Por KuKalambe

Leer por gusto (Ed. Pluvia, Houston, Texas, 2016) es una colección de ensayos absorbentes que, por su acritud y rigor, evocan en el lector experimentado las inolvidables observaciones de Robert Musil en la entrevista que le realizara Oskar Maurus Fontana en 1926, con motivo de la publicación de El hombre sin atributos. En dicha conversación, Musil se preguntaba con lucidez sobre las razones por las cuales “la realidad se había quedado por lo menos cien años atrás de nuestras ideas”, afirmación que, más allá de su pesimismo crítico, se convierte en el leitmotiv para comprender la franca disolución de la cultura austriaca de la secesión, una cultura que fue desplazada por los vendavales de la historia, incapaz de conciliar su legado humanista con el colapso de las formas políticas que alguna vez la sustentaron.
La lectura de Leer por gusto revela una sensibilidad parecida ante la crisis del presente. El autor, José Prats Sariol, no intenta complacer ni congraciarse con el lector superficial; al contrario, sus ensayos abren espacios de reflexión donde la retirada del mundo, la huida del tiempo y la crítica a la ornamentación decadente de nuestras letras contemporáneas se articulan en un discurso tan personal como riguroso. El libro puede disfrutarse también como una epojé moderna, una suerte de suspensión sin renuncia, de recogimiento impasible del mundo, en el que la literatura ya no se concibe como entretenimiento ni como instrumento de adoctrinamiento, sino como medición exacta del espíritu humano frente al caos.
Estamos ante un gesto de resistencia. La literatura que se escribe hoy —parece decirnos Prats Sariol— es bluf, farsa posmoderna, ruido sin cuerpo, mientras que los sistemas totalitarios de represión, ya sean políticos o ideológicos, predominan como formas sutiles (y a veces no tanto) de destrucción de lo humano. La resistencia que propone este libro es otra: no la del panfleto ni la del grito histérico, sino la del pensamiento literario, la del arte de narrar que no excluye el pensar. Así, se enlaza con el mejor legado de la meditación cervantina: un quijotismo que, lejos de lo patético, se erige como forma de lucidez.
En Leer por gusto, Prats Sariol reanima la crítica literaria desde una perspectiva que no teme al contagio de otras disciplinas. Se abre con cordialidad a los fundamentos de la filosofía social y de la antropología, integrando herramientas epistémicas que permiten no sólo el análisis de los textos sino también el desvelamiento de los contextos que los generan. En esta perspectiva, pensar no se opone a narrar. Al contrario: narrar bien es una forma de pensar con precisión. La buena literatura, como la buena filosofía, no explica el mundo sino que lo interroga.
Conviene aclarar que no pretendo aquí desarrollar una exégesis exhaustiva del libro, tarea que emprenderé con más detalle en su debido momento. Mi propósito ahora es destacar algunas observaciones preliminares que pudieran ofrecer una interpretación central sin caer en la arbitrariedad o la pretensión de exhaustividad. Y, sobre todo, compartir la curiosidad que me mantuvo a lo largo de la lectura en suspenso intelectual.
Esa curiosidad se traduce en una pregunta que el libro parece estimular en cada página: ¿no vive todavía la aprensión hiperbólica de la literatura a través de la historia y la narrativa? Es decir, ¿no seguimos esperando, incluso sin saberlo, que la literatura nos explique las ruinas del mundo moderno y las fantasías rotas de las ideologías? En este sentido, Prats Sariol logra un gesto que no es menor: pone el dedo en la llaga con serenidad, sin estridencias, y trae a colación un conjunto de problemas temáticos que parecían haberse extraviado entre las ofuscaciones de los contemporáneos. Me refiero a la visión atroz del poder, al miedo como pedagogía social, al trabajo del escritor en libertad, a la torpeza de la masa ideologizada, al colectivismo intelectual como forma de obediencia voluntaria, a la mentira “orgánica” de los intelectuales funcionales y, por supuesto, a la asunción del humor cervantino como forma de sobrevivencia espiritual.
Estos temas no son simples adornos del discurso ensayístico, sino ejes que estructuran una propuesta de lectura y de intervención en la esfera cultural. Frente al vacío de sentido y la crisis de lenguaje que aqueja a buena parte de las producciones actuales, Leer por gusto ofrece un punto de fuga, un intersticio donde la literatura puede recuperar su papel como acto de conciencia, como ejercicio de lucidez que no niega la belleza sino que la reintegra al pensamiento. En este marco, la crítica no es un comentario externo ni un juicio desdeñoso, sino una forma de participación activa en el texto, de diálogo con sus presupuestos y de apertura a su resonancia.
Quizá por eso el libro también se deja leer como una defensa de la lectura misma, de ese acto cada vez más raro que consiste en entregarse a las palabras con el alma abierta. Leer por gusto implica, en este contexto, no una lectura superficial ni una lectura utilitaria, sino una lectura que se convierte en forma de vida, en ejercicio crítico, en deseo de entender el mundo sin el consuelo de las respuestas fáciles. Y esto es particularmente valioso en un entorno donde el lector parece haber sido sustituido por el consumidor de contenidos.
Prats Sariol, en este sentido, escribe contra la corriente. Su estilo es depurado, preciso, sin concesiones al efectismo. Pero también hay en su prosa una suerte de cordialidad séptica, un modo de interpelar sin herir, de provocar sin imponerse. Esa combinación de rigor y apertura es lo que hace que Leer por gusto no sea un libro más sobre literatura, sino una meditación sobre el lugar de la literatura en la vida humana.
Tal vez por eso, y para cerrar esta primera aproximación, me atrevería a decir que este libro podría ser considerado como una suerte de testamento intelectual, no en el sentido de una despedida, sino en el de una afirmación radical del pensamiento y la sensibilidad como formas de resistencia. Leer por gusto, en definitiva, no es sólo el título de una obra; es una posición existencial frente al mundo, una manera de habitar el lenguaje cuando el mundo parece haberlo traicionado todo. Es también una invitación a recuperar la alegría de la lectura sin ingenuidad, la pasión por las ideas sin dogmas, y la esperanza de que, incluso en la oscuridad, la palabra siga siendo un modo de iluminar el camino.
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