Por Rafael Piñeiro López
Conocí a Armando de Armas en el año 2006, hace ya la friolera de 18 veranos, por mediación de un amigo común, Emilio Ichikawa, en casa de Papucho, en una de aquellas actividades en las que también me acerqué a gente como Carlos Alberto Montaner y Alina Fernández, la hija apócrifa del tirano Castro. Con ambos colaboré intelectualmente al pasar del tiempo, pero eso ya es harina de otro costal y merece una historia aparte.
Emilio me había regalado el libro de Mitos del Anti exilio que Mandy había publicado con ediciones Universal, si no recuerdo mal. Aquella obra de de Armas me había parecido en aquel entonces, y aún me lo parece, un ensayo lúcido y preclaro sobre el exilio cubano y las políticas que se habían engendrado, siempre desde una mentalidad de izquierdas, en contra de la dictadura en la isla.
Nuestro primer encuentro, prácticamente a tres manos, fue extenso y enjundioso. Conversamos sobre una amplia variedad de tópicos y así pude conocer a aquel Armando de Armas que luego, al igual que yo, se despojaría en gran medida de la inocencia que a todos nos caracterizaba y terminaría mutando muchos de los conceptos sobre política y filosofía que para que entonces considerábamos eternos e inamovibles. Cuánta ingenuidad cargábamos encima!
Pasaron los años y estuve ausente de Miami durante varias temporadas por motivos profesionales. Dejé de ver a Mandy y a Ichikawa y a muchísimos otros hasta que a mi regreso comencé a involucrarme en cierta forma, en la vida literaria de la ciudad, asistiendo a tertulias y a presentaciones del libros, reencontrándome con Mandy y conociendo a gente nueva como Angel Callejas de Velazquez y algunos otros.
Poco a poco los lazos con Armando se fueron intensificando y los encuentros y las conversaciones con amigos en común se fueron volviendo una práctica frecuente. Yo fui testigo de la evolución intelectual e ideológica de Mandy, la cual se intensificó aún más en los últimos años cuando muchos de sus antiguos “camaradas” terminaron dándole la espalda y olvidándolo por conveniencias personales, por divergencias ideológicas o por simple oportunismo.
La labor teórica de Mandy durante el último lustro estuvo, modestia aparte, muy vinculada a amigos como Angel, Leopoldo y yo. Entre nosotros nos estimulábamos intelectualmente y reconstruíamos un mundo que no alcanzábamos a comprender. En lo personal, quiero creer que algo de mi escepticismo hizo mella en el pensamiento de Armando, así como mucho de su bagaje intelectual me ayudó a mí a restructurar la manera de ver la vida y de ver la sociedad en la que moramos hoy en día.
Echaremos de menos la presencia siempre franca y distinguida de nuestro Armando de Armas y sus ideas filosas y su pensamiento agudo. Y creo que la mejor manera de honrarlo es recordarlo de la forma en que me parece que le gustaría ser recordado, la de un intelectual y escritor consecuente que nunca tuvo miedo a expresar lo que pensaba aunque ello le ganara la enemistad de algunos.