(Eingeschränkte Rechte für bestimmte redaktionelle Kunden in Deutschland. Limited rights for specific editorial clients in Germany.) Concert of a military band of the German Wehrmacht in the bullfighting arena in Madrid - 1940- Photographer: Heinrich Hoffmann- Published by: 'Das Reich' 22/1940Vintage property of ullstein bild (Photo by Heinrich Hoffmann/ullstein bild via Getty Images)

¿De qué reían las sociedades totalitarias europeas?

Por Carlos Manuel Estefanía

En los días más oscuros del totalitarismo en Europa, cuando las penurias y el miedo marcaban la vida cotidiana, el humor emergió como una herramienta sorprendente y multifacética. A través de carcajadas furtivas, sátiras mordaces y comedias aparentemente inofensivas, las sociedades sometidas encontraron en la risa un medio para desafiar al poder y, al mismo tiempo, reafirmar su humanidad. En este ensayo exploramos cómo el humor sirvió tanto como un arma de propaganda estatal como un vehículo de resistencia cultural en regímenes totalitarios europeos, desde la Unión Soviética hasta la Italia fascista y la Alemania nazi.

La risa como resistencia y propaganda

El humor, en su capacidad para cuestionar y reinterpretar la realidad, tuvo una doble vida bajo los regímenes totalitarios: como un reflejo del poder y como una forma de resistencia.

El humor oficial: una herramienta del Estado
En los sistemas totalitarios, el humor oficial cumplía funciones claras: educar, adoctrinar y consolidar la narrativa del régimen. En la Unión Soviética, publicaciones como Krokodil y otras revistas satíricas se convirtieron en pilares de la propaganda comunista. Estas publicaciones, cargadas de caricaturas y relatos mordaces, ridiculizaban a los enemigos del socialismo y glorificaban los ideales del partido.

El humor oficial también se utilizó para desviar la atención de las tensiones sociales. Durante el mandato de Stalin, por ejemplo, se promovieron películas y espectáculos que exaltaban la unión de los pueblos soviéticos y las supuestas bondades del sistema. Volga-Volga (1938), una comedia musical, mostraba cómo la creatividad y el espíritu colectivo podían superar cualquier obstáculo, aunque ignoraba deliberadamente los problemas estructurales del régimen.

En la Alemania nazi, el humor oficial tomó forma en publicaciones como Brennessel, diseñadas para atacar a los enemigos del Estado, especialmente judíos y comunistas. Sin embargo, esta sátira política resultó ser impopular entre la ciudadanía, que prefería las comedias ligeras centradas en la vida cotidiana.

El humor no oficial: una risa subversiva
En el otro extremo, la población sometida encontró en el humor no oficial una válvula de escape y una forma de resistencia simbólica. Los chistes clandestinos, conocidos como anekdoty en la URSS, eran compartidos en espacios íntimos, como cocinas y reuniones familiares, lejos de los oídos de los informantes del Estado.

Un ejemplo típico de estos anekdoty decía:
“Un ciudadano pregunta: ‘¿Es cierto que en el comunismo todos tendrán un coche?’
‘Por supuesto’, responde el funcionario.
‘¿Y dónde lo aparcaremos?’
‘En el mismo lugar donde ahora guardamos los filetes.’”

Aunque simples, estas bromas encapsulaban las frustraciones cotidianas, como la escasez y la burocracia, y actuaban como una crítica implícita al régimen.

Casos emblemáticos: humor bajo Stalin, Mussolini y Hitler

La Unión Soviética: risa bajo vigilancia
En la URSS, el humor evolucionó junto con el régimen. Durante los primeros años del comunismo, publicaciones como Krokodil buscaban inculcar los valores revolucionarios, mientras que el pueblo desarrollaba un humor clandestino más corrosivo. En la era de Stalin, este tipo de humor adquirió un carácter especialmente arriesgado: contar un chiste equivocado podía llevar al encarcelamiento o incluso a la muerte.

No obstante, el humor no desapareció. Escritores como Daniil Kharms y Mijaíl Bulgákov emplearon la sátira y el absurdo para criticar las contradicciones del régimen. La obra de Bulgákov El maestro y Margarita, con su célebre frase “los manuscritos no arden”, simboliza la resistencia del arte frente a la represión.

En el cine, películas como La cigarrera de Mosselprom (1924) y Los alegres muchachos (1934) ofrecían un humor ligero que conectaba con las masas, pero evitaban tocar los problemas estructurales del sistema.

Italia fascista: la ironía tolerada
En la Italia de Mussolini, el humor adoptó formas ambiguas. Artistas como Ettore Petrolini utilizaban el ingenio para criticar veladamente al poder, aunque a menudo contaban con el consentimiento tácito del propio Duce. Este espacio ambiguo permitió que el teatro y la comedia florecieran, incluso bajo un régimen opresivo.

Por otro lado, el humor burgués en los medios de comunicación ofrecía una válvula de escape para las tensiones sociales, centrándose en situaciones triviales y evitando las críticas directas al fascismo.

La Alemania nazi: comedia para la comunidad
En la Alemania nazi, el humor popular adoptó un enfoque más conciliador. Las Volkskomödien se centraban en conflictos triviales y finales felices, promoviendo la idea de una Volksgemeinschaft o comunidad unida. Películas como Krach um Jolanthe ofrecían un respiro emocional al público, evitando la sátira política directa y reforzando los valores del régimen.

El humor como espejo de la sociedad

El humor en los regímenes totalitarios reflejaba las tensiones inherentes entre el control estatal y la creatividad individual. Mientras que el humor oficial intentaba reforzar la cohesión social y desviar la atención de las carencias del sistema, el humor no oficial exponía las contradicciones y defectos de los regímenes.

El caso del cine soviético
El cine humorístico en la URSS, desde los años 20 hasta los 80, es un ejemplo fascinante de cómo la risa podía adaptarse a las necesidades del Estado y al mismo tiempo conectar con el público. Comedias como Iván Vasílievich cambia de profesión (1973) mezclaban elementos de sátira y escapismo, permitiendo al público reírse de las absurdidades de su tiempo sin desafiar abiertamente al régimen.

Resistencia cultural
El humor clandestino, ya sea en forma de chistes, canciones o literatura, cumplía una función más allá de la mera diversión, contar un chiste era un acto de resistencia simbólica, un pequeño desafío a un sistema que buscaba controlar todos los aspectos de la vida.

Reflexiones finales

El humor bajo los regímenes totalitarios es un testimonio de la capacidad humana para encontrar luz incluso en las circunstancias más sombrías. Mientras los Estados intentaban usar la risa como un arma de adoctrinamiento, las poblaciones sometidas la transformaron en un grito de resistencia y esperanza.

Este fenómeno nos invita a reflexionar sobre el poder transformador del humor, capaz de cuestionar, criticar y, en última instancia, humanizar incluso los contextos más inhumanos. En un mundo de opresión, la risa no solo sobrevivió, sino que floreció como un recordatorio de que, mientras podamos reírnos, seguimos siendo libres.–

 ”La vida es una tragedia para los que sienten y una comedia para los que piensan”

Redacción de Cuba Nuestra
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