Por: El Poeta en Actos
Ataque, contraataque, defensa: el arte de la guerra intelectual.
Si alguien dice por ahí que «atacar» forma una condición sine qua non de mis inclinaciones intelectuales preferidas, no se equivoca. Por naturaleza, soy de perfil combativo y, si se prefiere, amante a la dinamita. Pero esta «combatividad», si cabe el término aquí, no supone tener al frente, sino un «contrario» (oponente) de condición corpulenta, entrenada, para la cual se requiere, según el desarrollo exigente del combate, resistencia y poder, y no proyecciones de menguada agresividad.
En este sentido, el tono «agresivo», bravucón que se me asigna, constituye una organicidad también de la fuerza, pero con igual demanda con que el instinto de venganza y de inquina se suman a la constituyente de la debilidad. Si eres débil No. Por eso mi contrincante no puede formar parte del conjunto de mis adversarios.
Demasiado lábil para poder ser considerado una dimensión correcta, alta, con la simetría y proporción de un adversario que de verdad necesito: en los avances de mis investigaciones literarias se revela que un buen adversario se trasluce en un gran problema a dilucidar.
Se trata, en suma, de ponerme al lado de la honestidad; de provocar a duelo a un adversario de igual potencia a mí. De ahí la pregunta: ¿es justo forjar una batalla cuando se siente aversión y desprecio por algún adversario literario? Por principio, no impugno a poeta alguno a no ser que lleve en sus manos una lupa para hacer visible los problemas más generales (los problemas de la investigación artísticas y literaria me refiero).
De esta manera me valgo para «atacar», por ejemplo, al positivismo de la historiografía cubana a través del legado de Enrique José Varona, Fernando Ortiz y Ramiro Guerra. Y por gratitud me expongo también a una suerte de malentendido según cierta escritura y narrativa positivista, descriptiva, que excluye el tono personal y el peligro del fracaso por sí mismo.
Por eso he sido hasta hoy un «intelectual sin éxito», sin reconocimiento, vilipendiado porque siempre estaré por encima del instinto del mendigo. Si se me acusa de llevar a cabo una «guerra contra los poetas», es porque se me está, de algún modo, permitido, hasta cierto punto porque para algunos «Poetas» mi cuerda representa una prueba de benevolencia.
Como distingo vincular mi nombre (El poeta en actos) a una causa cualquiera y formalmente me interesa el devenir de una forma de vida personal, les dejo el siguiente «poemita», incluido en mis Poemas intempestivos:
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LAMENTO
Atrapé al vuelo esa idea
me valí a toda prisa,
de las primeras palabras.
Se me ocurrieron para retenerla
no se me escapara.
La aridez de mis inapropiadas palabras
mató la idea,
que ahora está colgada
de ellas
y bamboleándose.
Cuando la considero,
apenas me explico cómo
tuve la suerte
de agarrar ese pájaro.