pesos a la par del dólar americano. Es decir, esta información evidencia que esa Cuba aparentemente inmadura como estado, gozaba de una revolución económica saludable que, al año siguiente, en 1959, queda supeditada y finalmente destruida por una revolución ideológica, la peor que pueda existir, la marxista.       

Sin embargo, Cuba mucho antes de 1959 se movía con especial coqueteo en el espectro de centro moderado a la izquierda no tan radical (la Constitución de 1940, una de las más avanzadas en el continente en su época, se le ven sus costuras socialistas y, de hecho, por el centro es donde penetra la izquierda); y por si fuese poco, por obra y gracia del gran ego cubano, este siempre se ha visto asimismo como un elegido, un ser especial determinado por un destino épico, y Castro supo aprovecharse de esa afectación nacional. Desde los pequeños símbolos, como aquel de “quedamos solo doce”, hasta la paloma que se posa en su hombro, el joven caudillo se vendió (y lo vendieron desde la redacción del New York Times) como el líder visto a semejanza de un Cristo redentor, benefactor que nos iba a exonerar de todos nuestros pecados republicanos ¿Y cuál fue la respuesta del pueblo? En su mayoría la más absoluta complicidad, vociferando en los multitudinarios actos: “voto para qué”; “paredón”; “esta es tu casa, Fidel”.  Y años más tarde, “que se vaya la escoria” (y se fueron tantos, que hasta los mismos que gritaban la consigna acabaron yéndose). La pasión revolucionaria en los inicios corría a raudales en cuanta manifestación convocara la nueva dictadura. El entusiasmo era tal, tan apasionado y alegre, que cuenta una leyenda popular del intelecto criollo que Sartre dijo: no sé si lo que pasa en Cuba es efervescencia revolucionaria o cumbancheo revolucionario.

Y es compresible que el cubano apoyara al castrismo en un inicio. La izquierda es sumamente atractiva cuando no se padece en su real representación. Hablaban de una quimera, un sueño humanista, la utopía salvadora para un pueblo romántico que se sentía elegido, una alucinación ideal para el cubano apasionado y cumbanchero gozador de “La chambelona”, y para suerte de los encantadores la Isla contaba con las prebendas de una economía medianamente sólida, todavía con trazas capitalista, no se notaban las puntadas del fraude, y nuestros queridos vecinos del norte, esos que a nosotros nos han ofrecido abrigo, contrario a lo que muchos piensan les importaba muy poco el derrotero de esa Isla. La historia lo ha probado, al punto que hoy demuestran muy a su pesar cuan negligentes han sido con el tema cubano, permitiendo que la Isla se convierta en su enemigo a solo 90 millas, con aliados enemigos que bendicen esa corta distancia, replicando su modelo en este hemisferio como una virosis o enfermedad venérea, y Cuba nada más figure como un asunto útil para campañas partidistas en elecciones presidenciales en los predios del restaurante El Versailles.

Ahora bien, a lo largo de seis décadas el castrismo se ha ido degenerando, no perdiendo aliados considerables, pero sí subvenciones, y el prestigio de la sentimental revolución en este último lustro no es el mejor. El actual dictadorzuelo, impuesto por el clan Castro, no goza del influjo de su antecesor y padrino. Dicho esto, es pertinente que uno asuma, el apoyo al castrismo ha mermado entre los cubanos; que no se entienda la pregunta que lanza Triff y sea vista como una broma en todo caso, más si nos referimos a los hechos, como las protestas de Julio 11 del 2021 que, por solo citar un ejemplo, bien podrían refrendar esta afirmación.

Entonces, ¿cómo es posible que un número formidable de criollos aún apoya al castrismo, incluso en esta ciudad, la llamada capital del exilio?

Esta es, después de desmenuzar la pregunta, mi muy personal respuesta. En mi opinión, la casi totalidad del pueblo cubano no apoya al castrismo de forma manifiesta, incluso me atrevo a jurar que lo detesta, se trata de un asunto de temor, provecho, de apariencia y encrucijadas, por el único hecho de subsistir, excepto los más comprometidos y los más abyectos. Ahora bien, ese miedo que menciono y que hemos padecido prácticamente todos, el miedo parejo al oportunismo, es un soporte importante a mi modo de ver, es el poste carcomido que apuntala a esa aberración de sistema. Un miedo incuestionable en los numerosos bandos que te tropiezas hoy día en el escenario criollo: los que sufren, sin la esperanza de un paliativo a ese sufrimiento, con sobrado miedo a sufrir más; los que no les importa que otros sufran, preocupados únicamente por su sobrevivencia, a la caza de oportunidades y aterrados porque a la par ellos pueden sufrir; los que oprimen, que irónicamente se saben oprimidos, pero cuentan con prebendas y no importa sin son escazas o elementales, las van a defender con sus garras sin detenerse en escrúpulos, esta es su gran oportunidad; los que escapan, con pavor de que no los dejen entrar por la frontera, y ya adentro, temerosos de que no les permitan volver, perdiendo así una oportunidad; los que desde aquí invierten y obtienen ganancias jugosas de la dictadura, con miedo a perder “oportunidades” de negocios; o por grants que sufragan los gastos de aquellos que desde acá aparentemente saben cómo libranos de ese flagelo y fatalmente no lo consiguen aún a falta de oportunidades En general, se trata de un espanto endémico repleto de consentimientos en el universo criollo, que por diversas razones bien se pueden aglutinar en una: se llegue a demoler la industria que representa la tragedia cubana y la del exilio, que aún a la sombra del miedo, ofrece oportunidades para algunos. Luego entonces, la ecuación es elemental: hagamos como que no pasa nada, apoyemos si hay que apoyar, ya sea solapado o evidente si se diese el caso, y si el castrismo se va a destruir, que sea por su propio peso. Alguien me contó una vez la historia de un senador de este país que, en una reunión a puertas cerradas con un grupo de opositores, dijo: deja que se fajen entre ellos…, y este apoyo al castrismo si es evidente, de los peores. El daño no se reduce a lo económico, ese puede ser reversible en corto tiempo. El verdadero es antropológico y, para ese la cura es más complicada, porque es el más espantoso de todos los daños.  

De Cuba se ha dicho, su realidad actual es kafkiana y orwelliana. Muchos indicarán que no importa definirla, para el caso la tragedia mantiene su letra de infamia. El columnista de The Times James Marriot publicó recientemente un artículo sobre cuánto hay de común entre Kafka y Orwell, las similitudes que existen entre El Proceso y 1984, y cito: son indudables en cuanto a estado de ánimo y atmósfera: ambos presentan mundos infelices, sofocantes y desconcertantes, presididos por autoridades siniestras e impenetrables. Por eso las palabras orwelliano y kafkiano se usan coloquialmente para significar cosas similares. Sin embargo, Marriot reconoce que el análisis no es tan simple y deja ver que, de igual manera, no está muy convencido de lo dicho anteriormente por una razón que a mi juicio es categórica en cuanto a Cuba. El periodista de The Time nos aclara entonces el porqué de su diatriba: en 1984, el siniestro poder que controla la vida de Winston Smith es político y opera según una lógica política, aunque sea una de pesadilla. La fascinación del libro se deriva en parte de la exposición que hace Orwell de los mecanismos de su estado totalitario con sus telepantallas, su doble pensamiento, su neolenguaje, sus máquinas de escribir ficción y el Ministerio de la Verdad. El sistema puede ser odiado, pero, fundamentalmente, también puede ser comprendido, y en cuanto a Cuba, agregaría yo, incluso amado, que ejemplos sobran. De Kafka, Marriot continúa: es precisamente el poder sobrenatural de Kafka el que hace que su obra se resista a la interpretación y a la lógica. La observación más sabia sobre la ficción de Kafka la hizo el filósofo alemán Theodor Adorno, que dijo que era como “un sistema parabólico cuya clave ha sido robada”. “Cada frase dice ‘interprétame’ y nadie lo permitirá”. Kafka trata del horror de la falta de sentido, y de la imposibilidad de interpretación.

Leyendo a Marriot, a pesar de pactar con el criterio sobre las analogías de la obra de estos dos enormes autores, que las hay, concuerdo con él en cuanto a las diferencias, o al menos admitir eso que menciona como la distinciones de cada uno que nos invitan a reconocer los contrastes, usando estas diferencias en la enrarecida atmósfera de la Isla que nos toca hoy. Cuba, en los primeros años, es sin dudas orwelliana: el poder controla todo y a todos, es político, siniestro, y opera según su lógica política. Por tanto, el sistema puede ser odiado, pero comprendido. Y así, en ese estado ha vivido Cuba durante medio siglo, hasta que la depauperación provocada por El Gran Hermano nos ha ubicado en la estación kafkiana, esa que señalaTheodor Adorno, “es un sistema parabólico cuya clave ha sido robada, y hoy estamos hundidos como nación en el horror de la falta de sentido, y lo más espantoso, con la imposibilidad de una interpretación.

Al concluir esta reseña, no puedo sustraerme en traer a Jorge Mañach con su Indagación al choteo. El escarnio, lo poco serio que nos acusan que somos, tan distante de la sobriedad de Kafka y Orwell, puede que sean elementos que nos hunden de manera casi irrecuperable como país y sirvan para darnos una idea de cómo interpretar por qué el cubano hace tantas cosas que no se esperan, incluyendo la de apoyar a una dictadura, pero esto último raya en la especulación. Y repasando a Mañach, tengo el convencimiento que la pregunta que le da título al libro de Triff, dicho sea de paso, escrito sin alardes y con una prosa sin poses, agradable a la lectura y en ocasiones hasta con humor criollo, representa la otra cara del jolgorio al que hace referencia Mañach, hablo de una indagación a la tristeza.

¿Por qué el cubano (aún) apoya al castrismo…?  No sé si he conseguido responder como esperan otros. Solo recomiendo este libro valiente, incómodo para una parte del gremio criollo, para que otros lo intenten mejor que yo. Tu pregunta, Alfredo Triff, ya casi eterna, bien vale la pena.

Palabras de presentación de ¿Por qué el cubano (aún) apoya al castrismo? De Alfredo Triff. Séptima Convención de la Cubanidad. Miami, agosto 3 del 20

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