Por Robert James
Nietzsche concibe que, desde una mirada teleológica o utópica, la historia carece de existencia tangible y verificable. Los relatos que pretenden conferirle un sentido, una meta, un desenlace o un telos no son más que proyecciones subjetivas inscritas en la perspectiva del autor que las formula. El historiador, al narrar los acontecimientos, introduce inevitablemente en ellos sus propias creencias, esperanzas y temores, y de ese modo se aleja de toda posibilidad de ofrecer una comprensión única y definitiva de lo que ha ocurrido.
Para Nietzsche la historia no es una entidad concreta, cerrada ni concluyente, sino una constelación de interpretaciones diversas que no imponen la obligación de comprometerse con los hechos ni de interpretar el presente como una culminación necesaria del pasado. Desde esa premisa resulta legítimo cuestionar la utilidad de la historia misma y preguntarse si no se reduce a una compilación de respuestas arbitrarias que la humanidad se ha ofrecido a sí misma a través de la pluma de los historiadores, o incluso si no es posible prescindir de la búsqueda del porqué de los acontecimientos y concebirla como un movimiento disperso, sin necesidad de injertar en ella las visiones y significados que filósofos e historiadores insisten en proyectar.
En este marco la única forma legítima de abordar la labor del historiador y concebir la historia consiste, según Nietzsche, en adoptar el método genealógico. Michel Foucault ha descrito esta perspectiva como meticulosa, documentalista y gris, orientada hacia la singularidad de los acontecimientos inadvertidos y capaz de fracturar las monotonías mediante el rigor de la erudición.
La genealogía, en el pensamiento de Nietzsche, está desprovista de grandes relatos, de significados ideales y de horizontes teleológicos. Se manifiesta como objeto de indagación en obras como la Genealogía de la moral, donde se interroga sobre el origen de los prejuicios morales, y también como vía para identificar aquellas formas móviles que preceden a lo externo, a lo accidental y a lo sucesivo, sugiriendo un origen siempre inestable y contingente.
Frente a las interpretaciones convencionales la genealogía ejerce una labor irónica y desmitificadora, mostrando su falsedad y su inanidad, desenmascarando supuestos principios solemnes como meras invenciones de la razón o del fanatismo. Nietzsche objeta la imagen moderna del historiador como un observador objetivo y preciso que descubre un pasado inmóvil dotado de esencia y relaciones causales. Para él tal visión constituye una perspectiva borrosa, una geometría ficticia de alcance universal que imita a la muerte y que carece de rostro y de nombre, engañando con la ilusión de una ley inevitable.
El interés de Nietzsche no reside en relatar simplemente la verdad sobre el surgimiento de algo que se cree poseedor de un valor intrínseco. Lo que busca es el conocimiento diferencial de las energías y los desfallecimientos, de las cimas y de los hundimientos, de los venenos y de sus contravenenos. La genealogía implica comprender la procedencia y las fuentes, así como la pertenencia a linajes y tradiciones que son siempre relativas. Supone leer en la exterioridad y en el accidente lo que somos, rastrear las raíces de nuestro cuerpo y descubrir el nacimiento de nuestros deseos, errores y aspiraciones.
La genealogía revela la articulación del cuerpo con la historia, exhibe sus tensiones, sus presencias y sus destrucciones. Para Nietzsche el nacimiento es siempre la irrupción de una forma de poder, el despliegue de un diagrama de fuerzas en constante variación. El genealogista describe el modo en que tales fuerzas se enfrentan y cómo establecen sistemas de sumisión que dependen del juego azaroso de las dominaciones.
En esta visión se rechaza la figura del historiador que confía en un final o en un ideal ascético que dirige lo contingente hacia lo universal. Se erige en su lugar la figura del genealogista con su actitud anti-histórica y su uso de la parodia para demoler la historia monumental y la pretensión de que el historiador transmite reminiscencias puras del pasado. El genealogista disocia su propia identidad, evidencia la heterogeneidad que impide toda esencia y convierte la voluntad de saber en un instinto que revela las huellas del poder pretérito.
Nietzsche recurre a un estilo fragmentario para desplegar su genealogía anti-histórica, desafiando la pulsión de verdad que domina en historiadores y filósofos. Los fragmentos que produce aluden al juego, al azar y a la risa, configurando un pensamiento flexible y con cadencias inesperadas. Este estilo no consiste en la mera acumulación de conceptos filosóficos, pues se caracteriza por una disposición disruptiva, irreverente y contradictoria, que no por ello renuncia a la fuerza crítica. A diferencia del historiador que persigue la verdad, Nietzsche considera que la genealogía nace de forma espontánea en un estado de éxtasis intelectual y de pensamiento errante. Su obra adquiere así la forma de una sinfonía de intensidades fluctuantes y vibraciones internas, una síntesis paradójica de vida e ideas expresada en textos irónicos y penetrantes en lo psicológico.
Pierre Klossowski ha observado que esta oscilación de intensidades se interpreta a sí misma, descubriendo su propio sinsentido en la búsqueda perpetua de significados frágiles y efímeros. Después de la intensidad inicial sobreviene una calma relativa, y de esta calma nace una nueva fase de autorreconocimiento que en la escritura fragmentaria se desarrolla sin sujeción a un tiempo lineal, sin secuencias fijas y sin estructura narrativa cerrada.
Nietzsche vive con vehemencia la restitución de la apariencia y equipara la verdad con la fábula y con la ficción. Su propósito es mostrar la exasperación de la razón llevada al límite, la excentricidad de la gramática y la desconfianza hacia toda pista que sugiera verdades teleológicas. La escritura genealógica y fragmentaria despliega símbolos cargados de significados múltiples, capaces de desencadenar reacciones diversas y de desafiar las fuerzas reactivas, empujando hacia situaciones existenciales situadas en los umbrales de la locura.
En esta manera de escribir la historia desde un horizonte anti-histórico se desvelan las máscaras que median entre los acontecimientos y la percepción, y se juega con imágenes fragmentadas que cuestionan la pretendida objetividad. Las palabras y esquirlas que aparecen en la obra de Nietzsche remiten a su olvido y a su anamnesis de la experiencia vivida del eterno retorno. Identifica el mundo verdadero con el mundo de la apariencia, considerándolo un reflejo efímero y oponiéndolo a la historia monumental. La existencia se dibuja así en la danza de los círculos del retorno, donde pasión, vida e historia se entrelazan en un movimiento estético que no reconoce meta ni final.