Por AVC
“Doy ahora el sentido de cubanidad al pedazo social humano
que ha evolucionado sobre el territorio de la isla de Cuba”.
Elías Entralgo: Períoca sociográfica de la cubanidad.
Publicada originalmente en el año 1947, en la ciudad de La Habana, bajo la dirección editorial de Jesús Montero, la obra Períoca sociográfica de la cubanidad, del pensador y ensayista Elías Entralgo, constituye uno de los intentos más singulares por abordar la cuestión de la identidad nacional cubana desde una perspectiva poco explorada hasta entonces: la sociografía. Con el paso del tiempo, y quizás como reflejo de su carácter inclasificable y marginal dentro de los grandes discursos historiográficos, el libro fue rescatado de un relativo olvido mediante su inclusión en la colección de ensayos Lecturas y estudios, publicada por la Comisión Nacional Cubana de la UNESCO en 1962. Décadas más tarde, en 1996, una segunda edición, esta vez bajo el sello de la Editorial Unión, dentro de su Colección La Fuente Viva (número 2), volvió a colocar el texto en circulación, aunque todavía dentro de círculos especializados y académicos.
La tercera edición, llevada a cabo por Ediciones Exodus en el año 2017, responde a una voluntad explícita de rescate y divulgación dirigida, esta vez, a un público más amplio: el de la diáspora cubana. La intención que motiva esta nueva reedición es hacer accesible al lector contemporáneo —particularmente aquel exiliado o emigrado— una obra que, por su estructura, su enfoque metodológico y su contenido, ofrece una lectura novedosa y compleja de lo que podríamos llamar la cartografía espiritual de la cubanidad. Se trata, sin duda, de un texto que conjuga con acierto la descripción del espacio físico con la interpretación del alma nacional, lo que le confiere un valor particular en el contexto de los estudios sobre la identidad cubana.
Elías Entralgo, en un gesto intelectual profundamente coherente con los debates epistemológicos de su tiempo, escoge el método sociográfico para indagar en uno de los problemas más fascinantes —y a la vez más resbaladizos— del pensamiento cubano: la razón de ser de la cubanidad. No se contenta con enumerar sus atributos culturales ni con rastrear sus raíces históricas o folclóricas. Su interés radica, más bien, en mostrar cómo la cubanidad se despliega, se organiza y se manifiesta sobre un territorio concreto, en un espacio que es al mismo tiempo físico, simbólico y social. En este sentido, la Períoca sociográfica de la cubanidad es también una tentativa de pensar el espacio como productor de sentido, como soporte estructurante de la experiencia nacional.
Resulta, por tanto, llamativo que buena parte de la historiografía que ha comentado o referenciado esta obra lo haya hecho desde un enfoque marcadamente historicista, dejando de lado —cuando no desestimando— la dimensión espacial y territorial que el propio Entralgo quiso privilegiar. En lugar de ver en Períoca… un intento de narrar una cronología de la cubanidad, deberíamos más bien leerla como una cartografía del “pedazo social”, es decir, como un estudio de cómo la identidad cubana se construye y se afirma en relación con el espacio que habita. El autor no propone una historia de los hechos ni una teoría de los símbolos nacionales, sino una mirada sobre la configuración de lo cubano en el seno del territorio insular, pensado no como mera geografía, sino como espacio vivido, ocupado, sentido.
Este enfoque sociográfico permite comprender la cubanidad no como una abstracción cultural, sino como una realidad espacializada, modelada por la historia, pero también por el paisaje, la geografía humana y la ocupación del suelo. La idea de una “cubanidad al pedazo social” implica, por tanto, la intersección entre el sujeto colectivo y el espacio que lo acoge, lo limita, lo reproduce. En esta línea, el texto de Entralgo se sitúa en una tradición poco reconocida en Cuba, aunque con antecedentes en Europa, particularmente en la sociografía holandesa y en la sociología alemana de finales del siglo XIX y comienzos del XX, ambas influidas por corrientes geográficas, formales y empíricas que buscaban comprender el vínculo entre comunidad y espacio.
No obstante, y pese a estas influencias europeas, es en la obra del pensador antillano Eugenio María de Hostos donde Entralgo encuentra su verdadera fuente de inspiración metodológica y filosófica. En Geografía evolutiva y Tratado de sociología, Hostos propone un pensamiento en el que la geografía deja de ser un simple decorado para convertirse en un factor activo de la formación del carácter y de las estructuras sociales. Esta lectura hostosiana permite a Entralgo articular una sociografía criolla, adaptada al caso cubano, en la que el espacio nacional se convierte en principio organizador de la identidad.
Ahora bien, antes de profundizar en la consistencia interna del modelo geo-social propuesto por Entralgo, conviene detenerse brevemente en el contexto histórico y cultural en que esta obra fue concebida. Nos situamos en la década de 1940, un momento particularmente complejo en la historia de Cuba, caracterizado por una serie de tensiones entre la modernización institucional y la persistencia de prácticas políticas caudillistas y clientelares. Es en este contexto —marcado por la búsqueda de una legitimidad republicana y la necesidad de una redefinición del proyecto nacional— donde Entralgo redacta su ensayo, como parte de un esfuerzo colectivo por dotar a la nación de herramientas interpretativas propias, capaces de responder a su singularidad histórica.
Tres grandes acontecimientos definen esta coyuntura y estructuran el horizonte intelectual de la época. En primer lugar, la promulgación de la Constitución de 1940, que significó no sólo un avance jurídico, sino también un intento de refundación del pacto social. En segundo lugar, el arraigo progresivo del positivismo en las ciencias sociales y culturales, lo que se tradujo en una valorización del dato empírico, de la estadística y del análisis científico de los fenómenos sociales. En tercer lugar, una toma de conciencia cada vez más clara, por parte de la intelectualidad cubana, sobre la necesidad de pensar críticamente los problemas de la nacionalidad y de la cubanidad.
Durante el periodo comprendido entre 1930 y 1950, la cubanidad fue objeto de múltiples estudios que oscilaron entre lo empírico y lo simbólico, entre lo etnológico y lo conceptual. Entralgo, sin negar el valor de estos enfoques, propone una vía alternativa, quizás más estructural y menos sentimental: una mirada al mapa, no para trazar rutas, sino para descifrar las huellas de un espíritu colectivo en el territorio insular. En ese gesto, silencioso y riguroso, radica tanto la originalidad como la vigencia de su propuesta.
La publicación, en 1940, de Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar por Fernando Ortiz marcó un punto de inflexión en la reflexión sobre la nacionalidad cubana. No se trataba únicamente de una obra etnológica ni de una crónica de productos agrícolas, sino de una propuesta epistemológica singular que redefinía los términos de la identidad cubana a partir de un juego dialéctico entre dos cultivos simbólicos. Tabaco y azúcar, en el universo de Ortiz, no eran solo mercancías, sino modos de ser, actitudes ante el trabajo, configuraciones de lo sensual y lo político, pulsiones civilizatorias y barbaries complementarias. La cubanidad, en consecuencia, no podía entenderse ya como una sustancia estable, sino como un contrapunto, una interacción permanente, casi musical, entre elementos en pugna. La herencia de esta visión resonó poderosamente en las décadas posteriores, inspirando a una generación de pensadores a alejarse de las definiciones esencialistas y a explorar el mestizaje, la hibridez y el conflicto como fundamentos del ser nacional.
Dentro de ese horizonte, la obra de Elías Entralgo aparece como una voz que, si bien no adopta el tono ni la metodología de Ortiz, comparte su inquietud por desentrañar las condiciones materiales y simbólicas que dan forma a la cubanidad. Ahora bien, Entralgo se mueve en un registro diferente: su interés se centra en el espacio vivido, en las formas de organización territorial y en la constitución sociológica de lo cubano en el marco de la vida cotidiana. Su Períoca sociográfica de la cubanidad, escrita en los años cuarenta, responde a una preocupación distinta a la de la etnografía cultural; se trata más bien de una indagación sobre el territorio como matriz del sujeto social, sobre la manera en que los cubanos habitan y significan su espacio geográfico. La cubanidad, en este sentido, no es un carácter ni una herencia, sino una forma de ocupar el espacio: un modo de estar en el mundo, vinculado a lo barrial, a lo doméstico, a lo comunitario, y no únicamente a lo estatal o lo institucional.
Aunque los ensayos más conocidos de Ortiz sobre la cubanidad aparecerían años después del Contrapunteo, Entralgo había comenzado ya su recorrido en estas aguas conceptuales desde 1935, cuando publica su Esquema de sociografía indocubana. Este texto temprano revela ya una voluntad de articular una visión de la sociedad cubana no desde las grandes categorías históricas ni desde los discursos abstractos de la nación, sino desde la observación fina de sus formaciones sociales. En lugar de trazar una historia heroica o un relato épico del mestizaje, Entralgo se concentra en lo micro: los barrios, las familias, las clases emergentes, los modos de relación vecinal. Su sociografía es, en cierto modo, una antropología del presente, o mejor, una geografía de los afectos sociales.
Conviene detenerse en este punto. ¿Por qué Entralgo opta por un enfoque sociográfico, y no por una línea más historiográfica o ensayística como la de Ortiz o Roig? La respuesta podría encontrarse en su adscripción metodológica, no explícitamente marxista pero sí influida por una sensibilidad moderna hacia la estructura social. Su interés por la formación de clases, por la dimensión espacial del vínculo social, y por la relación entre geografía y subjetividad, lo acercan a ciertos postulados de la sociología alemana de fines del siglo XIX y principios del XX. En particular, se percibe una huella visible de Ferdinand Tönnies, cuya distinción entre Gemeinschaft (comunidad) y Gesellschaft (sociedad) ofrece un marco clave para entender la transición de lo rural a lo urbano, de lo tradicional a lo moderno[1]. También resuena en su obra la influencia de Leopold von Wiese y su teoría de las relaciones sociales como unidades analíticas[2]. Y no debe olvidarse su lectura de la sociografía holandesa, especialmente de Rudolf Steinmetz, quien proponía una ciencia del espacio humano que combinara geografía, sociología y psicología social[3].
Pero más determinante aún fue su aproximación a las ideas de Eugenio María de Hostos. La Geografía evolutiva y el Tratado de sociología de Hostos no solo le ofrecen a Entralgo un andamiaje teórico, sino también una clave ética para pensar el territorio como escenario de la dignificación humana. De Hostos toma el principio —profundamente moderno y radical— de que la vida más intensa, más verdadera, no se desarrolla en las grandes abstracciones nacionales, sino en el pequeño mundo geográfico donde se da el contacto entre cuerpos y sentidos: el barrio, la familia, la escuela, el campo cercano. De ahí su énfasis en la barrialidad, esa forma de vida inmediata y colectiva que, según Entralgo, constituye el núcleo emocional y material de la cubanidad.
En este sentido, puede decirse que Entralgo propone una lectura topológica de la identidad nacional: lo cubano no es una esencia, sino una forma de inscribirse en el espacio. Y esa inscripción no es libre ni espontánea, sino que responde a fuerzas sociales, económicas y culturales que han modelado el territorio insular como un conjunto de enclaves, márgenes y centralidades. La sociografía de Entralgo es, por tanto, también una crítica implícita al discurso liberal de la nación como unidad homogénea: para él, la nación es una multiplicidad de zonas, de zonas vividas y vivientes, de geografías afectivas donde se encarna, en formas contradictorias y a veces precarias, el ser cubano.
Por eso resulta sorprendente que gran parte de la historiografía posterior haya leído la Períoca sociográfica de la cubanidad desde un prisma meramente historicista, omitiendo su intento por descentrar el relato de la nación hacia formas de vida concretas y territoriales. La obra de Entralgo, en este sentido, puede leerse como una forma de resistencia intelectual: en plena efervescencia del positivismo institucional y del nacionalismo doctrinario, su texto apuesta por una visión más íntima, más empírica, más localizada de lo cubano. Una cubanidad que no se proclama en los discursos, sino que se camina, se habita y se sufre.
En su introducción, Entralgo no se adentra en un análisis exhaustivo de los postulados de los autores que influenciaron su trabajo, pero sí deja claro que toma de Rudolf Steinmetz el enfoque descriptivo del término sociografía. Este concepto, según Steinmetz, se refiere a la «descripción monográfica de algunos sectores de la vida social, sobre todo los pequeños, más apropiados para una observación concienzuda». La sociografía, tal como la concibe Steinmetz, se aleja de los grandes relatos generalizadores para centrarse en los detalles de la vida cotidiana, la dinámica interna de las pequeñas comunidades, los grupos humanos de menor escala. El enfoque se mantiene en una observación empírica detallada, sin caer en la abstracción teórica.
De la sociología alemana, en particular de los trabajos de Leopoldo Von Wiese y Ferdinand Tönnies, Entralgo toma el concepto del «territorio determinado», es decir, el estudio de los países, las naciones y sus habitantes. Este enfoque se interesa por la interacción de los seres humanos con su entorno y por cómo las configuraciones sociales se manifiestan en contextos específicos. Sin embargo, Entralgo también señala que, si bien estos pensadores europeos contribuyeron al desarrollo de la sociografía, fue un sociólogo de América Latina, Eugenio María de Hostos, quien realmente precisó y sistematizó esta disciplina en el contexto de la cubanidad.
La figura de Steinmetz es fundamental en el desarrollo de la sociografía moderna. Desde su cátedra en la Universidad de Ámsterdam, él propuso una sociología centrada en lo empírico, que rechazaba la mera especulación abstracta de la teoría sociológica. Su enfoque era casi experimental, buscando desentrañar las realidades sociales a través de un estudio sistemático de los grupos humanos y sus relaciones en un momento específico de la historia. Para Steinmetz, la sociografía debía servir a la sociología teórica, proporcionando el material empírico necesario para la construcción de las grandes teorías sociales. Su obra fue clave en la consolidación de una sociología «positivista», orientada hacia la observación directa y la recolección de datos reales sobre la sociedad.
Sin embargo, Steinmetz también veía limitaciones en su enfoque. Consideraba que la sociografía no había alcanzado el completo reconocimiento dentro del campo de las ciencias sociales, debido a que sus fronteras no estaban claramente delimitadas y su relación con la sociología aún era ambigua. Para él, la sociografía debía ser una herramienta subsidiaria de la sociología, un campo de conocimiento que recopilara hechos y datos, pero sin pretender desarrollar teorías generales. Aquí entra la diferencia con la visión de Entralgo, quien no se limitó a esta visión estricta de Steinmetz. En lugar de subordinarse completamente a la sociología teórica, Entralgo incorporó una visión más holística, tomando en cuenta otras disciplinas, como la antropología, para enriquecer su estudio.
Siguiendo las ideas de Hostos, Entralgo hizo una distinción importante entre la geografía física y la geografía humana. Para él, la sociografía no debía entenderse como una disciplina centrada exclusivamente en los aspectos físicos del territorio, sino como una herramienta que abarcara las interacciones humanas con el espacio. Hostos, un pensador clave en la historia de la sociología latinoamericana, fue fundamental en esta reconfiguración del campo. Si Steinmetz había propuesto una sociografía empírica centrada en el medio físico, Hostos abogaba por una sociografía que evolucionara desde los paisajes humanos más pequeños hacia los más amplios, comenzando por la familia, luego el barrio, la ciudad y, finalmente, la región.
Este modelo de evolución geográfica social es central para entender la propuesta de Entralgo. En lugar de centrarse en la grandeza de las naciones o en los grandes relatos históricos, Entralgo se enfocó en el microcosmos de la familia cubana. Su visión sociográfica se centraba en el estudio de los estratos sociales más íntimos y cotidianos de la sociedad cubana, pues creía que la esencia de la cubanidad se encontraba precisamente en las interacciones más cercanas y en la estructura misma de la vida cotidiana. Esto lo llevaba a rechazar los enfoques más abstractos y teóricos de la sociología tradicional, para adoptar un enfoque más cercano, más palpable y más capaz de captar la complejidad de las relaciones humanas.
El concepto de «abierto en sociografía», como lo plantea Entralgo, tiene profundas implicaciones. Al señalar que Hostos abrió lo que Steinmetz quería cerrar, Entralgo sugiere que, mientras Steinmetz se centraba en la limitación y la definición estricta de los márgenes de la sociografía, Hostos optó por una visión más expansiva. Para Hostos, el espacio social debía entenderse como un fenómeno en constante evolución, desde la pequeña unidad de la familia, que constituye el primer núcleo social, hasta la región, pasando por el barrio y la ciudad. Cada una de estas escalas es un reflejo del desarrollo social, cultural y geográfico de una nación.
Entralgo, influenciado por esta visión evolucionista, eligió estudiar el entorno más pequeño, la familia, como el núcleo central para comprender la cubanidad. Este enfoque le permitió examinar cómo las dinámicas sociales, económicas y culturales se replicaban a través de las generaciones dentro del espacio familiar, y cómo estos patrones de comportamiento se traducían en un tejido social más amplio, el cual, en su conjunto, formaba la identidad de la nación cubana. Al centrarse en la familia, Entralgo podía desentrañar las raíces de la cubanidad desde un lugar muy cercano, observando cómo las clases sociales se formaban y se desarrollaban en la interacción cotidiana entre los miembros de cada unidad familiar.
Por otro lado, la obra de Eugenio María de Hostos, en la que Entralgo se inspira, aporta una base teórica crucial para entender la evolución de las comunidades humanas en función de su espacio. Hostos, al igual que Steinmetz, veía la geografía como una herramienta para comprender las dinámicas sociales, pero mientras Steinmetz se centraba más en la descripción del espacio físico, Hostos se adentraba en los aspectos humanos de la geografía. Esta distinción es esencial, pues permitió a Entralgo situar la cubanidad dentro de un marco geográfico que no solo abarcaba el territorio físico de la isla, sino también las formas de vida, las interacciones sociales y las construcciones culturales que se daban en ella.
En definitiva, el trabajo sociográfico de Entralgo, influenciado por Steinmetz, Wiese, Tönnies y, sobre todo, por Hostos, ofrece una visión detallada y matizada de la cubanidad. Lejos de reducirla a un simple fenómeno geográfico o político, Entralgo la presenta como un proceso social complejo que se construye en las interacciones cotidianas dentro de los diversos territorios sociales, desde la familia hasta la región. A través de este enfoque, Entralgo logra ofrecer una interpretación más rica y profunda de la nación cubana, mostrando cómo los elementos más pequeños y cotidianos de la vida diaria influyen directamente en la construcción de la identidad nacional.
La formación de la nación cubana, entendida no solo como un proceso histórico, sino también como un fenómeno cultural y social complejo, responde profundamente a lo que podríamos denominar un «habitar poético del espacio». Este concepto, cargado de significado simbólico, sugiere que el territorio cubano no es simplemente un espacio geográfico, sino un espacio impregnado de significados, de relaciones sociales y de experiencias compartidas que construyen, de manera dinámica y colectiva, la identidad de la nación. En este sentido, la sociografía, al romper con el historicismo positivista, se ofrece como la disciplina que mejor puede captar esta complejidad, al estudiar el espacio no solo como un conjunto de elementos físicos, sino como un lugar de interacciones humanas y culturales cargado de sentidos y significados.
La sociografía, en su búsqueda por entender la vida social desde sus elementos más concretos, aborda el espacio como un escenario en constante construcción, donde los individuos, al «habitar» ese espacio, no solo lo modifican físicamente, sino que también lo llenan de simbolismos, valores y significados. Este habitar poético del espacio es esencial para comprender cómo se forma la nación cubana, ya que permite visualizar cómo los cubanos, a través de sus prácticas sociales, culturales y políticas, han creado un espacio único, definido tanto por las dinámicas históricas como por las interacciones cotidianas que transcurren dentro de él. De este modo, el espacio cubano no es solo un fondo físico donde se desarrollan los eventos históricos, sino que es un elemento activo en la configuración de la identidad nacional.
Este concepto de habitar poético se convierte, así, en una clave para entender la sociografía en su contexto cubano, ya que permite ver el espacio no solo como un objeto estático que se estudia desde fuera, sino como un sujeto viviente que se construye a través de las relaciones sociales que ocurren dentro de él. La sociografía, al estudiar el espacio a través de las relaciones humanas, puede capturar cómo los cubanos han ido tejiendo, con el paso del tiempo, un territorio que, más allá de sus coordenadas geográficas, está compuesto por las historias, las costumbres, los valores y las luchas de sus habitantes. Este habitar poético del espacio, entonces, se convierte en un ejercicio de reconstrucción del pasado cubano desde las formas en que las personas lo vivieron, lo sintieron y lo habitaron.
La sociografía, al integrar este «habitar poético del espacio», se convierte en un vehículo para entender cómo la cubanidad ha sido moldeada no solo por las grandes estructuras políticas y económicas, sino también por las pequeñas interacciones cotidianas, las tradiciones locales, las costumbres, las luchas por la identidad y las formas de resistencia que los cubanos han experimentado a lo largo de los siglos. Es aquí donde la sociografía se aleja del historicismo positivista, al no limitarse a la mera descripción de los eventos y procesos históricos, sino al tratar de comprender la nación desde la experiencia vivida de sus habitantes.
Este enfoque sociográfico, por lo tanto, ofrece una visión diferente de la historia cubana. En lugar de ver la historia como una secuencia de eventos predeterminados y lineales, la sociografía la entiende como un proceso continuo de interacción entre el espacio, las relaciones sociales y los sujetos. La nación cubana, desde esta perspectiva, no es un ente abstracto, ni una construcción impuesta desde fuera, sino un espacio que se construye constantemente a través del «habitar poético» de sus habitantes, quienes, al interactuar con su territorio, lo configuran de manera simbólica y real.
Además, la sociografía, siguiendo el modelo de Entralgo, también rompe con el determinismo histórico del positivismo, al sugerir que la formación de la nación cubana no es el resultado de una serie de leyes sociales y económicas inmutables, sino el producto de una interacción continua y dinámica entre las personas y el espacio en el que viven. En este sentido, el «habitar poético» del espacio no solo refleja una construcción social, sino que también es el motor de la creación de sentido y de identidad en la cubanidad. Los cubanos, al habitar su espacio, no solo lo moldean físicamente, sino que también lo llenan de significados, de historias compartidas, de símbolos y de valores que dan forma a su nación.
Por lo tanto, la sociografía, al captar este «habitar poético», ofrece una perspectiva más rica y matizada sobre la formación de la nación cubana, ya que no solo analiza los grandes procesos históricos, sino también las formas en que los individuos, en sus espacios más cercanos y cotidianos, construyen una identidad nacional que se articula en función de su relación con el espacio y con los otros. Este enfoque sociográfico, en última instancia, permite una comprensión más profunda de la cubanidad, al centrarse en las dimensiones más humanas y cotidianas del espacio, y al entender cómo las relaciones sociales y culturales dan forma al territorio que comparten.
Desde luego, la sociografía no solo se convierte en una herramienta clave para entender la historia de Cuba desde una perspectiva diferente, sino que también aporta una nueva forma de concebir el espacio como un elemento activo en la construcción de la identidad nacional. Al estudiar la «socio-grafía» del espacio cubano, podemos entender mejor cómo, a través de la interacción constante entre las personas y el lugar que habitan, se forja la nación cubana, un proceso dinámico y en constante evolución, en el que el espacio es mucho más que un simple escenario, sino un actor central en la creación de la cubanidad.
[1] Tönnies usó el término Gemeinschaft para describir formas de organización social basadas en relaciones personales, cercanas e íntimas. Este tipo de comunidad es característica de las sociedades tradicionales, donde los vínculos entre las personas están basados en la familiaridad, la solidaridad y la cooperación. Las relaciones en una Gemeinschaft se caracterizan por ser naturales, emocionales y espontáneas. En estas sociedades, las personas se sienten vinculadas por lazos de sangre, amistad, religión o costumbres, y las normas sociales están fuertemente influidas por la tradición y los valores compartidos.
[2] Leopold von Wiese se centró principalmente en el estudio de la vida social, particularmente en las relaciones interpersonales y el papel de las comunidades en la sociedad moderna. Su trabajo contribuyó a la comprensión de cómo las interacciones sociales se desarrollan dentro de las estructuras de la sociedad contemporánea, analizando las tensiones y transformaciones que ocurren a medida que las comunidades tradicionales se mezclan con formas más modernas y urbanas de organización social.
[3] Steinmetz también abordó el concepto de acción social, que influiría en el estudio de la interacción social. En este sentido, reconocía que las acciones individuales están profundamente conectadas con las expectativas sociales y con las normas del grupo. Además, se interesó por el estudio de las comunidades como formas de organización social, tratando de entender cómo se construyen y mantienen las relaciones dentro de ellas.
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