El «espíritu» del aviador (una contribución ontológica a la literatura)

Por Coloso de Rodas

Los amigos habrían aconsejado al aviador que no añadiera la última frase de la novela  Tierra de hombres: «Sólo el espíritu, si sopla sobre la arcilla, puede crear al Hombre». Esta solemne declaración combina en sus dos mayúsculas dos de los términos más equívocos de su obra. Por otra parte, resume toda la conciencia de las obras precedentes y anuncia la meditación de las que vendrán.

Hasta entonces, el aviador había mostrado los límites del conocimiento racional y había intentado presentar un modo de relación total del sujeto con el mundo describiendo situaciones particulares en sus primeras obras. Había intentado ampliar su conciencia yuxtaponiendo su experiencia como piloto con ejemplos de otros tipos. El final de El hombre y su mundo, aislado del resto del texto, sin ningún vínculo necesario con lo que le precede, anuncia una meditación de alcance más directamente ontológico que los relatos precedentes.

En efecto, la reflexión adquiere allí un carácter más ontológico. El término Espíritu es inesperado. Pero la imagen de la arcilla en contraste con la del hombre ya aparece en la exhortación al burócrata: «la arcilla de la que estás formado se ha secado» se repite dos veces en la descripción de los obreros polacos al final de El hombre y su mundo. Por tanto, justo antes de la afirmación final que estamos estudiando: «El hombre era como un montón de arcilla» y «el misterio es que se han convertido en fardos de arcilla». 

La misma fórmula se encuentra en los Cuadernos: «Esta pasta humana de la que se saca tan poco». La fórmula, por tanto, se anuncia en parte por el contexto, y el significado de un principio aparentemente abstracto se vincula así al orden estrictamente literario.

Sin embargo, hay que destacar que las obras del aviador terminan todas con una repetición, como si el libro marcara una pausa y el final del libro una vuelta a la existencia en la que se desarrollará la siguiente obra. Por su composición y secuencia, las obras del aviador aparecen como momentos privilegiados de conciencia en el corazón mismo de la existencia, la profundización de lo singular, a la manera de novelas de experiencia como La Náusea o El extrajeron. La ocasión es la derrota francesa en la Segunda Guerra Mundial y la participación total pero lúcida del aviador en este acontecimiento. A partir de sus reacciones personales ante esta situación histórica, contrapone dos actitudes: la de la inteligencia y la del espíritu.

La meditación existencial se basa enteramente en una observación primaria: me choca un hecho que nadie admite: la vida del aviador es intermitente. «La vida de la inteligencia por sí sola es permanente, o más o menos. Hay poca variación en mis facultades analíticas». Pero el espíritu no considera los objetos, sino el significado que los une. La cara que se lee a través, y el espíritu pasa de la visión plena a la ceguera absoluta. El que ama su dominio, llega el momento en que descubre que no es más que una colección de objetos dispares.

El aviador cree que, «el que ama a su mujer, llega la hora en que sólo ve en el amor preocupaciones, molestias y limitaciones. Aquel que solía disfrutar de tal o cual música, llega la hora en que no recibe nada de ella. Llega el momento, como ahora, en que ya no entiendo a mi país. Un país no es la suma de regiones, costumbres, materiales, que mi inteligencia siempre puede captar. Es un Ser. Y llega un momento en que descubro que soy ciego a los Seres».

La observación del aviador expresa la conciencia de una disparidad temporal entre la inteligencia y el espíritu: en el sujeto hay dos actitudes posibles ante el mundo y los seres. No coinciden en el tiempo y cada uno constituye un punto de vista diferente en el universo. El aviador aportará una visión, tanto experiencial como reflexiva, entre las modalidades de ser propias de cada una de estas dos actitudes.

El aviador debe reconocer, en primer lugar, que la inteligencia es una facultad de análisis; se ordena a la captación de las partes, de los elementos, de las cosas en su ensoi: es una finalidad objetiva. El espíritu, en cambio, es una actitud de conciencia que alcanza a los seres en su contexto existencial y afectivo; se ordena a la conciencia del ser en su presencia global: lo que el aviador designa como Ser, con mayúscula. La inteligencia antepone el mundo a sí misma; el espíritu la alcanza en el campo total de sus relaciones conmigo. Mientras que la inteligencia se ocupa del aspecto analizable de las cosas, el espíritu busca encontrar el ser en la unidad de su conjunto, caracterizado y definido por valores particulares.

Una vez establecida la distinción entre inteligencia y espíritu, el aviador retoma una serie de situaciones concretas para mostrar en cierta medida la naturaleza misma del espíritu a través de su funcionamiento. Desde el colegial hasta el Padre de la Iglesia, el aviador busca el camino del Espíritu: lo que uno mismo piense de él no tiene importancia. El aviador  dice:

«Y el niño que se entusiasma con las lecciones de gramática me parecería pretencioso y sospechoso. Lo importante es manejarse con un objetivo que no se muestra en el momento. Este objetivo no es para la Inteligencia, sino para el Espíritu. El Espíritu sabe amar, pero duerme. Sé lo que es la tentación tan bien como cualquier Padre de la Iglesia. Ser tentado es ser tentado, cuando el Espíritu está dormido, a ceder a los motivos de la Inteligencia».

Para el aviador y piloto de guerra el caso aún más evidente de una situación que se supera en nombre del Espíritu a pesar de los dictados de la inteligencia es el de la derrota francesa: «¿Pero era necesario que Francia, para ahorrarse una derrota, rechazara la guerra?». Francia, por instinto, juzgada de la misma manera, ya que tales advertencias no la desviaron de esta guerra. El Espíritu en nosotros ha dominado la Inteligencia.

¿Estamos ante una moral del absurdo? ¿Se niega sistemáticamente la inteligencia en nombre de un vago irracionalismo? Quizás haya algo de esto en las declaraciones demasiado abstractas que acabamos de citar. Pero tratemos de encontrar la orientación de estas declaraciones de principios y, sobre todo, tratemos de ver cómo se corresponden con el sentido de la propia obra. El Espíritu representa un aspecto irracional del hombre. No siempre hay una correspondencia entre inteligencia y Espíritu.

A partir de estos datos, es necesario ampliar la reflexión. Para el aviador, la inteligencia se presenta como una facultad de aprehensión del universo según sus datos objetivos, mientras que el Espíritu es la facultad de la presencia total del hombre ante los seres. Esta presencia se logra mediante la participación activa en el universo e implica todas las aportaciones del individuo, afectividad, pensamiento, acción. El espíritu se refiere, pues, a una especie de contemplación activa del mundo, posibilitada por la inserción total del hombre en el mundo.

El Espíritu no es una facultad definida sino una actitud de la persona total, de la subjetividad viva. Se trata, pues, de estar en el mundo con todas sus posibilidades, no sólo de mirarlo desde fuera, sino de afirmarse en él como fuente de valores, de hacerse a sí mismo haciendo el mundo: hay una verdad más alta que los enunciados de la inteligencia. Algo pasa a través de nosotros y nos gobierna, lo cual experimento sin comprenderlo todavía. Un árbol no tiene lenguaje. Somos de un árbol. Hay verdades que son evidentes, aunque sean incognoscibles.

La imagen del árbol, el devenir y la duración, nos devuelve a una perspectiva más amplia que la de un problema exclusivamente epistemológico. Conviene subrayar que, a pesar de la insistencia con la que distingue una de otra, el aviador no excluye la inteligencia del Espíritu, aunque la primera funcione a menudo en detrimento de la segunda y aunque ésta ignore los dictados de la primera. Excluir por completo la inteligencia equivaldría a entregar al hombre al sentimiento, algo que el aviador rechaza sin la menor duda: «malo cuando el corazón anula el alma».

Cuando el sentimiento prevalece sobre la mente. […] Sin duda una señal de que la mente debe convertirse en sentimiento, pero que no hay sentimiento que valga en primer lugar.  Espíritu no significa, pues, una negación de la inteligencia, sino una integración de ésta en la totalidad subjetiva. El aviador encuentra como fuente de conocimiento un sujeto unificado, formado por datos diversos pero inseparables en facultades autónomas. El conocimiento válido debe definirse como una relación que se establece desde el sujeto total y que une al ser en su presencia irreductible.

Hasta cierto punto, la distinción entre comprensión fenomenológica e inteligencia clásica podría compararse con la distinción entre inteligencia y Espíritu: «mediante esta noción ampliada de intencionalidad, afirma en su prólogo a la Fenomenología de la percepción, la comprensión fenomenológica se distingue de la intelección clásica, que se limita a las “naturalezas verdaderas e inmutables, y la fenomenología puede convertirse en una fenomenología de la génesis.

En la forma ampliada de conocimiento que propuso, puede decirse que el aviador se propuso comprender el modo de existencia único de los seres, pero que también quiso relacionar los seres y los acontecimientos de un modo más eficaz, que dibujan una determinada manera de tomar posición con respecto a la situación humana”. Y puesto que la situación humana no se encuentra en abstracto, sino en y a través de la situación personal en ciernes, le parecía esencial asumirla mediante actos concretos.

La actitud pasiva del aviador al principio de Piloto de Guerra contiene la ilusión subyacente de que los acontecimientos deben situarse en relación con una condición humana abstracta. El final de Piloto de Guerra, en cambio, reconoce que los hechos se han convertido en una significativa en relación con una forma de tomar posición respecto a la situación humana, la del propio aviador. El paso de la Inteligencia al Espíritu marca un cambio radical de actitud hacia el mundo: se deja de exigir que los acontecimientos signifiquen en lo absoluto, es decir, fuera del sujeto, y se acepta hacerlos significativos en relación con una situación personal.

El cambio sólo puede tener lugar a través de la decisión de que la existencia personal y los acontecimientos tienen un significado dado en lo absoluto y de una vez por todas. La inteligencia debe referirse a significados definidos: el análisis es un intento de encontrarlos dentro de las cosas y los hechos. El razonamiento busca una justificación que trascienda la situación haciéndola depender de principios absolutos. El Espíritu, en cambio, no se ocupa de un punto de vista absoluto: es una presencia activa del sujeto en el mundo y hace que el mundo tenga sentido en relación con el sujeto que se realiza.

Así es como el aviador puede superar el absurdo de la derrota francesa y afirmar que palabras como victoria y derrota no tienen ningún significado real. Absurdo, derrota, victoria se refieren a un punto absoluto; por eso el aviador  los rechaza. En la perspectiva del Espíritu, forman parte de una situación vivida por un sujeto en formación. Todo el Piloto de Guerra se basa en ese cambio de actitud. Tomada en términos absolutos, la derrota francesa es abrumadoramente absurda y ningún acto en particular está justificado. Situada en el futuro colectivo de la nación francesa o en el del propio aviador, se convierte en una situación significativa y, en cierto modo, adquiere un valor positivo.

Para el aviador el significado parece menos inmanente a la cosa en sí que a la relación sujeto-objeto como tal. El significado de una cosa o de un hecho designa, en efecto, su participación en el ser total del universo, pero esta participación pasa primero por el sujeto. Descubrir el significado de un acontecimiento es primero tomar conciencia de su relación con el devenir subjetivo. A través de la relación primaria de la cosa con el sujeto-que-se-hace, pero sólo a través de esta relación, el sentido se convierte en participación en el ser del universo.

El sentido del desierto reside en los movimientos que lo animan y convocan el ser del sujeto; el sentido del pozo está hecho del paseo por el desierto y de la sed del que llega a él. El significado de la derrota francesa está ordenado por lo que el propio aviador realizó durante su misión sobre Arras. Cuando reclama un sentido de la vida para los doscientos millones de hombres de Europa que no tienen sentido y que querrían nacer, cuando afirma: «Cuando tomemos conciencia de nuestro papel, incluso del más efímero, sólo entonces seremos felices», el aviador pretende ante todo promover la conciencia del sentido de la vida. Porque el sentido sólo se funda en el ser que se hace: la forma de vida del aviador es la expresión más consciente y elaborada de ello.

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