A 100 años del nacimiento de Deleuze

Por Jerónimo Vidal.

Hace cien años nació el filósofo Gilles Deleuze, una de las figuras más influyentes del pensamiento contemporáneo. Junto a Félix Guattari, escribió dos obras que revolucionaron la teoría crítica y la filosofía: El anti-Edipo y Mil mesetas. Aunque algunos elementos de estos textos pueden parecer anclados en las circunstancias históricas de los años setenta, sus ideas centrales siguen siendo sorprendentemente útiles para explicar problemas actuales. Uno de los ejemplos más claros es el modo en que estas obras pueden ayudarnos a comprender las dinámicas del deseo en la era de los smartphones y las redes digitales.

En su obra de 1972, El anti-Edipo, Deleuze y Guattari introdujeron el concepto de «máquinas deseantes», un marco teórico que reformula la noción freudiana del inconsciente. Estas máquinas deseantes son agentes de producción continua de deseos, interconectados con flujos de energía que atraviesan tanto al ser humano como a la naturaleza y la tecnología. Si bien no imaginaban literalmente el smartphone moderno, los pensadores ya vislumbraban cómo las tecnologías podrían integrarse íntimamente con las estructuras del deseo humano. Las aplicaciones de consumo, citas y juegos que prometen satisfacción instantánea son, en cierto sentido, extensiones concretas de las máquinas deseantes que ellos describieron. Este vínculo directo entre la libido y los mecanismos de mercado es algo que Deleuze y Guattari intuyeron, aunque no pudieron preverlo del todo.

El contexto de la publicación de El anti-Edipo es clave para comprender su impacto. En los años setenta, los debates intelectuales estaban marcados por una intensa búsqueda de sistemas teóricos que dieran sentido al mundo. Este periodo, que Ulrich Raulff llamó «los años salvajes de la lectura», estuvo impregnado de una obsesión por encontrar referencias teóricas que definieran no solo posiciones intelectuales, sino también formas de vida. En este marco, las ideas de Deleuze y Guattari resonaron profundamente, convirtiéndose en un faro para una izquierda académica que buscaba superar las limitaciones del marxismo clásico y de la psicoanálisis tradicional.

Michel Foucault, en una célebre declaración de 1969, predijo que el siglo XX podría llegar a ser «deleuziano». Esta afirmación no fue gratuita. Desde la publicación de El anti-Edipo, y posteriormente con Mil mesetas (1980), Deleuze y Guattari se establecieron como sinónimo de una complejidad teórica sin precedentes, integrando ideas de múltiples disciplinas, desde la lingüística y la antropología hasta la música y la geología. Su capacidad para entrelazar tradiciones filosóficas, teorías sociales y prácticas culturales les permitió construir un marco analítico que aún hoy sigue inspirando nuevas interpretaciones.

Uno de los puntos más revolucionarios de El anti-Edipo es su crítica al psicoanálisis freudiano y a la estructura de la familia nuclear. Según Deleuze y Guattari, la tríada tradicional «Papá-Mamá-Niño» no solo es una construcción cultural, sino un instrumento de represión que moldea los deseos individuales para encajar en sistemas de poder más amplios, como el capitalismo patriarcal. Para ellos, el inconsciente freudiano, representado por el «Ello» (Es), se transforma en un campo de producción deseante, donde los deseos no están previamente definidos ni reprimidos, sino que emergen como flujos creativos.

Frente al modelo freudiano, que ve la neurosis como una respuesta a la represión de los deseos, Deleuze y Guattari proponen una figura alternativa: el «esquizo». Este no debe confundirse con el esquizofrénico clínico, sino que funciona como una metáfora de una subjetividad nómada y abierta, que rechaza las identidades fijas y las estructuras normativas. En lugar de aceptar las restricciones impuestas por la sociedad y la familia, el esquizo encarna una forma de «deterritorialización», un movimiento constante hacia nuevas formas de existencia. Este concepto, junto con su contraparte, la «reterritorialización», sigue siendo central en el discurso teórico contemporáneo, especialmente en el ámbito del arte y la cultura.

Una de las contribuciones más importantes de Deleuze y Guattari es su análisis de cómo el capitalismo captura y reconfigura los deseos humanos. En su visión, los sistemas represivos, incluyendo el capitalismo, no operan únicamente a través de la coerción externa, sino que también moldean internamente los deseos de los individuos. Esto se logra mediante una integración directa entre las máquinas deseantes y las estructuras de mercado, un fenómeno que resulta especialmente evidente en la actualidad. Las aplicaciones y dispositivos tecnológicos no solo satisfacen deseos preexistentes, sino que también generan nuevos deseos, configurando nuestras subjetividades en procesos de producción incesante.

En este contexto, Deleuze y Guattari ofrecen una perspectiva radicalmente distinta a la de la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt. Mientras que pensadores como Adorno y Horkheimer veían en el capitalismo una fuente inevitable de alienación y melancolía, Deleuze y Guattari subrayaban las posibilidades productivas del deseo. Para ellos, el desafío no es negar la conexión entre deseo y tecnología, sino asegurarse de que esta conexión no sea manipulada para fines opresivos, algo que describieron como «fascismo» en el lenguaje de los años setenta.

Con Mil mesetas, Deleuze y Guattari llevaron su proyecto teórico a un nuevo nivel. En esta obra, abandonaron cualquier jerarquía o sistema estructurado en favor de un pensamiento rizomático, donde todo está conectado con todo. Este enfoque interdisciplinario, que integra elementos de la etnología, la literatura, la música y hasta las matemáticas, refleja su compromiso con una forma de pensar que escapa a las estructuras rígidas y celebra la multiplicidad.

Para Deleuze y Guattari, el arte ocupa un lugar central en este proyecto rizomático. Más allá de ser una simple ilustración de teorías filosóficas, las obras de arte son vistas como expresiones de las máquinas deseantes en su forma más libre. En sus análisis de la pintura, el cine y la música, Deleuze y Guattari identifican un potencial revolucionario: la capacidad de desatar deseos reprimidos y crear nuevas posibilidades de existencia.

El legado de Deleuze no puede entenderse sin su profunda conexión con la historia de la filosofía. Desde Spinoza y Nietzsche hasta Bergson y Kant, Deleuze reinterpretó las tradiciones filosóficas con una originalidad que él mismo describió de manera provocadora como un «acto de procreación monstruosa». Sin embargo, fue en su colaboración con Guattari donde alcanzó su máxima expresión creativa, desafiando las fronteras entre disciplinas y expandiendo los horizontes del pensamiento crítico.

Hoy, en un mundo marcado por la hiperconectividad y las crisis sociales, las ideas de Deleuze y Guattari ofrecen herramientas valiosas para analizar las dinámicas del deseo, la tecnología y el poder. Aunque sus obras pueden parecer desafiantes, su mensaje sigue siendo relevante: el deseo es una fuerza creativa que no debe ser domesticada, sino liberada. En palabras de los propios autores, «el pensamiento no es un sistema cerrado, sino una máquina abierta».

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