Por Antonio Guerrido
Una ontologización de la historia de Cuba que pretenda interpretar por qué, teleológicamente, se desemboca en un totalitarismo castrista, debe profundizar en el modelo narrativo de la historiografía regional. Para esta ontologización, resulta más relevante abordar empíricamente el modelo narrativo producido por la hacienda patriarcal que por el sistema de plantación. Mientras que el sistema de plantación esclavista representa una estructura económica intensiva, orientada hacia la exportación y sostenida por una dinámica de explotación violenta, la hacienda ganadera patriarcal establece un paradigma de poder donde las relaciones de subordinación y autoridad están mediadas por el tiempo cíclico y la jerarquía familiar.
El modelo narrativo de la hacienda patriarcal no solo organiza la producción económica, sino que constituye una matriz simbólica y cultural que estructura la percepción del tiempo, del poder y de las relaciones sociales. En este contexto, el patriarca no es únicamente el dueño de los medios de producción, sino también el garante de un orden ontológico que da sentido al territorio y a las relaciones humanas que lo habitan. Este modelo narrativo, profundamente arraigado en las dinámicas rurales cubanas, ofrece una interpretación más integral de la historia nacional que la limitada perspectiva del sistema de plantación.
La hacienda patriarcal se construyó como un espacio autosuficiente, donde las relaciones de poder se reproducían bajo un esquema de obediencia y tradición. Aquí, el poder del patriarca trascendía lo económico para consolidarse como un principio organizador de la vida comunitaria. Este orden patriarcal, aunque menos explícito en términos de violencia física que el sistema esclavista, ejercía un control simbólico y cultural mucho más profundo, moldeando la subjetividad de quienes vivían bajo su sombra.
En la hacienda patriarcal, el tiempo asumía una dimensión circular, marcada por los ciclos naturales y las labores agrícolas. Esta temporalidad cíclica, lejos de la urgencia productivista de la plantación, reforzaba una percepción de estabilidad y continuidad que favorecía la reproducción del orden patriarcal. Este ritmo lento y repetitivo sostenía una narrativa de inmovilidad social, donde el cambio era percibido como una amenaza al equilibrio establecido.
La ontología del poder en la hacienda ganadera se centraba en la figura del patriarca, cuya autoridad se presentaba como natural y legítima. Este modelo narrativo, basado en la perpetuación de la tradición, tenía un impacto profundo en la configuración de la subjetividad colectiva, preparando el terreno para formas de control más amplias y centralizadas, como el totalitarismo castrista. En este sentido, la hacienda patriarcal no solo modeló la economía y la cultura rural, sino también los imaginarios políticos que, en última instancia, configurarían el Estado cubano.
Si bien el sistema de plantación esclavista tuvo un impacto significativo en la economía y la sociedad cubanas, su influencia narrativa es más limitada en comparación con la hacienda patriarcal. La plantación esclavista operaba bajo un régimen de explotación intensiva y disciplinamiento que, aunque brutal, no lograba penetrar en la estructura simbólica de la sociedad con la misma profundidad que la hacienda patriarcal. En esta última, el poder no era solo una relación económica, sino una construcción cultural que organizaba todas las esferas de la vida.
Mientras que el sistema de plantación generaba narrativas de resistencia y ruptura, la hacienda patriarcal consolidaba un modelo de subordinación silenciosa, una aceptación tácita del orden establecido que, a largo plazo, contribuyó a naturalizar las relaciones de poder autoritarias. Este modelo narrativo de la hacienda, basado en la jerarquía y la tradición, ofrece una clave interpretativa esencial para comprender cómo se consolidaron las bases culturales y simbólicas del totalitarismo en Cuba.
El totalitarismo castrista puede interpretarse como una reconfiguración del modelo de la hacienda patriarcal, donde el Estado asumió el rol de patriarca, centralizando el poder y organizando la vida social bajo una lógica de control absoluto. Así como la hacienda patriarcal dependía de la obediencia y la tradición para reproducir su orden, el régimen castrista se basó en una narrativa de continuidad histórica y legitimidad revolucionaria para perpetuar su dominio.
El tiempo circular de la hacienda, marcado por la repetición y la inmutabilidad, encuentra su eco en la retórica revolucionaria que presenta el proceso político cubano como un ciclo eterno de lucha y resistencia. De esta forma, el legado de la hacienda patriarcal no solo persiste en la estructura rural, sino que permea las dinámicas políticas y culturales del país, configurando un imaginario de poder que dificulta la ruptura con el pasado.
La ontologización de la historia cubana exige reconocer que el modelo narrativo de la hacienda patriarcal tiene un peso determinante en la configuración del totalitarismo castrista. Este modelo, más que el sistema de plantación esclavista, proporciona las claves para entender cómo se construyó un imaginario de poder basado en la jerarquía, la tradición y la obediencia.
El régimen castrista, al igual que el patriarca de la hacienda, consolidó un orden basado en la centralización del poder y la reproducción de un tiempo inmutable, perpetuando las desigualdades y subordinaciones que, aunque disfrazadas de revolución, encuentran sus raíces en una narrativa profundamente conservadora. Ad perpetuam patriarcalem memoriam.
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