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Viaje a la semilla patriarcal: introducción a un libro sobre la Revolución Cubana (ponencia leída en la Séptima Convención de la Cubanidad sobre el libro «Totalitarismo en Cuba» de Ángel Velázquez Callejas)

Por Ariel Pérez Lazo

La pregunta de cuando terminó la Revolución Cubana ha definido varias de las discusiones en torno a ella. En algunos la pregunta gira en torno a las promesas revolucionarias y el cumplimiento de estas como puede verse en Carlos Franqui quien veía ya a finales de los 60 el fin de la Revolución Cubana por ser el momento en que se desiste de industrializar Cuba y mantener la llamada mono producción azucarera, una de las razones aducidas para llevarla a cabo y de la que el propio Franqui participara. Las promesas resultaron siendo incumplidas en el espacio que va de 1960 a 1968, primero la de que habría elecciones dentro de la constitución de 1940 y por último de que la revolución seria antimperialista, al apoyar la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968. Por otra parte, Rafael Rojas, en Breve historia de la Revolución Cubana ubica el fin de la Revolución Cubana en 1976 con la constitución socialista. Se entiende así la Revolución como momento de transformaciones cuyo fin estaría en una serie de instituciones, la Asamblea Nacional, por ejemplo.

A este último análisis habría que objetar el hecho de que el régimen imperante en Cuba desde 1959 se ha caracterizado por la debilidad de las instituciones que ha creado, sobre todo a partir de 1976, de ahí la persistencia del término castrismo para referirse al mismo por el carácter personalista y no tanto por la presencia de una estructura totalitaria del régimen. La dimensión del culto a la personalidad, por utilizar un término acuñado por los propios comunistas soviéticos, de la figura de Fidel Castro provocó en los años sesenta tensiones incluso con la URSS, de ahí que, aunque ha triunfado en la prensa el termino comunista para referirse a la Revolución Cubana, la omnipresencia del líder lleva a cuestionar la relevancia de la ideología marxista-leninista o más bien estalinista en el mismo. Esto además se reafirma si se añade que como el historiador cubano Leonel De la Cuesta señalara, la constitución cubana de 1976 es más estatista que la búlgara de 1948 la cual reconocía la propiedad privada, algo que vino a ser aceptado en Cuba en 2019, cincuenta años después de su desaparición.

Aquí aparecen preguntas como: ¿se ha pasado en los últimos diez años a una dirección colegiada como en la URSS posterior a la muerte de Stalin -habría que recordar la célebre condena de Nikita Jrushov al estalinismo-o más bien, como dicen los herederos políticos de Fidel Castro se mantiene una continuidad con el previo liderazgo carismático? Ángel Velázquez entra de lleno en esta discusión politológica desde una perspectiva filosófica pero también de historiador, gremio al que pertenece.

Hay una sección de este libro, ensayo dentro de un ensayo titulado ¿Que es la Revolución Cubana? que impresiona por su originalidad. Velázquez va directo al grano: la Revolución Cubana es un mito. Parece un lugar común, pero acude a la teoría memética de Richard Dawkings para explicar la persistencia del mito. No se trata de entender la existencia de la Revolución ligada al entusiasmo colectivo, que como para Ortega y Gasset solo logra la perduración de un proceso revolucionario por el espacio de una generación, unos 15 a 20 años, de ahí que pudiera declararse objetivamente acabada la Revolución Cubana con el éxodo del Mariel, sino que su perduración en el imaginario colectivo pertenece a un fenómeno que es entendido por Velázquez desde una perspectiva filosófica vitalista. Es el mismo fenómeno que aplicando la teoría de Dawkings a la sociología permite la perduración de una sociedad. Desde un punto de vista sociológico se puede cuestionar este vitalismo que recuerda al intentado por el filósofo francés Henri Bergson, uno de los últimos grandes metafísicos de la filosofía contemporánea, en Las dos fuentes de la moral y la religión.

Sin embargo, si asumimos la teoría de Velázquez de que la perduración de la Revolución es la de un mito: ¿Qué necesidad tiene la sociedad cubana de este para garantizar su supervivencia?, mito al que nos indica se contribuye desde el exilio. Ya Ortega recordaba en su ensayo Mirabeu o el político explicando el origen y devenir de la Revolución Francesa que cada revolución produce su contrarrevolución, la obra del político es superar esta antítesis. ¿Por qué la sociedad cubana necesita del meme de la Revolución? Velázquez más bien nos orienta políticamente a pensar que se debe entender la Revolución no solo como un mito persistente-pues ya hemos señalado que desde el punto de vista científico o filosófico no hay revolución desde a menos, hace casi medio siglo, sino que la persistencia de este meme obligaría a no atacar la idea de Revolución sino quizás a resucitar la idea de revolución inconclusa que puede verse en el historiador Isaac Deutscher, esta vez aceptada no desde un punto de vista marxista sino desde un vitalismo posmoderno como el que propone Velázquez. De aquí que Velázquez se sitúe equidistante del típico análisis dentro de las categorías derecha-izquierda, exilio-dictadura. Si la Revolución es simplemente un meme o una idea-meme: ¿Que otro meme pudiera permitir salir de esta?

 Para superar el meme que constituye la Revolución sería necesaria una transmutación de valores, quizás una conversión religiosa de la sociedad cubana, que para Velázquez sería la adopción de otro meme. ¿Podría ser esto posible en una nación constituida desde el siglo XIX en el laicismo? Son preguntas que surgen inevitablemente de la lectura de estos ensayos. Si Alberto Lamar Schweyer en Biología de la democracia supone una correlación arbitraria entre la herencia de los caracteres atávicos para la mezcla del blanco, el indio y el español en Cuba y la aparición del tribalismo en la sociedad cubana, Velázquez continua esta línea biológica del pensamiento cubano esta vez por una vía que evade la cuestionable correlación entre caracteres somáticos y psíquicos-no existe la herencia del tribalismo por la mezcla racial que asumiera Lamar para fundamentar la inconveniencia de la democracia liberal para Cuba- sino que acude a la aplicación de un hecho biológico en lo social que está en la misma línea de recientes teorías como la autopoiesis social.

Sin embargo, donde mejor se revela su análisis y muestra la versatilidad de las fuentes teóricas que utiliza para su análisis es cuando generaliza los resultados de su investigación sobre el paso de la sociedad tradicional al capitalismo en la región oriental cubana. A este tema he dedicado un ensayo publicado por la revista Eka magazine fundada por Velázquez. Nuestro autor encuentra que en el Oriente cubano durante el siglo XIX existe una esclavitud patriarcal diferente a la experimentada en el resto del país, sobre todo en el área occidental. Así explica:

Mientras que en Matanzas, en la región de Colón, prevalecía una esclavitud acorde con el modelo de los ingenios de azúcar, con el barracón como institución que establecía la separación entre el amo y el esclavo, en lugares como Bayamo, Holguín, Las Tunas y Manzanillo los hacendados mantenían un régimen de explotación patriarcal. Los esclavos participaban en las relaciones con sus amos. Si la primera tendencia, la esclavitud generalizada, se convirtió en la base de la formación del capitalismo en Cuba, la segunda, la esclavitud patriarcal, dio forma al socialismo cubano. La primera se convirtió en una ideología económica: la expansión del mercado interno; la segunda, en una ideología política, conocida como “ideología mambisa”.

Lo ocurrido en Cuba desde 1959 no es sino la extensión de aquel patriarcalismo a nivel nacional. Es curioso que Manuel Cuesta Morúa en su ensayo El castrismo cultural lo viera en la subcultura del poblado de Birán, lugar donde naciera Castro. En uno de aquellos enclaves del Oriente donde citando el Manifiesto del ABC de 1932 se erigían verdaderos feudos, había que buscar la naturaleza del castrismo.

¡Que disruptivas estas afirmaciones! Estamos acostumbrados a ver la Revolución Cubana como parte del socialismo, sistema definido por Hayek como “la fatal arrogancia” de querer planificar necesidades y salarios. Sin embargo, ¿En qué racionalidad entran la Ofensiva Revolucionaria de 1968, la Zafra de los Diez Millones de 1970, o la más reciente Revolución Energética; causa eficiente del casi colapso de la generación de electricidad en Cuba? ¿Es la misma racionalidad que Ortega y Gasset viera en El tema de nuestro tiempo para la Revolución Francesa? La presencia del voluntarismo ha sido una constante, tesis que Velázquez defiende a partir del concepto de heroísmo. Si bien ha habido periodos como el que va de 1971 a 1989 en que la racionalidad propia del socialismo real se impone, mientras se vuelve a asumir cierta racionalidad capitalista de 1995 a 2004, se vuelve a abandonar en el periodo que va de ese último año hasta el presente. La imposibilidad que constituye para el castrismo abandonar el voluntarismo en economía y política nos lleva necesariamente al problema de lo erróneo que es equipararlo con los sistemas asiáticos poscomunistas donde más bien existe lo que usando un término reciente es un “capitalismo de vigilancia”-término que actualiza un reciente libro de Pablo Muñoz Iturrieta-donde un desarrollado sector de grandes empresas que todavía llamamos privadas pese a su cada día mayor carácter anónimo, vive en simbiosis con los aparatos totalitarios de control.

Por otra parte, el culto al héroe definiría la tradición política de la que se nutre el castrismo. No es simplemente el nacionalismo como a menudo se expresa, identificando Nación y Revolución como se hace en los conatos de ideología desde el oficialismo y también en ciertas figuras del exilio, más propias de lo que Vargas Llosa llama la civilización del espectáculo, sino de algo más concreto cuya genealogía encuentra en Martí. Sin embargo, Velázquez aclara la concreción social de ese heroísmo se presenta en Martí como ética mientras en la Revolución Cubana con la necesidad del líder.

 Otro punto interesante aparece en el capítulo-aunque estos casi pueden leerse como ensayos independientes- titulado Utopía y Revolución donde el autor incursiona en el análisis de la idea de utopía del filósofo de la Escuela de Frankfurt Ernst Bloch. Donde el materialismo histórico de Marx veía con inevitable determinismo la llegada de la revolución que daría paso al comunismo, Bloch busca las utopías que se opusieron a diversos sistemas, desde el cristianismo, el reformador Tomas Munzer y hasta las utopías más modernas. Este ensayo dentro del ensayo permite al lector hacer el puente entre la teoría del historiador que es Velázquez sobre las características de la hacienda patriarcal cubana con el punto de vista universal de un filósofo. Del análisis de Velázquez se desprende el carácter utópico y no científico de las revoluciones.

Y es en este último aspecto en el que quisiera detenerme por algo señalado por Velázquez quizás no de la mejor forma. Comentando una cita de Ernesto Guevara acerca del “pecado original” de los intelectuales nacidos antes de la revolución como lo fueron Lezama o Mañach. Velázquez invierte la sentencia guevarista y plantea que más bien el intelectual cubano antes de 1959 ha sido demasiado revolucionario. Esto parecería seguir la interpretación ya antes hecha por Carlos Alberto Montaner en sus ensayos sobre Cuba cuando señalaba que después de 1933 todos los partidos políticos en Cuba eran revolucionarios, señalándose así la falta de tradición liberal que quedo de alguna forma interrumpida desde la primera década republicana, aquella época donde la política conservadora era “ante la injerencia extraña, la virtud doméstica”. 

Velázquez señala algo que sin embargo no puede reducirse a la simplificación de que había intelectuales comunistas como Marinello. El escritor Armando de Armas ha señalado lo poco revolucionaria que es una novela como El siglo de las luces. Se trata más bien de esa tendencia a la utopía del intelectual cubano de la Republica. Esta tendencia a la utopía se ha identificado casi siempre con la idea de Engels del “socialismo utópico”. Sin embargo, si tomamos el dato aportado por Ángel Velázquez sobre la esclavitud patriarcal. ¿Acaso no puede verse en importantes escritores de la República una melancolía por esta comunidad patriarcal de la que puede incluso verse un eco en los ideólogos oficiales de hoy, diez años después de que Velázquez Callejas publicase su libro? Esta melancolía estuvo presente en escritores como Lydia Cabrera y Cintio Vitier y he escrito un libro aun por publicar para demostrarlo.

Utilizando la metáfora de Nietzsche de los estadios del camello, el león y el niño, el autor encierra bajo la primera categoría tanto a los historiadores y antropólogos de la primera generación republicana como Ramiro Guerra y Fernando Ortiz como a la hornada de historiadores y ensayistas venidos después de la revolución. El rugido del león se puede ver nos dice en ensayistas como Mañach y Lezama, autores que intentaron romper con una historia acumulativa y positivista. Frente a estos dos últimos ejemplos el intelectual cubano se ha convertido más bien en archivista, nos dice el autor mientras que, siguiendo una lógica nietzscheana, lo que se trata es de salir de la antítesis del camello y el león y llegar a la inocencia del niño. Estos ensayos que conforman Totalitarismo en Cuba: castrismo cultural y el último hombre son el intento de sobrepasar esta antítesis y llegar a este último estadio.

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