El arte concreto de Waldo Balart

Por ARVC

Leer las 87 páginas que componen La práctica del arte concreto: el camino hacia el conocimiento europeo (Aduana Vieja, 2011) de Waldo Balart no es solo un ejercicio intelectual, sino una invitación a reflexionar profundamente sobre el arte, la ciencia y el conocimiento. Este ensayo, presentado por Alfredo Triff y revelado al público en la librería Books and Books de Coral Gables, ofrece una mirada única y profunda sobre el arte como práctica, no solo estética, sino filosófica. La obra, lejos de ser una mera explicación de la técnica del concretismo, se convierte en un verdadero tratado de cómo el arte puede funcionar como una herramienta de conocimiento. A través de sus páginas, Balart propone un arte que no se limita a lo visual, sino que involucra lo simbólico, lo racional y lo místico, invitando al espectador a un proceso de inmersión en el misterio y el conocimiento.

El ensayo se estructura en torno a cuatro tópicos fundamentales que conforman la base de la obra pictórica de Balart: el simbólico-místico, el paradigma racional, lo revolucionario/vanguardista y la sensibilidad global ante la información instantánea. Estos elementos no son simples etiquetas o categorías teóricas, sino los pilares que sustentan un sistema de pensamiento que se despliega a lo largo de la obra. En primer lugar, el aspecto simbólico-místico refleja el profundo vínculo entre la obra de Balart y una visión trascendental del arte, donde las formas y los colores no solo cumplen una función estética, sino que se convierten en símbolos de un conocimiento profundo, casi inaccesible para el espectador común.

El paradigma racional y lo revolucionario/vanguardista, por otro lado, conectan la obra de Balart con las grandes corrientes filosóficas y políticas del siglo XX, posicionando su arte dentro de una tradición que busca transformar no solo las formas artísticas, sino la percepción misma de la realidad. Finalmente, la sensibilidad global ante la información instantánea refleja la manera en que el arte de Balart se enfrenta a la modernidad, abordando temas como la sobrecarga de información y la velocidad con la que la humanidad consume conocimiento.

Sin embargo, lo que más me llama la atención de este enfoque teórico es la paradoja que Balart parece introducir en su obra: el arte, que a menudo se ha entendido como un campo alejado de los paradigmas científicos o filosóficos, se presenta aquí como un terreno de conocimiento. Pero, a la vez, su arte parece contradecirse con esta idea, ya que, como afirma el propio Balart: «Yo pienso y siento instintivamente en sistema», lo cual implica que el arte, aunque pueda buscar un conocimiento sistemático, nunca logra escapar del misterio y la ambigüedad. De ahí surge una tensión fundamental en la obra: la búsqueda del conocimiento a través del arte y, a la vez, la incapacidad de articularlo plenamente, lo que nos enfrenta a la limitación inherente a cualquier intento de explicar la realidad completa.

Lo que me interesa particularmente del arte concreto de Waldo Balart es cómo este parece tener una dimensión ascética, una dimensión que va más allá de la simple representación de formas y colores. En este sentido, podemos considerar el arte de Balart como un ejercicio ascético en el cual el espectador no es solo un observador pasivo, sino un participante activo en un proceso de purificación intelectual y sensorial. La obra de Balart, con sus líneas precisas, sus formas geométricas y su paleta reducida, invita a un tipo de experiencia que requiere del espectador un esfuerzo por trascender la superficie de la pintura, por ir más allá de lo inmediato y lo evidente.

Al igual que Cézanne encuentra en el gris un punto de referencia para el pintor, Waldo encuentra en lo abstracto el terreno donde la pintura alcanza su verdadera esencia. Pintar de manera abstracta es, en este sentido, un ejercicio ascético, un acto de disciplina y dedicación que va más allá de la técnica y se convierte en una reflexión constante sobre la naturaleza de la creación. Pintar abstracto implica no solo un dominio de la técnica, sino también una constante reconfiguración de la percepción, una reestructuración de la forma y el color que desafía la comodidad del espectador.

Este tipo de arte no busca satisfacer las expectativas visuales del espectador ni ofrecerle una experiencia estética fácil. Al contrario, exige de él un proceso de reflexión, de meditación, que lo lleva a una comprensión más profunda de la obra y, por extensión, del mundo. El arte concreto de Balart se convierte, entonces, en un medio para alcanzar una forma de conocimiento superior, un conocimiento que no se puede obtener a través de la razón o la lógica, sino a través de la experiencia directa de lo concreto y lo inmanente.

En este sentido, la obra de Balart es un tipo de ejercicio ascético porque, al igual que las prácticas espirituales que buscan la purificación del ser, su arte nos invita a dejar atrás nuestras concepciones preconcebidas, nuestras distracciones cotidianas, para entrar en contacto con lo esencial. Cada elemento de la pintura – cada color, cada forma, cada proporción – se convierte en un paso hacia esa purificación, hacia la desaparición de lo superfluo y la aproximación a lo absoluto.

Es en este punto donde la obra de Balart encuentra una conexión con la tradición filosófica que también se ha ocupado de desentrañar el misterio de lo concreto. En su Dialéctica de lo concreto, el filósofo checo Karel Kosik abordó la contradicción interna entre la necesidad de comprender la totalidad y la imposibilidad de hacerlo en su totalidad. A pesar de sus esfuerzos por explicar cómo la realidad concreta emerge de la totalidad, Kosik no pudo escapar a la contradicción de la que habla Wittgenstein en los Tractatus Logico-Philosophicus: «Hay cosas en este mundo de las que no se puede hablar. Solo experimentarlas, solo vivirlas».

Este mismo dilema se refleja en la obra de Balart. A pesar de su esfuerzo por articular un sistema de conocimiento a través del arte, la obra se enfrenta a la contradicción fundamental de cualquier intento de comprender la realidad completa. La pintura, al igual que la filosofía, no puede capturar en su totalidad la esencia de lo real; lo más que puede hacer es aproximarse a ella, invitando al espectador a vivir la experiencia, pero sin la posibilidad de lograr una comprensión total.

La obra de Balart, entonces, se convierte en un campo de experimentación filosófica, donde la mística y la razón se encuentran en un constante tira y afloja. La pintura concreta no es solo una representación de la realidad; es un espacio donde el espectador se enfrenta a lo inefable, a lo que no puede ser dicho ni comprendido completamente, y, sin embargo, es una experiencia que debe vivirse. En este sentido, el arte de Balart no solo se trata de lo visual, sino de lo experiencial, de lo vivido, de lo que no se puede articular con palabras, pero que se comprende plenamente a través de la vivencia directa.

El arte concreto de Waldo Balart no es solo una búsqueda estética ni un ejercicio de conocimiento. Es, en última instancia, un camino hacia la trascendencia, un ejercicio ascético de purificación y conocimiento a través de la experiencia directa de lo concreto. Su arte no solo exige una contemplación estética, sino una participación activa en el proceso de comprensión del mundo y de uno mismo. En lugar de ser una simple representación de la realidad, la obra de Balart se convierte en una herramienta para alcanzar un conocimiento más profundo, un conocimiento que está más allá de la razón, más allá de lo científico, más allá de lo místico, y que solo puede ser alcanzado a través de la experiencia directa de lo esencial.

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