Por Carlos Manuel Estefanía
Es el atardecer del 24 de agosto de 2024. Llego a casa y, como compañía, conecto mi teléfono móvil para escuchar una selección musical que me transporta en el tiempo: «La chica de la valija» y otros grandes éxitos de la música en español de los años sesenta, setenta y ochenta. No es una emisora española la que sintonizo, sino Radio Botkyrka, una estación del municipio homónimo al suroeste de la capital sueca. Sus ondas, captadas en los 91.6 FM del dial, se escuchan prácticamente en cualquier rincón de la ciudad. Además, en su sitio web radiobotkyrka.nu, sus programas están disponibles para oyentes de todo el mundo, ofreciendo contenidos en sueco y otros idiomas como polaco, finlandés y hasta urdú.
Entre estos idiomas no podía faltar el español, la segunda lengua más hablada del mundo por número de hablantes nativos. Fue en esa lengua en la que escuché, al entrar en casa, las piezas que siguieron a aquella inolvidable melodía extraída de la película italiana La ragazza con la valigia, dirigida en 1961 por Valerio Zurlini y protagonizada por la icónica Claudia Cardinale. Su suave melodía, acentuada por el inconfundible saxofón de Fausto Papetti, evoca un ambiente romántico y nostálgico, convirtiéndose en un legado perdurable de la música instrumental.
La música dio paso a una selección de canciones en español que estuvieron de moda hace más de treinta años. Para el radioescucha cubano con cierta edad, no resultará extraño asociar este programa con un clásico de la radio cubana: Nocturno.
Lo que estaba escuchando no era una ilusión sonora motivada por la inevitable nostalgia del emigrante, ni un inesperado viaje en el tiempo. Era el resultado de un programa que había elaborado pocos días antes para la emisora como parte de mi responsabilidad con su revista cultural hispana, a la que bauticé «La Tertulia de Estocolmo». En esta ocasión, quise regalar a mis oyentes, fueran cubanos, hispanoamericanos o suecos enamorados de nuestra lengua, una experiencia similar a la que durante años ayudó a los cubanos a evadirse de su realidad cotidiana y, sobre todo, del encierro que rompió sus lazos con el mundo y sus libertades culturales.
Al igual que los alimentos desaparecieron del mercado y solo se podían consumir en restaurantes estatalizados, los discos de cantantes extranjeros, incluso los que hablaban nuestra lengua, desaparecieron de las tiendas. Sin embargo, se nos concedió el respiro de escucharlos en las emisoras públicas, un recurso barato para mantenernos atados a ellas, tragándonos propaganda entre canción y canción.
He de reconocer que la radio cubana no careció de programas de calidad, especialmente dramatizaciones de obras clásicas de la cultura, algunos humorísticos, de popularización científica y, sobre todo, programas musicales como el mencionado Nocturno.
En el capítulo de «La Tertulia de Estocolmo» correspondiente a aquel caluroso día (aunque no lo crean, en Escandinavia puede hacer buen calor), inicié una serie especial dedicada a ese legendario programa radial cubano, que ha acompañado a generaciones con su música inolvidable.
Abrí mi programa con «La chica de la valija», una pieza que, en mi opinión, nunca debió dejar de ser la señal de apertura de aquel espacio radial surgido el 6 de agosto de 1966, una fecha muy cercana a la de mi homenaje en la radio nórdica.
Estoy seguro de que, en sus inicios, en tiempos tan convulsos, donde tantos espacios aparecían y desaparecían de manera fulminante e inesperada en los medios cubanos recientemente intervenidos por el Estado, ninguno de sus creadores sospechó que estaban trayendo a la luz lo que terminaría siendo más que un remanso para descansar el oído de tanta ideología: un ícono de la radio cubana, un espacio inolvidable tanto para los integrados como para los disidentes del sistema.
Desde su debut en 1966, Nocturno se convirtió en un programa que definió la juventud cubana, ofreciendo una selección musical de alta calidad que capturó el corazón de sus oyentes. Bajo la dirección de figuras como Rafael Suárez Yera y la icónica voz de Juan Ramón González Ramos, el programa se transformó en un pilar de la cultura radial cubana. La habilidad de Nocturno para combinar música y poesía dejó una marca indeleble en la historia de la radio cubana.
Es imposible hablar de Nocturno sin mencionar Alegrías de Sobremesa, un programa nacido en la misma época y escrito por Alberto Luberta. Aunque su selección musical no era de mi interés, reconozco que logró una hazaña similar a la de Nocturno, pero en el terreno del humor y el entretenimiento. Relanzado en 1965, este programa no solo ganó el favor del público, sino que se mantuvo al aire durante cinco décadas, resistiendo las turbulencias políticas y económicas del país. La capacidad de Luberta para conectar con varias generaciones hizo que Alegrías de Sobremesa se convirtiera en un referente de la radiodifusión cubana.
Hace unos años descubrí que podía escucharlo desde Estocolmo a través de internet, pero la desaparición de muchos de sus actores pioneros y la falta de gracia de sus relevos mataron mi interés. Un tiempo después, cuando en un ejercicio de nostalgia traté de volver a escucharlo, ya había salido del aire. El fallecimiento de Alberto Luberta en 2017 marcó el final de Alegrías de Sobremesa. El equipo de realizadores consideró que el programa era inseparable de su creador, por lo que decidieron ponerle punto final con la emisión del 1 de julio de 2017, cerrando así un capítulo extraordinario en la historia de la radio cubana.
En cuanto a Nocturno, tengo entendido que a partir de 2018 comenzó a ser televisado, pero sobre el resultado de ese experimento no puedo opinar. Solo puedo reafirmar los gratos recuerdos que en las noches dejó en mi memoria su versión radial, como signo indeleble de la juventud y de unas ilusiones que no volverán.
No es mi intención celebrar la totalidad de la industria cultural oficialista ni el conjunto de sus programas radiales; tampoco tengo duda de que estos espacios a los que me refiero nacieron del entendimiento de que era importante apretar pero no ahogar la mente y los sentimientos de la audiencia cubana. Sin embargo, tengo que reconocer que tanto Nocturno como Alegrías de Sobremesa demostraron que, por los motivos que fueran, incluso en un entorno marcado por la propaganda, era posible crear contenidos de calidad que resonaran con el público. Estos programas no solo ofrecieron entretenimiento, sino que proporcionaron un refugio cultural (más en el caso de Nocturno) y emocional para generaciones de cubanos, destacándose como brillantes excepciones en una radio dominada por el mensaje oficialista.
Termino esta nota dejando al “nocturnófilo” los enlaces a los tres programas que le dediqué a aquel espacio, esperando que los disfruten tanto como yo al prepararlos y luego al escucharlos, como el gran aficionado a la radio que he sido y sigo siendo hoy.
”La vida es una tragedia para los que sienten y una comedia para los que piensan”
Redacción de Cuba Nuestra
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