Por El Coloso de Rodas
Una edición como esta, publicada por la Editorial Ciencias Sociales en el año 1978, fue una de las joyas más apreciadas en mi biblioteca personal en Cuba. La cuidé con esmero por su importancia intelectual, su valor histórico y su peso simbólico dentro del campo del pensamiento historiográfico cubano. Me refiero, por supuesto, a El Ingenio de Manuel Moreno Fraginals. Desde su aparición, esta obra ha sido reconocida como la más leída, la más citada y, probablemente, la más influyente dentro de la historiografía cubana producida después de 1959. Su recepción fue inmediata y trascendente, tanto en los medios académicos como en los círculos intelectuales, marcando un hito en la manera de comprender el desarrollo económico y social de la Cuba colonial.
Desde el momento de su publicación, El Ingenio fue considerada por la crítica especializada como una empresa historiográfica sin precedentes. La magnitud de su archivo empírico, la densidad de su análisis estructural y la ambición de su narrativa lo convertían en un modelo de escritura histórica que desbordaba las expectativas de su época. No era solo una historia del azúcar. Era una historia total del sistema económico, político y cultural que giraba en torno al ingenio como unidad productiva, como espacio de dominación y como símbolo del poder colonial.
Durante años, consulté sus tres tomos de manera habitual, no solo como fuente de información, sino como instrumento metodológico. El conocimiento que acumulé sobre esta obra llegó a ser tan profundo que aún hoy puedo recitar de memoria fragmentos completos, hechos puntuales, análisis precisos y referencias bibliográficas que aparecen en sus páginas. Esta familiaridad no se debe únicamente a la repetición de su lectura, sino al efecto formativo que la obra produjo en quienes, como yo, se forjaron en una cultura de lectura rigurosa, crítica y comprometida con los problemas de la historia nacional.
La escritura de Moreno Fraginals no es meramente descriptiva ni limitada al dato empírico. Se caracteriza por una lucidez estilística notable, por una prosa sobria y eficaz que nunca pierde la tensión intelectual. Su forma de presentar los problemas es siempre clara, pero no por ello simplificada. Sus capítulos combinan de manera ejemplar el análisis económico con la interpretación histórica, la estadística con la literatura, la descripción documental con la construcción conceptual. En este sentido, su obra puede leerse como un puente entre la erudición enciclopédica y la imaginación teórica.
Uno de los conceptos más duraderos que emergen de El Ingenio es, sin duda, la noción de sacarocracia criolla. Con esta expresión, Moreno Fraginals no se limitó a inventar un término sugerente. Forjó una categoría interpretativa que condensaba en una sola imagen la lógica del poder económico en la sociedad colonial cubana. La clase de los plantadores de azúcar, lejos de ser simplemente una élite económica, se erigía como un verdadero bloque de poder con capacidad de influencia política, social y cultural. La sacarocracia, en tanto forma de dominación, era a la vez una estructura de acumulación de capital y una matriz ideológica que legitimaba la explotación esclavista. En la elección de este término no solo había intención analítica. También había poesía. Había una sensibilidad para nombrar aquello que no era fácilmente visible en los discursos oficiales o en las fuentes coloniales.
La orientación teórica de la obra está profundamente marcada por el enfoque marxista. Más específicamente, por la influencia de la historiografía estructuralista francesa, tal como se manifestó en los trabajos de Pierre Vilar, Georges Lefebvre o Ernest Labrousse. Moreno Fraginals nunca ocultó esta filiación. Más bien, la reivindicó como parte de su método. En sus momentos de mayor visibilidad dentro del sistema académico cubano, llegó incluso a autodefinirse como un marxista heterodoxo. Con ello se colocaba en la tradición de su maestro, el historiador francés Pierre Vilar, cuyo magisterio fue fundamental para su formación teórica. Esta posición de heterodoxia marxista no debe entenderse como una ruptura con la tradición, sino como una manera de ampliar sus márgenes, de explorar posibilidades metodológicas que escapaban al dogmatismo oficial de ciertos sectores del pensamiento socialista.
La obra, sin embargo, no ha sido inmune al paso del tiempo. Algunas de sus hipótesis centrales han sido discutidas, matizadas o incluso abandonadas a la luz de nuevas investigaciones. Una de las más significativas en este sentido es la tesis de que la plantación esclavista entró en crisis estructural a partir de la década de 1860. Esta afirmación organizó una parte importante del diagnóstico que Moreno Fraginals ofrecía sobre el agotamiento del modelo productivo colonial. Según su lectura, el ingenio azucarero habría comenzado a mostrar signos de inviabilidad económica, política y social en vísperas de las guerras de independencia. No obstante, los estudios más recientes sobre la esclavitud en Cuba, especialmente aquellos que han trabajado con archivos regionales, con métodos microhistóricos y con enfoques etnográficos, han puesto en duda la validez de esta tesis.
Lo que estos nuevos trabajos sugieren es que el colapso del orden esclavista no se produjo exclusivamente en el seno de la plantación azucarera. Más bien, las tensiones más decisivas surgieron en otros espacios productivos que, por diversas razones, habían sido considerados secundarios o marginales por la historiografía clásica. Me refiero, concretamente, al sistema de esclavitud patriarcal que caracterizó a las haciendas ganaderas del oriente del país. En estos contextos no se trataba de una esclavitud masiva ni intensivamente organizada. Era una esclavitud más dispersa, más próxima al mundo doméstico y más vinculada a las prácticas culturales del campesinado. Sin embargo, fue precisamente en ese entorno donde comenzaron a configurarse los discursos, las emociones y los proyectos políticos que darían lugar a la Revolución del 68.
Este desplazamiento del foco analítico obliga a repensar el lugar que ocupa El Ingenio dentro del campo de la historiografía cubana. No porque su proyecto esté agotado. Tampoco porque sus métodos hayan perdido vigencia. Sino porque el propio archivo de la esclavitud cubana ha cambiado, y con él, nuestras preguntas. Leer hoy a Moreno Fraginals significa entrar en diálogo con una obra que sigue siendo monumental, pero que requiere de una relectura crítica. No se trata de invalidar su legado, sino de enriquecerlo con nuevas perspectivas. Se trata, también, de comprender que toda obra fundacional carga consigo una cierta ceguera. Y que esa ceguera no es un defecto, sino la condición misma de su productividad intelectual.
Por ello, El Ingenio debe ser leído no solo como una obra histórica. Debe ser leído como una intervención en el campo de la cultura cubana. Como una forma de pensar la nación desde la estructura, pero también desde la forma. Desde la economía política, pero también desde la poética de los conceptos. Desde la memoria del archivo, pero también desde la imaginación crítica. Esa es, a mi juicio, la lección más profunda que nos deja Moreno Fraginals. Una lección que, lejos de agotarse, se renueva en cada generación de lectores.