Ironía de Borges

Antes de que Marx llegara con su teoría de la «lucha de clases» (el motor de la historia), la civilización antigua y el medioevo aspiraron a una lucha entre alfabetos y analfabetos. Poder leer y escribir facultaba de poder un grupo sobre otro. La «democratización del alfabetismo» trajo con el tiempo que se invirtieran los papales. El poder se desplazó hacia el origen y evolución de la «propiedad». A fines del siglo XIX, Nietzsche observaba como la «brutalidad en el poder» se centraba en una oscura dicotomía del hombre como un ser para la domesticación.

Antropológicamente hablando, esta última idea de la domesticación a través de la escritura se mantiene hoy dentro de los cánones fundamentales del ethos civilizatorio. La alfabetización vs analfabeto es una lucha que renace en los días que corren mediante una impúdica prueba de dominación subjetiva. La prueba estriba (Nietzsche evoca su devenir) en que un grupo de «domesticadores alfabetizadores» van a leer a su modo textos para aquellos que, impedidos, lo puedan traducir y leer también. La «muleta de la alfabetización» controlada y autodirigida tomó cuerpo doctrinario en todo el mundo, en espacial en naciones dominadas por estados totalitarios.

Entre tanto, a través de la presencia de un «domesticador» poderoso llamado Jorge Luis Borges, comprendemos la razón por la cual aquella aversión al nacionalismo produjo una «escritura doméstica» antinacionalista para muchos.

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