Por Carlos Manuel Estefanía
La reciente reaparición de Carles Puigdemont en Barcelona, seguida de su enésima huida sin consecuencias, es más que un simple desplante; es un golpe directo a la credibilidad del Estado español. La impunidad con la que Puigdemont actúa no es un hecho aislado, sino el reflejo de un problema mucho más profundo: la complicidad, o al menos la negligencia, del Estado frente al desafío independentista catalán. Lo que es aún más preocupante es cómo la prensa española, en lugar de dar la alarma como corresponde, desvía la atención mofándose de Puigdemont por su fuga, cuando lo verdaderamente peligroso para el Estado español es que haya podido hacerlo. Que se haya detenido a los Mossos d’Esquadra, la policía autonómica, que facilitaron la fuga, ofrece poco consuelo; el hecho de que esto haya sucedido es una clara señal de lo mal que están las defensas internas del Estado. Esta alarmante situación no es nueva en la historia de España. El paralelismo con la desidia que permitió el crecimiento del independentismo cubano en el siglo XIX es innegable, y las consecuencias podrían ser igualmente devastadoras.
En el siglo XIX, las autoridades españolas, ante el creciente independentismo en Cuba, optaron por una política de inacción y concesiones. Durante décadas, los movimientos independentistas en la isla se fortalecieron mientras el gobierno en Madrid prefería mirar hacia otro lado. Finalmente, tras años de conflicto y una guerra con Estados Unidos, España perdió su preciada colonia. Hoy, el Estado español parece repetir esa misma estrategia fallida con Cataluña, permitiendo que el separatismo crezca y se envalentone ante la falta de respuestas contundentes.
Puigdemont, prófugo desde 2017, ha demostrado una y otra vez que las leyes españolas no se aplican a él. Recientemente, apareció en el Arco del Triunfo de Barcelona como si su condición de fugitivo fuera un mero detalle administrativo. Dio un discurso desafiante ante sus seguidores y luego desapareció, burlándose de las autoridades y exponiendo la debilidad de un Estado incapaz de imponer su autoridad. Esto no es solo un fracaso de las fuerzas de seguridad; es el fracaso de un Estado que ha permitido que los líderes independentistas actúen con total impunidad, socavando la integridad y el orden constitucional del país.
Mientras Puigdemont viaja libremente por Europa, participando en actos políticos y representando una amenaza constante para la unidad de España, el gobierno central parece más interesado en mantener la estabilidad política a corto plazo que en enfrentar el problema de raíz. Se ha hablado mucho de dispositivos fallidos y errores logísticos en la prensa, pero poco se dice sobre la falta de voluntad política para confrontar de manera efectiva a quienes buscan fragmentar el país. La situación recuerda demasiado a la actitud de las autoridades españolas en Cuba, quienes, en lugar de actuar con firmeza, optaron por la complacencia y la negociación, jugando de vez en cuando a la guerra, mientras que desde el aparato burocrático del Estado se boicoteaba el esfuerzo militar o se pasaba a extremos contra la población civil, lo que solo ayudaba a la propaganda intervencionista norteamericana y trajo resultados desastrosos.
El colaboracionismo del Estado español con el independentismo catalán, ya sea por acción u omisión, está erosionando la autoridad del gobierno y fortaleciendo a aquellos que buscan la secesión. La historia de Cuba debería servir como una advertencia. En lugar de actuar con decisión, el gobierno de entonces creyó que las concesiones y el tiempo calmarían las ansias independentistas. Pero la historia demostró que esa inacción fue el caldo de cultivo para el desenlace inevitable: la pérdida de la isla. Hoy, la falta de una respuesta contundente ante el desafío catalán podría llevar a un resultado similar.
A pesar de las promesas de Salvador Illa, recientemente investido como presidente de la Generalitat, de gobernar para todos los catalanes, su mandato estará marcado por las mismas tensiones que han fracturado a Cataluña en los últimos años. Mientras Puigdemont siga moviéndose con total impunidad, como un símbolo viviente del fracaso del Estado español para hacer cumplir sus propias leyes, el peligro de una nueva secesión se vuelve cada vez más real.
El Estado español está jugando con fuego, repitiendo errores que ya le costaron caro en el pasado. Si no se toman medidas firmes y decisivas para enfrentar el separatismo catalán, España podría enfrentarse a una crisis de dimensiones históricas, similar a la que sufrió con la pérdida de Cuba. Es hora de que el gobierno deje de ser cómplice, consciente o no, de quienes quieren dividir el país y actúe con la determinación que la situación exige. De lo contrario, España podría estar condenada a repetir una de las páginas más dolorosas de su historia.–
”La vida es una tragedia para los que sienten y una comedia para los que piensan”
Redacción de Cuba Nuestra
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