Por Spartacus

En el libro África, Juan Benemelis desentraña una geopolítica silenciosa y vibrante. No se trata de un recorrido etnográfico ni de una historia colonial contada desde el cansado lente eurocéntrico; se trata, más bien, de un viaje al subsuelo de la humanidad, donde las categorías de raza, poder y espiritualidad se funden en una misma topografía cultural. Benemelis, con la agudeza del visionario y la paciencia del erudito, nos recuerda que el continente africano no es una periferia sino un centro desplazado. Y que su diáspora no es un accidente del pasado, sino una fuerza viva que ha modelado, y continúa modelando, la conciencia del presente.
En ese contexto, la negritud ya no puede ser comprendida como una categoría meramente étnica o racial. De hecho, nunca lo fue. Benemelis nos empuja a verla como una condición existencial, una manera de estar en el mundo desde el despojo, la resistencia y la reinvención constante. Así, la raza no es un simple marcador biológico, sino un fenómeno denso, situado, entretejido en lo político, lo espiritual y lo ontológico. La existencia negra —más que una suma de sufrimientos— aparece aquí como una constelación de saberes, una potencia creadora que ha sido sistemáticamente negada y, sin embargo, incesantemente afirmada.
Una de las ideas más provocadoras del texto de Benemelis es que la historia africana no ha sido escrita, sino transcrita. Transcrita por otros, desde otras lenguas, desde otros intereses. El relato de África ha sido expropiado de sí mismo. Las narrativas dominantes —las coloniales, las ilustradas, las marxistas— han hecho de África un objeto, un “problema”, un atraso, un lugar de intervención y de redención. Contra todo ello, Benemelis propone otra cartografía, una que reconoce los sistemas filosóficos, políticos y teológicos que han florecido en el continente y su diáspora, y que desmonta la falsa dicotomía entre tradición y modernidad.
En este marco, la idea de libertad cobra una dimensión particular. No es la libertad como liberalismo o como elección de mercado, sino como posibilidad ontológica, como apertura al ser. La lucha de los pueblos africanos y afrodescendientes no ha sido simplemente contra la esclavitud o el racismo, sino contra una forma de olvido sistemático. Contra una forma de muerte simbólica. Y es allí donde la resistencia y la persistencia, categorías que aparecen con fuerza en los discursos de la negritud, se revelan como ejes no solo políticos, sino metafísicos. Persistir es reaparecer en el mundo una y otra vez, incluso cuando el mundo te ha declarado inexistente.
Benemelis no se contenta con revisar documentos o interpretar símbolos; va más allá, adentrándose en los corredores subterráneos de la historia. Al hacerlo, revela que la diáspora africana no es solo una tragedia sino también un sistema de transmisión. Un sistema que ha llevado consigo formas de conocimiento, de resistencia estética, de espiritualidad, de ritmo, de cuerpo y palabra. De ahí que la cultura negra no pueda reducirse a expresiones folclóricas o a manifestaciones marginales: es, en el sentido más riguroso, una epistemología alternativa, un mundo posible.
El autor muestra cómo el pensamiento africano, incluso cuando no se presenta bajo los cánones académicos tradicionales, contiene una lógica sofisticada. El animismo, por ejemplo, no es mera superstición sino una ontología relacional. La música, la danza, los mitos, las cosmogonías orales no son rezagos del pasado, sino tecnologías del espíritu. Lo que Occidente llama “primitivo” es, en muchos casos, una forma distinta —y acaso más compleja— de comprender la realidad.
Este desplazamiento del marco analítico también nos permite repensar el lugar de la historia. En efecto, uno de los puntos más afilados del libro es la crítica a la obsesión por el historicismo positivista. Ese afán por clasificar, ordenar y “explicar” a África desde afuera ha sido, en realidad, una operación de clausura epistemológica. Como dice el propio Benemelis, el exceso de erudición puede ser otra forma de ceguera. La historia no debe ser una ciencia de los datos muertos, sino una poética de la memoria viva.
En este sentido, cuando uno afirma, como en el fragmento original, que “no soy un emperador entre negros y blancos”, no está haciendo una declaración de falsa modestia, sino una confesión ontológica: no hay soberanía posible cuando se comprende el abismo, cuando se vive en el límite entre mundos. Quien habla desde la negritud no reclama un trono, sino un espacio para el diálogo radical, para la posibilidad de pensar con el otro, y no a pesar de él.
Ese lugar intersticial —ese puente vivo— es precisamente lo que representa la obra de Benemelis. Un puente entre saberes silenciados y oídos contemporáneos, entre genealogías fragmentadas y narrativas restituidas. Leer África es permitir que el continente deje de ser una abstracción. Es reconocer que en sus grietas y en sus ritmos se juega también nuestro destino colectivo. Porque África no está lejos: está en el azúcar que endulza el café, en el tambor que marca el tiempo, en el español que decimos, en el cuerpo que baila. Está en nosotros, aunque no queramos verlo.
Por eso, más allá de las páginas del libro, lo que Benemelis nos entrega es una ética. Una ética del reconocimiento. Una forma de pensar —y sentir— la historia desde lo quebrado, lo desplazado, lo negado. Una ética que no se contenta con la inclusión ni con las reparaciones simbólicas, sino que exige una transformación radical del lenguaje y del pensamiento. Porque no se trata solo de hablar sobre África, sino de hablar con África. De dejar que su voz, que su grito, que su cadencia, reconfiguren nuestras categorías más básicas.
La aristocracia mental de la que hablaban ciertos jóvenes idealistas del pasado —cuando aún creían que el talento bastaba para liberar al mundo— tiene hoy un nuevo rostro: no el del intelectual ilustrado, sino el del testigo lúcido, el del sobreviviente que recuerda, el del pensador que sabe que pensar es también resistir.
En tiempos donde la imagen del mundo parece reducirse a la superficie del espectáculo —como advirtió Heidegger—, África de Juan Benemelis propone una inversión radical: mirar hacia el fondo. Hacia lo que fue arrancado, pero permanece. Hacia lo que fue silenciado, pero canta.