I Convención de la Cubanidad

En el historicismo (la historiografía, el positivismo, las ciencias sociales al uso) el espacio constituye una dinámica del tiempo.  Se entra en el espacio mediante la conquista del tiempo. Pero en una versión ontológica (existencial) del “ser en el mundo”, el tiempo regresa al espacio como una demora del habitar en un lugar. La conquista cultural del espacio insular, archipiélago y Caribe ha perdido, para usar una frase de E.M. Fosrter en la novela La máquina se para, la sensación del espacio.

El espacio desde el historicismo no significa otra cosa que la ocupación del espacio por el espacio: sea mediante la agricultura, la industria y la ciudad con sus diferentes espacios arquitectónicos (estructura urbana), el espacio se presenta sin límite y frontera ocupacional. Puede expandirse y reducirse. En La conquista del espacio cubano, cuya obra aun no consigue una atención esmerada, Juan Pérez de la Riva se explaya en una historia de la ocupación de los diferentes espacios de la isla por estructuras culturales a partir de un modelo socioeconómico. La plantación, la hacienda y la pequeña propiedadcoadyuvaron a la elaboración de diferentes narrativas de acuerdo a la forma de ocupación, según modelos culturales de la formación de la nacionalidad.

Si lo único que conocemos hoy sobre la formación de nacionalidad y del sentido de cubanidad es producto de la positividad del problema, que se lo debemos a la narrativa del modelo historicista, dependiente absolutamente de las preguntas: ¿quiénes somos y hacia dónde vamos como entidades individuales y colectivas culturales? El factum de la entelequia discursiva, según estas preguntas nacidas de la cosmología, teológica y metafísica, nos han obligado a tomar como preferencia lo anecdóticos, el dato, el análisis material de los hechos y, de lo mejor de los resultados, una teoría funcionalista de cultural donde el espacio no puede ser ninguneado por simple referencia.

El fantasma deja de ser un espacio para la entelequia narrativa cuando las preguntas cambian de énfasis y dirección: ¿dónde estamos cuando vivimos en el mundo? La transculturación del proceso cultural, la funcionalidad histórica del mismo, también tiene una dinámica espacial por sí misma, esta vez nunca antes anunciada como lugar humano dentro de un habitar que demora en transformarse en otra localidad, región o comarca. Renée Clémentine ha escrito un texto, Ampliación del archipiélago cubano por los exiliados: de Cuba a la Florida, en el cual expone una síntesis del traspaso de la historia a nuevo espacio:

“(…) el dinamismo intrínseco y la dinámica fundacional centrifuga del archipiélago caribeño (…) propiciaron la interconexión entre cuba, ya de por si archipiélago, y la península de la Florida, y luego los vínculos históricos y económicos privilegiados entre estados unidos y el archipiélago cubano, sobre todo en la primera mitad del siglo XX y, a continuación, el inagotable exilio de los cubanos a este espacio muy parecido al suyo en la época revolucionaria, no  contribuyeron sino a fortalecer el proceso de ampliación del mundo cubano hasta la península de la Florida, geográficamente cercana”.

Llama la atención la gran carga historicista de los postulados en esta cita, donde el espacio se concibe como un receptor, si la península de la Florida fuese el alargamiento de un guante elastizado perteneciente a una porción histórica cubana. Las cosas se complican un poco cuando más adelante en ese texto aparece la apropiación de la lejanía como válvula de escape para los espacios limitados cubanos, en forma de “desasosiego alojado en el centro vital de la cubana”. Con esto quiero apuntar la tesis de que el espacio fuera de Cuba no se le considera como una estancia, un lugar para la cercanía, sino como abertura criminal para una psicología narrativa del estanciero.

Si hemos creados espacios parecidos a las atmosferas espaciales del archipiélago es porque se trata de contenidos inmunológicos y no psico-sociales como imperan en las narrativas exiliadas. El desosiego viene aparejado al historicismo, a la levedad, cuando también se trata de mirar el lado narrativo onto-espacial de las arquitecturas habitables, de ser en el mundo. Por tanto, la cubanidad contempla también, aparte de una lejanía, una cercaníaSer en la cercanía:  naturaleza de una forma de vida en espacio traducido en  inmunidad cultural, sorge. A falta de esta perspectiva narrativa y aclaratoria, la vida en el exilio y la diáspora carece de una teoría espacial: ¿se ha transfigurado nuestra intimidad según el espacio? ¿qué significa vivir en el interior de un espacio alejado de la isla? ¿Por qué nos alejamos de la cercanía creada? El sentido común de la cubanidad, mucha veces puesto en tela de juicio por un plebiscito narrativo, estaría reservado también para una transculturación del espacio: Al movernos de un lugar a otro transportamos el espacio. Cabe aquí lo que dice Bachelard acerca de la poética del espacio, sobre la fenomenología de lo redondo: das Dasein ist rund.

La I Convención de la Cubanidad de la diáspora se propone intercalar, relacionar e intercambiar mediante el debate intelectual dos formas de existir en la historia y en el espacio. En esta primera edición, sede en Miami, el 28 de enero del 2018, los estancieros cubanos en el exilio y la diáspora podrán debatir temas sobre hasta qué punto la cubanidad (la calidad de ser o existir en el espacio) es permisible como historia u ontología, como racionalidad o poética. Casi todas las narrativas hasta ahora expresadas sobre la esencia de la cubanidad y la cubanía guardan una estrecha relación con la producción del saber y las nuevas tematizaciones implícitas en el historicismo. Los temas y debates que tendrán lugar durante la I Convencion de la Cubanidad les corresponden un campamento base-problema de la literatura, arte y pensamiento.

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