Por Vito Coleone
Hemos hablado aquí del duelo y, más extensamente, del ejército. Nuestra intención era llegar a una definición del coraje. Pero siempre ocurrió que perdimos la ilación de nuestras asociaciones de ideas, lo cual probaría bastante válidamente que no había ninguna relación esencial entre las dos ideas precisadas y el coraje, con el cual se las relaciona comúnmente.
El coraje es un estado de calma y tranquilidad frente a un peligro, estado rigurosamente semejante al que se experimenta cuando no existe ningún peligro. De esta definición, por lo menos provisoria, resulta que el coraje puede ser adquirido por dos medios: 1) alejando el peligro; 2) alejando la noción de peligro. La primera actitud corajuda es la del hombre que, en razón de su fuerza natural o, más a menudo, merced a armas que se ha procurado y ha aprendido a manejar, se pone al abrigo del peligro.
La lluvia nos preocupa menos si nos hallamos bajo un techo o un paraguas y el rayo si estamos bajo un pararrayos en cuyo buen funcionamiento creemos; a la vez, es extremadamente raro que un hombre vigoroso y armado hasta los dientes se intimide ante un adversario notoriamente débil y desprovisto de medios de defensa. El esquema más verosímil del coraje nos parece ser el siguiente: Hércules, con su maza levantada sobre la cabeza de un niñito que apenas comienza a caminar y entrevé las ganas de disparar. La tendencia a la realización de este tipo de ideal del coraje se manifiesta en los ejércitos permanentes y en todo el aparato de las armas.
En este primer caso, el estado del coraje es una seguridad. En el segundo caso, aquel en el cual el macizo valiente armado encuentra a otro más robusto y mejor armado, el coraje no puede ser otra cosa que ignorancia o distraída atención. Esta ignorancia se sostiene con conceptos variados y diversas formas de lenguaje. De esta manera, cada pueblo se repite a sí mismo que es el más corajudo de la tierra y que se halla «a la cabeza» de la humanidad. Desgraciadamente, la humanidad es una especie de animal redondo con cabezas en todo su contorno.
Pero aún Gerardo el Matador de leones olvidaba a la fiera para pensar en el prestigio de Francia, alzado por él ante los ojos de los árabes. Un excelente dispositivo que sirve para distraer la atención de un sujeto temible es aquel que sirve para separar al toro, en las corridas, de un objeto por el cual no siente demasiado temor: hablamos del uso de un trozo de trapo de color deslumbrante; sus efectos son diferentes según se lo presente a una temible bestia o a un pueblo débil. Acabamos de reconstruir la invención de la bandera.