Por Waldo González López
«Vivimos en un mundo de ideas variables, de ideologías en conflicto a escala mundial. Estamos esperando por novelas políticas y filosóficas serias; por encima del nivel del entretenimiento, con personajes complejos, pensadores y oradores compulsivos»
Leon Surmelian
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Tras publicar tres títulos de indudable interés (Grandes pensadores y un intruso, La pandilla e Historias en dos tiempos), recién apareció por la miamense Editorial Lunetra ―dirigida por el colegamigo periodista y narrador Pablo Socorro― la novela Diario Habanero, de Eddy Fernández Llanes, a la que ahora dedico una de mis habituales Notas al Margen, aparecidas en Ego de Kaska.
Ante todo, subrayo un dato dirigido a los lectores con praxis similares, y es la sencilla y agradecida y, por ello, genuina dedicatoria del autor a su fallecida esposa, en la que corrobora su deuda con quien lo acompañara durante décadas y compartiera dos hijos, testigos y recuerdos vivos de tan extensa e intensa relación: «Para Teresa Aurora, la mujer que me amó».
A pesar de haberlo conocido varias décadas atrás, solo vendría a saber de Eddy ―tal lo llamábamos sus amigos― pocas semanas atrás, gracias que adquirí la cuidada edición de la mencionada casa editora, en este caso debida a la también poeta Maite Glaría.
Y no poco me satisfaría, además, saber que reside en La Florida, quien sería mi ex condiscípulo en la Escuela de Letras, durante aquel inolvidable Curso para Trabajadores de los ‘70s, que defino con dos adjetivos: breve, pues creo que solo tuvo aquella distante convocatoria, y grato, porque reuniría a muchos colegas de varios sectores de Cultura: Instituto Cubano del Libro, Instituto Cubano de Radio y TV, Unión de Periodistas de Cuba, actores y directores de teatro, como graduados de la Escuela Nacional de Teatro.
Sí, repito: grato, pues en aquellas aulas durante las mañanas y tardes, ocupadas por jóvenes estudiantes, como en las noches por “mayores”, quienes, por el ansia de conocimiento ―y no solo mejorar los magros salarios―, asistíamos como «escolares sencillos» y nos reencontrábamos con condiscípulos de tales instituciones.
Eran, sin duda, momentos agradables aquellos reencuentros nocturnos con amigos, con quienes confraternizábamos en los intermedios y al final de las clases, cuando nos retirábamos a nuestros hogares. Por cierto, Mayra del Carmen y este cronista éramos los únicos que regresábamos, caminando, pues vivíamos a solo varias cuadras de la Escuela de Letras.
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Pero regreso al Diario Habanero de Fernández Llanes que, por sus rasgos estilísticos, aproximan esta magnífica novela al testimonio e, incluso, al teatro, primero el cubano (Virgilio Piñera, sobre todo), por sus logrados diálogos, también deudores de la dramática realista americana del pasado siglo (Eugene O’Neill, Tennessee Williams y Arthur Miller et al).
Como asimismo corrobora esta aproximación escénica la inicial lista que presenta los Personajes: Dramatis Personae, evocadora de piezas clásicas, hasta la hondura de la obra ibseniana, revelando al paso, en su mixtura genérica, el talento para la dramaturgia del propio Eddy
Por ello, pareja a la inmersión en narradores y dramaturgos americanos, el impenitente lector no cesaría sus lecturas tras su jubilación del diario Juventud Rebelde. Sí, tras 25 años como reportero del mal denominado Diario de la Juventud Cubana, debió dedicarse a tareas de sobrevivencia, como ayudante de panadero, constructor, empleado de gastronomía y la más enaltecedora: librero callejero, por lo general, realizada por personas contrarias al despótico régimen, sobre todo, escritores y periodistas.
No pocas trazas de algunos narradores de la denominada Generación Perdida ―según la denominara, en el París de los 20s, la escritora americana Gertrude Stein, término connotado por Ernest Hemingway en su novela Fiesta (París, 1926)―, se advierten, en el Diario habanero, gracias a su prosa periodística y renovadora, tal constatan algunas ficciones de Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway y John Dos Passos, quien aportara, primero a la narrativa y casi enseguida al cine, entre otros logros, la entonces nueva técnica de acción paralela, notable revelación ostentada en ese gran mural dospassiano que fue, es y será Manhattan Transfer (1925).
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En su prólogo «Diario de un habanero de a pie», Pablo Socorro, precisa:
Fernández Llanes expone las vicisitudes del cubano de a pie con un tono cercano, a veces humorístico, pero siempre cargado de una verdad ineludible. El protagonista, Pepe González, representa al cubano promedio, alguien que ha trabajado toda su vida y llega a la jubilación con la ilusión de encontrar una libertad que nunca termina de materializarse […]
Tras llevar su prolijo diario, crítica narrativa mediante ―que no olvida ningún aspecto negativo de los muchos que padece. desde más de seis décadas atrás, nuestro paupérrimo pueblo―, ya al final Eddy nos revela sendos datos, cuyos atractivos asimismo se me antojan deudores de la dramática del ya mencionado Virgilio Piñera, como la de Héctor Quintero:
1. Al tío Miguel, solterón empedernido, tras su muerte, la cuñada de Pepe, puntual narrador omnisciente: Migdalia, descubre, entre los libros del fallecido tío, “una trama amorosa” clandestina: poemas de amor dedicados por este a una desconocida, como los de ella al poeta frustrado.
2. Al conocer ambos la subtrama “poética”, se despierta la inédita pasión entre Miguel y Migdalia, quien, tras confesarle su intenso amor, desatará sendas escenas eróticas, antes de ella partir al exilio.
Podría apuntar otros rasgos meritorios, pero creo que el talento de Eddy Fernández Llanes, se evidencia en lo ya señalado sobre su valioso Diario Habanero.