«Marx el equivocado» y «Los Bolcheviques» (homenaje a Juan Benemelis)

Por Rafael Piñeiro López.

Texto leido el 14 de junio, 2015, en evento del PEN Club, en Westchester Regional Library, Coral Way, Miami.

Buenas tardes.

Hoy tengo el placer de presentarles Marx el equivocado y Los Bolcheviques, los dos últimos libros publicados por el historiador cubano Juan Felipe Benemelis, el más prolífico, sin dudas, de nuestros eruditos contemporáneos.

Rafael Piñeiro presenta a Juan F. Benemelis | Neo Club Press Miami FL

Quizás a algunos de ustedes les podría parecer atemporal el paritorio de estas obras. Quizás algunos de ustedes podrían pensar que volver a tocar el tema del marxismo, e incluso de las ideologías, es algo distópico y poco pertinente. En un final de cuentas ya Francis Fukuyama había decretado, tras la muerte del socialismo europeo oriental, el deceso de la historia. Sin embargo, la realidad es otra y al ascenso al pedestal de los impíos del fundamentalismo musulmán, es consecuente agregar el resurgir de los comunitarismos despóticos y de la complicidad que estos generan.

Es por ello que este trabajo epistemológico de Juan Felipe Benemelis posee una vigencia indiscutible y una utilidad pragmática notable. Ambos libros atesoran el nexo de la continuidad, y si en uno se desmonta eficazmente la entelequia marxista, en el otro se narra la terrible historia de la implementación práctica del horror.

Es así que Benemelis recorre un larguísimo trayecto que va desde los tiempos de la utopía de Thomas Moore hasta la realidad de nuestros días. Su andar, a la usanza de los antiquísimos profetas, es paciente y cadencioso, objetivo y vital. Su crítica mirada a la ideología pura y a los filosofastros que la sobrevivieron, es despiadada y ambiciosa. Y en ella está contenida todo el orgullo de esta obra.

Benemelis relata, expone, sugiere ideas y establece sentencias. Su labor investigativa, su conocimiento de la filosofía, son notorios. Y gracias a ello es que su apreciación se extiende, pienso yo, más allá del tronco teórico central hasta llegar a la izquierda toda, a la cual identifica como un subproducto remanente del marxismo, idéntica en sus afanes colectivistas, aunque difiera en la implementación política.

En este sentido quiero apuntar el interesantísimo hecho de que un pensador brillante pero notoriamente anti doctrinario como Friedrich Nietzsche, acotara en Más allá del bien y el mal una sentencia reveladora acerca de la izquierda que aún hoy sigue atesorando una monumental vigencia: «No quieren ser responsables de nada. Y aspiran, desde un desprecio íntimo, a poder echar su carga sobre cualquier cosa. Cuando escriben libros, suelen asumir hoy la defensa de los criminales, una especie de compasión socialista en su disfraz más agradable. Y, de hecho, el fatalismo de los débiles de voluntad se embellece de modo sorprendente cuando suelen presentarse a sí mismos como la religión del sufrimiento humano».

Es en esta cuerda que avanza la crítica de Benemelis, quien a la manera tradicional identifica al Carlos Marx ideólogo con el idealismo hegeliano, fuente de donde bebe con abundancia y sed. De allí parte la mayéutica colectivista que no concibe al hombre sin el Estado. De allí parte el concepto de hombre histórico al que Hegel ensalzaba y acunaba, tan distinto a aquel otro que esbozaría Victor Frankl en la época de la postguerra.

Nuestro erudito hace notar con suspicacia esa notoria contradicción que subyace en el entramado más profundo del marxismo, donde no es posible conceptualizar una visión netamente materialista de la historia y al mismo tiempo pretender, como apuntaba el propio Nietzsche, ser la ideología encargada de agitar la bandera del humanismo. Es esta una afirmación que seguramente encontrará un sinnúmero de detractores, pero que al contrastarla con la realidad de los hechos, no admite discusión alguna.

Por ejemplo, en un capítulo titulado Las distorsiones de Marx, Benemelis deslegitima el discurso del filósofo alemán aseverando que «Marx ni siquiera llega a examinar las relaciones de clases bajo el capitalismo». «Esta anomalía – dice Benemelis – se palpa en la parte de su obra que ubica al obrero en la fábrica, conveniencia que transforma las relaciones sociales en relaciones de producción y que responsabiliza al capitalismo de todos los males». En esta trampa metodológica Marx no observa las causas del modo de producción que están representadas por El Capital.

También nos habla Benemelis de los antecedentes obstétricos del marxismo y asegura que la criatura de Marx es hija de la tradición filosófica europea y que por eso manifiesta una estructura teística y autoritaria, apelando a la creencia en la libertad humana, resultando en un sistema de opresión sin igual en la historia contemporánea.

Leyendo estas historias sobre la filosofía marxista y sus herederos, sobre la Rusia soviética de Lenin y Stalin, de Jrushov y Gorbachov, no pude menos que asociar la presencia terrible del comunismo al mito medieval del Ángel caído y se me hizo irresistible el apelar a la exhaustiva valoración que hace Carol Karlsen en su libro The Devil in the Shape of the Woman sobre aquello de que el mal obedece a un principio de circulación de bienes escasos con fuertes bases políticas. O a la acotación de Dennis Muchembled de que la génesis de la hegemonía conceptual del Diablo tuvo una razón política, la de permitir a la iglesia católica tener jurisdicción sobre feudos y ducados. Pudiera parecer escandaloso, pero una extrapolación del comunismo filosófico al mefistosfelismo medieval pareciera, por semejanza y resultados, un ejercicio obligatorio.

Y es que Benemelis no hace otra cosa que desenterrar al mal y exponerlo a todos con la sabiduría de quien sabe palpar los horrores y los miedos. Juan Felipe nos cuenta sobre el materialismo histórico y la economía planificada, sobre la dictadura del proletariado y los intelectuales orgánicos de Gramsci. Juan Felipe nos alerta sobre los neo marxistas, descubriendo las inexactitudes de la escuela de Frankfurt y las pobres justificaciones de los filósofos franceses.

Benemelis deja muy claramente establecido que el estalinismo, por ejemplo, no fue una excepcionalidad del comunismo, sino que es carne y sangre de su esencia, que los totalitarismos son afines al colectivismo, que no se puede rasar la pobreza sin el establecimiento del terror.

Por ello es necesario, imprescindible, revisar estos textos, tan oportunos, tan certeros, en tiempos en que el fundamentalismo marxista se reagrupa y organiza. Así que los animo a leer encarecidamente Marx el equivocado y Los Bolcheviques, libros contenedores de sapiencia y sentido común.

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