Por Waldo González López
El término Ángel, proveniente de La Biblia, denomina una cualidad que ―revisitada en conferencias y poemas del gran poeta Federico García Lorca― entraña esa virtud que, también definida como carisma, es empleada para señalar determinadas cualidades de los humanos.
Por ello, en estas Notas a margen, subrayo tal atributo visible en Facebook frente a la isla de Erato,porque, caracteriza, desde su primer cuaderno, la poesía de Ángela de Melo autora de una docena de títulos, publicados en La Habana, Valencia y Madrid, Ciudad de México y Miami, e igualmente incluida en varias antologías.
En el poemario de la escritora habanera ―cuyo primer haz de versos, De ti, melancolía, apareciera por la Colección La barca de papel, en 1987, disfrutara este cronista y publicara varios de sus textos en una de sus secciones de poesía creadas en revistas capitalinas― reaparece tal rasgo convincente, por asumir su creación o poeisis, con particular asunción.
Recién publicado por la Editorial Lunetra, con cuidada edición de Maite Glaría, diseño de cubierta y arte de Paul Lyon, a partir de las pinturas de la propia autora y dedicado a su hija Zenia, subrayo ante todo el lirismo, que signa a fondo su verso, por así decirlo angelical ―en el espíritu albertiano―, pues tal es otra virtud definitoria de su impronta. Y ello se siente y se respira en su particular poética que disfruta y aprecia el lector sensible en este volumen, donde además se advierte el influjo (que no calco) de los versos breves y escalonados, asumidos, entre otros, por Pablo Neruda en algunos de sus volúmenes.
Luego, acentúo el amor, la querencia y la nostalgia por el pasado no perdido, sino guardado y recuperado por la Poesía: «ese silencio que alguien de oído muy fino escuchó», por decirlo con un memorable verso de Félix Pita Rodríguez, el poeta cubano que marcara la obra de Ángela, quien igualmente leería con provecho a Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, como al propio Lorca, Antonio Machado, Rabindranath Tagore, William Shakespeare y dos significativos Paul: Valery y Celan, tal recuerda Juan Carlos Mirabal en su hondo prólogo «Versos y hogueras».
Dividido en tres secciones: «En el nevado Olimpo», «Al asedio de las selladas lilas» y ―la más extensa y quizás intensa― «Cítara para oídos lejanos», el volumen de 175 páginas constituye una fiesta íntima y plena en esa genuina lectura que se agradece en el placer de estar vivos, en medio del complejo mundo cada vez más difícil donde sobrevivimos, acosados por la ambición, el odio, la envidia y otros males endémicos que tipifican a no pocos «humanos, demasiado humanos», tal definiera el pensador germano Friedrich Wilhelm Nietzsche.
A lo largo del libro se corrobora otro tópico decisivo en las más valederas poéticas: la autenticidad de sus versos de algún modo autobiográficos, pues sugieren algunas experiencias personales, de ningún modo enarboladas con la fatuidad de las vanas «pompas y circunstancias» ―por decirlo con la clásica pieza del gran músico británico, autodidáctico y posromántico Edward Elgar―, sino con la gracia que le otorgan la sensibilidad y el talento, como sus asimiladas lecturas de los poetas arriba mencionados, entre los que añado uno de los más grandes del siglo XX que compartimos: el argentino Jorge Luis Borges.
Desde los primeros poemas, se atisba otro aspecto que define el libro: la enumeración, cuyo mal empleo puede afectar el verso y el poema; pero que Ángela lo utiliza con el donaire que otorga peculiaridad a su quehacer, tal constatará enseguida el lector.
De tal suerte, en la primera sección «En el nevado Olimpo», ya se distingue tal recurso en el texto inicial: «Del jardín que olvidamos», en el que confiesa: «En la niñez nos dieron / la lengua de los pájaros / los juegos a escondidas / el mapa del tesoro / la luna de un cometa / la lira de las hadas / sin dueños y sin duelos / con la infancia llegó / la estrenada inocencia / ya de vuelta te espera / en el centro del ascua / donde caen los años / y es preciso aprenderla / del jardín que olvidamos.»
El leitmotiv ―por primera vez empleado por Richard Wagner en sus óperas y luego trasladado a la literatura, por el narrador también alemán Thomas Mann― es otro elemento recurrente, que caracteriza su poesía en numerosas páginas, como en «No sabría», cuyos versos evocan no pocos de los más hermosos poemas de amor escritos en nuestra lengua: «Si no te hubiera conocido / no sabría cómo quiebra / el paisaje tras tu ausencia / no sabría de los pájaros / que abrigas en tus manos / ni del ocaso que escapa / no sabría el verano de su frío / ni sabría la hora señalada / ni el mármol aterido sabría / de su terrible noche / no sabría el tiempo / de ese arcano / de sombra con la piedra / no podría no verte o respirar hasta llegar de pronto / y encontrarte.»
En otro momento, se distingue el influjo de otro memorable: Rainer Maria Rilke, descubierto en plena adolescencia por quien escribe, en las relevantes Cartas a un joven poeta y las Elegías de Duino,cuya huella sería relevante en significativos nombres del pasado siglo. Así, en los versos que cierran «Tú llegabas», en los que se advierte la bien asimilada lectura del maestro bohemio-austriaco, sobre todo en los versos finales: «[…] tú llegabas / terrible / como / toda belleza».
En la segunda sección, «Al asedio de las selladas lilas», se asoman el inglés T. S. Eliot, el cubano Gastón Baquero y la argentina Alejandra Pizarnik, cuyos versos ungen su poesía con sutiles alegorías, dejando entrever apenas trazos evocadores de su Isla como veladuras de íntimos recuerdos, tal acontece en «No fue», donde «[…] la patria no era tierra / y si busqué la tierra / no fue patria / no hubo modo posible / lo que ha sido nombrado / es la gran soledad / otro lugar no es mío.»
La nostalgia reaparece en diversos idus evocadores a lo largo del poemario, pero, en particular desde el título, en «Los recuerdos», con útiles jeu de paroles: «Cuando marchas / y dejas la esperanza / a fuerza de esperar / te hace contrarios / eso tiene el adiós / que nunca es siempre / nadie puede pagar / interminables despedidas / es un fervor con término / no es siempre / un hombre uno / y ese uno / se va alejando con recuerdos / y los recuerdos / van sumando capas / y hay un recuerdo viejo / y otro nuevo / desde la pulcritud / que ofrecen / solo para salvarnos / los recuerdos.»
En la tercera y última sección, «Cítara para oídos lejanos», descuella su definición-confesión: «Estar», donde alude a circunstancias de su vida en la Cuba que, como tantos, dejó atrás: «Porque / no quise estar / siempre fui leve / y en la oquedad / de todo / más liviana / mientras prendían / torres / en las nubes / mis pies fueron ligeros / ahora nadie me diga / lo que soy / no estuve / en los papeles / en las palabras grandes / no estuve / en esos claustros / en el pandemonio / de la gloria / pero fue mío / el riesgo / de ser nadie / y ganarme las alas.»
Otra suerte de confesa declaración es «Solo el amor», cuyos versos, en su íntima brevedad, aluden (que no eluden) a tientos de su vida en aquella Cuba ida, pero no olvidada por Ángela: «No pude irme / ni aprendí / a ignorarlos / no pude decir / basta / ni voltearme / ni hacerme indiferente / sólo el amor / se me quedó / en las manos.»
Asimismo, resaltan tres poemas dedicados a su mamá, como otro que alude a su progenitora, en los que evidencia su finísima sensibilidad, «Madre II»: «En torno a ti / cruzo la noche / con un silencio / comparable con a tu ausencia / recorreré la plática / derramada de entonces / a esta altura me sirve / para beber la paz / y creer en lo cierto.»
Mas, otro texto sobresale entre quienes conocen a Ángela desde décadas atrás, como este cronista y su esposa, quienes con su lectura revivimos ―fulgor y hálito, mediante― las felices estadías en la «Casa de doce y mar», donde compartíamos la genuina Poesía de distintos y distantes autores, como las propias, en los inolvidables momentos ahora evocados en aquella querenciosa estancia junto al mar.
Transcribo los versos, en los que evoca: «Si alguien pregunta / es porque nada sabe / que su sangre se anima / en los escombros / que conquista la paz / al borde de las olas / que a golpe de memoria / su suerte pertenece / a las mareas / que aún esconde imposibles / y que no vale nada / porque no tiene precio / el sitio donde llevas / tu corazón a salvo.»
Un poema que podrían hacerlo propio muchos colegas en el duro exilio es el definitorio «Dónde», cuyos versos remarcan el dolor, la rabia y la angustia que, en recónditos momentos, nos atacan al centro de la soledad, el distanciamiento y la salvaje nostalgia que suele acaecernos. Sintamos la resonancia de los vallejianos golpes, como del odio de Dios: «Me fui / de los amigos que no eran / y del elogio falso / del dios de los bolsillos / y de sus guardianes / de la mediocre farsa / y la engañosa gloria / de la inmortal envidia / y del taimado borrón / dado a la rosa / camino de la nube / y de la nada / aun quieren preguntarme / en qué país me exilio.»
Sin duda, según definiera la poeta y narradora mexicana Ángeles Mastretta, en sus poéticas prosas de La emoción de las cosas: «Los emigrantes son polvo de estrellas, sal de la tierra[MH1] , árboles con alas», tal es es la amarga sensación que padecemos, en no pocos momentos, quienes dejamos atrás nuestros países.
Podría continuar comentando el valioso volumen de Ángela de Mela, pero creo que lo apuntado bastará a quienes leen estas Notas al margen a adquirirlo y disfrutar su genuina Poesía.
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