María Zambrano, entre filosofía  y poesía

Por Damián Pachón Soto

Ensayo tomado de El Magazín Cultural 30 Oct 2021

Hace treinta años, en 1991, falleció la pensadora española María Zambrano, una de las plumas más bellas del siglo XX. Su variada obra concilió filosofía, poesía y religión y se caracterizó por un llamado a explorar las formas íntimas de la vida y el fondo sagrado y misterioso desde el que emerge cualquier claridad, pues “nada de lo real puede ser humillado”. Este escrito explora las tensiones entre filosofía y poesía.

La soberbia del filósofo frente a la humildad del poeta

En su escrito “La destrucción de la filosofía en Nietzsche” sostuvo María Zambrano: “El logos de la Filosofía traza sus propios límites dentro de la luz. El de la Poesía, en cambio, cobra su fuerza en los peligrosos límites en que la luz se disuelve en las tinieblas, más allá de lo inteligible. Pero la poesía nació como ímpetu hacia la claridad desde esas zonas oscuras, por eso precede a la Filosofía. […] Sin poesía previa la razón [filosófica] no hubiera podido articular su claro lenguaje”. Parte de estas ideas las había desarrollado previamente Zambrano en su famoso libro Filosofía y poesía de 1939, publicado en América Latina, cuando la pensadora llegó a México huyendo del fascismo.

Pero, ¿por qué la poesía precede a la filosofía? La respuesta tiene, incluso, una explicación histórica, vinculada al nacimiento de la filosofía en Grecia. En efecto, primero fueron los cantos y las “explicaciones” dadas por Homero y por Hesíodo; primero fue la conciencia poética la que abrió un “claro” en la turbulenta realidad, misteriosa, inasible, cuando aún no existían como tal las cosas, para hacer vivible el mundo para el hombre. La poesía permitió la emergencia de lo divino, de los dioses, los cuales no son más que formas de tratar con lo real.

Si se observa la filogénesis humana, la antropogénesis, o lo que llamo la antropoiesis o esa producción simbólico-material necesaria para la reproducción de la vida humana, la naturaleza era un ambiente hostil para el ser humano, la realidad se le presentaba al humano como resistencia, como contravoluntad. Pues bien, es la poesía la que crea un útero habitable, una esfera cálida para decirlo con Peter Sloterdijk, donde el ser humano ganó seguridad y pudo habitar y morar esa physis. Fue mucho después, cuando los mitos ya daban cuenta de la realidad, cuando había una totalidad ontológica de sentido, cuando surgió la pregunta filosófica.

La pregunta por el arjé, el principio unitario explicativo de todo lo real, sólo es posible sobre el suelo puesto por la poesía. Por eso, la poesía comunica con algo más arcano, con lo sagrado, es el primer contacto del ser humano con el devenir, con el fondo último de la realidad. La pregunta filosófica, entonces, labora ya sobre un mundo, diríamos; es un deseo de salvar las apariencias, como decía Platón. Pero para lograrlo, tiene que buscar el ser de las cosas, un punto seguro, arquimédico que permita dar cuenta de todo. Si la poesía era donación, revelación, entrega, embriaguez, hallazgo, la filosofía fue, desde Tales, Parménides, Anaxímenes, Platón y Aristóteles, persecución, búsqueda del ser.

El ser sólo es posible para la pensadora española con la pregunta, la inquietud; no es pues, como para Heidegger, lo dado previamente, “lo que es” sobre el que son posibles las cosas. Por eso, para Zambrano lo primario es lo sagrado, la vida en su devenir, el fondo oscuro de lo real. De esa realidad tenemos aprehensión, notificación en el sentir originario, en ese sentir que ya es intelectivo, y en esa inteligencia que es, como decía Xavier Zubiri, “inteligencia sentiente”.

En Zambrano, la vida biológica precede al ser, y éste se va revelando lentamente en la historia humana, en esa aventura que se da entre el alma y el mundo, entre el ser humano y el cosmos. El animal y la planta nacen con el ser completo, el ser humano, por el contrario, es un ser inacabo, incompleto, mendigo, al cual el ser se le revela en el tiempo; el ser es algo que se conquista, tras lo cual se va, es perseguido por la soberbia del filósofo.

El Valle de la Muerte: así es el lugar más caliente de la Tierra

Dice Zambrano: “Así, la pregunta filosófica que Tales formulara un día, significa el desprendimiento del alma humana, no ya de esos dioses creados por la Poesía, sino de la instancia sagrada, del mundo oscuro de donde ellos mismos salieron”. El nacimiento de la filosofía implica inquirir, perseguir, en pocas palabras, implica cierta dosis de violencia, pues la admiración y el asombro no bastan, ya que es necesario desprenderse violentamente de las cadenas de la caverna, para ascender a la luz, para ganar la libertad.

De ahí que, en la filosofía, el concepto mismo es reducción y generalización, pero también “el hallazgo del concepto liberó al hombre de la servidumbre ante la fisis sagrada […] Esta liberación es el origen histórico del hombre tal como lo hemos conocido, en su último paso de la cultura de occidente”. Así pues, el filósofo rasgó el velo de lo real para perseguir el ser, para perseguir la esencia y para crear conceptos que le hicieran manejable el mundo. Ahí surgió la metafísica, que, como decía Nietzsche, es miedo a lo real, al devenir.

Desde ese momento la filosofía siguió su camino inquisidor. Con Platón venció a la poesía pues el filósofo griego expulsó al poeta del Estado por no saber dar cuenta de lo que dice, por no distinguir entre el bien y el mal y no llegar a la verdad, a la Idea, con lo cual se dio un paso en la reducción de lo humano, de las pasiones y de las entrañas. Parménides ya había contribuido, en verdad, a ese sepultamiento pues el ser es redondo, cerrado, completo, se puede decir, y aquello que no cabe dentro del ser simplemente no es.

El ser es y el no-ser no es. Sencillo pero definitivo en el triunfo de la filosofía que siempre tendió a la unidad, a la totalidad, mientras la diversidad, la riqueza, la pluralidad del mundo y de las entrañas humanas, sus pasiones, quedaban allende de la razón, quedaban ocultas en las cavernas de la vida, sin ser visibilizadas. Este actuar de la filosofía, el despliegue de su poder, significó una renuncia. Se renunció a “algo” del mundo, al devenir mismo, al cambio, a todo aquello que había ofrecido la misma experiencia humana; se desdeñaron todos los contenidos aprisionados en la gruta y en la guarida del sentir. Esta renuncia es el lado oscuro de la Filosofía, es el lado oscuro de la razón: es su sombra; fue un desdeñar el mundo, un desdeñar la vida misma.

Pero, “mientras tanto, de otro lado el poeta seguía su vida de desgarramiento, crucificado en las apariencias, de las que no sabe, ni quiere desprenderse, apegado a su mundo sensible: al tiempo, al cambio y a las cosas que más cambian, cuales son los sentimientos y pasiones humanas, a lo irracional sin medida”. El poeta siguió siendo fiel al mundo, a las apariencias; siguió siendo el portavoz de las palabras, de las musas, de “algo” que lo arrobaba y que le venía de lo sagrado, de la historia misma del hombre y del mundo, de “la gran cadena del ser” para decirlo con Arthur Lovejoy.

 El poeta era funcionario de la palabra, de un verbo que emergía y se hacía carne. Por eso, aquí poesía y mística se hermanaban para dar cuenta, no con razones, de los misterios de lo real. “La poesía perseguía, entre tanto, la multiplicidad desdeñada, la menospreciada heterogeneidad. El poeta enamorado de las cosas se apega a ellas, a cada una de ellas y las sigue a través del laberinto del tiempo, del cambio, sin poder renunciar a nada: ni a una criatura ni a un instante de esa criatura, ni a una partícula de la atmósfera que la envuelve, ni a un matiz de la sombra que arroja, ni del perfume que expande, ni del fantasma que ya en ausencia suscita”.

Y el filósofo moderno, entre tanto, con la hazaña de Descartes, constituía el ser, negaba el ser dado en el acto creador y lo instauraba con su libertad dominadora, creadora. El sujeto moderno se lanzó al dominio del mundo, con soberbia, y quebró los lazos con el cosmos, con el cuerpo, sacrificando la interioridad del ser humano y la riqueza misma de la realidad. Con su acción, luego con la técnica, con la ciencia, etc., el hombre moderno y su ratio, su razón calculadora, convirtió el mundo en algo inhóspito, lleno de abalorios y cachivaches. Ese fue el fruto de su razón, de su razón instrumental o de dominio como lo denunciaron Scheler, Weber, Horkheimer, entre otros, ya en el siglo XX.

Por eso María Zambrano propuso desde los años treinta una crítica a la razón y abogó por un saber sobre el alma que permitiera dar cuenta de un “hombre íntegro”. De ahí que su “razón poética” sea una respuesta al conflicto entre poesía y filosofía, pero también a la crisis de la modernidad. La razón poética es mediadora, integradora, sintética; no desdeña la heterogeneidad del mundo, sino que acoge y recoge su riqueza; religa y unifica los tesoros que la razón dominadora ha fracturado, ha mutilado.

Esta nueva racionalidad, esta racionalidad más amplia, más rica, caritativa, piadosa, fue descrita así por María Zambrano: “Hace ya años en la guerra sentí que no eran ‘nuevos principios ni una reforma de la razón’, como Ortega había postulado en sus últimos cursos, lo que ha de salvarnos, sino algo que sea razón, pero más ancho, algo que se deslice también por los interiores, como una gota de aceite que apacigua y suaviza, una gota de felicidad (…) ha de tener muchas formas, será la misma en géneros diferentes”. Ese nuevo logos debía darles voz a las entrañas, al inconsciente colectivo, a la realidad esquiva a la razón discursiva y al pensamiento lógico-matemático.

Esos “interiores” son las entrañas, las cavernas, los ínferos del alma, del ser humano, de la realidad; son esos “objetos” de conocimiento, de un nuevo conocimiento al cual se accede sin violencia; objetos de conocimiento que se dan, se ofrecen, salen al encuentro. Si la filosofía nació como violencia contra el devenir, si para llegar a la verdad creó los métodos y exasperó la libertad de la voluntad, la nueva razón implica una reforma de la filosofía, implica, en suma, ir más allá de ella como bien lo vio E.M., Cioran, pues: “Por el conocimiento poético el hombre no se separa jamás del universo, y conservando intacta su intimidad, participa de todo, es miembro del universo, de la naturaleza, de lo humano y aún de lo que hay entre lo humano, y aún más allá de él”.

María Zambrano describió en su obra el combate entre poesía y filosofía, dio cuenta de sus tensiones, pero también fue consciente de que en algunas épocas y en algunos pensadores, ambas habían tenido algunas felices fusiones, tal como en Nietzsche, Kierkegaard, Bergson y Ortega y Gasset. Su obra misma es, también, puesta en acto de esa feliz conciliación, un signo, una muestra, una prueba.

Total Page Visits: 128 - Today Page Visits: 1