«Del silencio y otros corderos», de Claudio Lahaba

Por Spartacus

El hombre moderno camina dormido. No duerme: habita el sueño como un estado permanente, sin conciencia de que sueña, sin retorno. Ouspenski, en La extraña vida de Iván Osokin, entrevió esta tragedia, el sujeto moderno tropieza una y otra vez con la misma piedra —la historia del crimen— porque ha extraviado la brújula de la vigilia. Vive, por tanto, dentro de la irrealidad. Y lo que de él emana en el arte y en la estética —lo grotesco, lo nauseabundo, lo mugroso— no es otra cosa que un reflejo fiel de su propia desfiguración.

Ese ser moderno, que se expresa a través de una poética del espanto, denuncia el grado de sometimiento al que ha sido llevado. Pero hay momentos —escasos, extraordinarios— en que algo se alza desde el fango y exige ser llamado por su nombre, resurrección. Porque cuando todo sentido se ha perdido, cuando incluso morir parece inevitable, queda aún una posibilidad: crear.

Del silencio y otros corderos (Black Diamond Edition, 2013), de Claudio Lahaba, no es un libro sobre la derrota: es una ofrenda a la esperanza secreta. Y no la esperanza cómoda, sino aquella que surge entre ruinas, como la voz que atraviesa la garganta del ahorcado. El poemario es una tentativa por salvarse a través del poema, por persistir no desde la queja sino desde una afirmación tensa, dolorosa, de la vida: “Luchar contra la muerte / es ya haber vivido más allá de la herida”, dice uno de sus versos.

No es un libro “existencialista” al modo de los manuales de la desesperanza. No busca consuelo en la abstracción ni en la lógica del sufrimiento. Lahaba no observa: participa. Su escritura no está hecha para el lector que busca conclusiones, sino para el que se atreve a habitar la cuerda floja. Es, en todo caso, una poética del funambulismo: una danza sobre el abismo, una manera de desafiar al vacío con los pies descalzos.

Hay en esta obra una voluntad de lucha que no es ideológica ni programática. Es una resistencia íntima, silenciosa, contenida. Lahaba no grita; insinúa. No dramatiza; murmura. Y sin embargo, el murmullo es más hondo que el clamor: “Callar es decir sin permiso lo que duele, / y doler es callar el futuro del cuerpo”, escribe. Desde esa zona donde el lenguaje ya no basta, el poeta construye imágenes como faroles que, aun en su parpadeo, iluminan la escena de la caída.

Del silencio y otros corderos se divide en dos secciones, Palabras del silencio y Evaporaciones múltiples, cada una con trece poemas. Fue premiado en el Concurso Nacional Manuel Navarro Luna en el año 2000, pero permaneció inédito hasta ahora. Tal vez porque no era su tiempo. Tal vez porque, como los libros que importan, necesitaba madurar en el subsuelo, lejos del espectáculo. No es extraño que haya sido silenciado, en él late una defensa radical de la subjetividad, una afirmación inquietante de que aún en medio de lo totalitario, algo —alguien— puede sobrevivir.

Lo que propone Lahaba no es simplemente una estética del dolor. Es una ética de la reanimación. La poesía, en su visión, es una técnica de resurrección: el arte de devolver al alma su lugar. Una poética de la voluntad de poder, sí, pero también de la voluntad de ternura. Y eso —en tiempos donde el hombre moderno sigue durmiendo— es más subversivo que cualquier proclama.

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