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El Punto Nemo y la literatura exhibicionista

Por Juan Carlos Recio

“El que influye en el pensamiento de su tiempo, influye en todos los momentos que le siguen.”

– Hipatia de Alejandría.

Es sorprendente la facilidad con la que algunos se defienden de críticas o confrontaciones desde la cómoda posición de lectores o espectadores. Ante cualquier cuestionamiento, se apresuran a protegerse, recurriendo a prácticas que disfrazan su represión con etiquetas de dañino. Como si tapar una opinión divergente fuera suficiente con una respuesta brusca o un capricho infantil que roza lo indecente, asumiendo que es tan sencillo como cantar sin saber coser, o viceversa.

En este contexto, la realidad ya no requiere exageración para acercarse a ella; lo que ahora domina es el exhibicionismo extremo y la urgencia por publicar creaciones a nivel de principiante como si fueran obras listas para el estudio. Sin olvidar esas portadas sacadas del peor cine de horror o ciencia ficción, que prometen resolver cuestiones tan triviales como si fue primero el huevo o la gallina, algo que quizás solo la OFICODA en Cuba podría esclarecer.

El Punto Nemo, descubierto en 1992, donde los habitantes más cercanos se encuentran en el espacio, es un cementerio espacial. Allí deberían autodeportarse aquellos que, por falta de paciencia, no aceptan críticas ajenas. La NASA confirma más de 200 naves espaciales en dicho cementerio. Esta falta de juicio y autocrítica conduce a la adopción de costumbres cada vez más artificiales, que procrean una correspondencia emocional hacia los extremos del positivismo, igual al fatalismo, una nueva configuración para mentes no preparadas para pensar en grande.

De hecho, la inteligencia artificial supone un reto para estas mentes. Las máquinas son los nuevos agentes de cambio en la rebelión de la granja. El planisferio celeste de Hipatia, gracias a su astrolabio y su invención de la cartografía de los cuerpos celestes y el hidrómetro, junto con sus aportes en matemáticas y descubrimientos científicos, trae al presente, en una época tan caótica (como la post-Trump), interrogantes que pueden demostrar de forma cualitativa el valor de un verdadero pensamiento lúdico. Un pensamiento que nos recuerda que no debemos divorciarnos de un esfuerzo consciente por distinguir entre panes y peces.

El estudio de la densidad de líquidos por parte de Hipatia, llevado a un razonamiento literario, podría ejemplificar la profundidad conceptual necesaria en una obra de arte. Esta entelequia, cuando está bien formada, recibe un impulso de abajo hacia arriba, como el sol que gira alrededor de la Tierra, alcanzando naturalmente las evaluaciones y disfrutes de los Luz brothers, un disfrute que ningún ego puede atribuirse por la simpleza casi amoral de llamarle, según amistades hipócritas y compungidas, obra recomendada.

El Punto Nemo podría ser, en el futuro, un lugar propicio para enterrar los excesos de aberraciones pseudoéticas y estéticas de muchas escrituras y trabajos con alto contenido de mal gusto y falsa recreación de una realidad plagiada. Se pretende exponer el mismo discurso cotidiano con un lenguaje precario, y los cultivadores de tales obras enfermas, como plagas, no solo se refieren a la música de moda o al excéntrico de turno; tampoco escapan los poetricos, esos panfletos que nos atacan con nocivos renglones de banalidad y falsa lindura, disfrazados de versos, que, por supuesto, dañan de manera muy hepática a la verdadera poesía.

Ya no estamos hablando de la locura prodigiosa, del proceso del éter o de la imaginación altruista. Nos enfrentamos a una crisis inmediata de malas lecturas, malas escrituras y sus aguerridos exponentes.

Capítulo aparte sería explicar el fenómeno en la narrativa.

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