En su contexto más antiguo «furia» significaba «movimiento». Era como los colectivos humanos se movían sin previa teoría. La palabra praxis, usada consecuentemente por Bakunin, derivaba de un feeling strong fitness, cuya fuerza interior produjo la indignación y la injusticia. Por tanto, no es desdeñoso indicar que los movimientos de rebeldías actuales contra regímenes totalitarios constituyan formas de movimientos de furias o formas pragmáticas del movimiento. Allí donde vemos suceder un movimiento cualquiera, avistamos ocultarse una fuerza colérica. Una concepción apolínea posterior a la furia deviene en teoría. Entonces es cuando comenzamos a fundamentar los movimientos de luchas desde un salón.
Muy poca gente conoce que a principios la Revolución Cubana tuvo más de bakunista que de marxista. No contaba con una teoría. Poseía una gran furia anarcosindicalista. Hasta 1970, se propuso destruir todas formas del Derecho y Estado burgués. En forma de un movimiento sindical, que aglutinaba a los colectivos coléricos, la Revolución emprendió contra todas las banderas la destrucción del estado burgués. Superada la fase de anarquía bakunista, la Revolución operó cambios hacia una teoría. Pero ya el marxismo no era febril como para emprender un fascismo de izquierda. Saltaron la valla: del anarcosindicalismo, la furia pasó al anarcototalitarismo.
En El hombre rebelde de Albert Camus se lee una frase que bien leída puede ser aplicada en los días que corren: «Yo me rebelo, luego existo». La esencia precede a la existencia. Bien entendida la frase, puede darnos el pulso y la clave de esta época: «yo me enfurezco, luego existo». Todos los sujetos históricos que pudieron disentir primero del carácter socialista de la Revolución Cubana y ahora de la condición totalitaria de la misma proceden de esa expresión. La «fe» ha sido desplazada del nuevo contexto mesiánico.
Ahora cabe decir: ¡La furia mueve montañas!