Por Juan Carlos Recio
El limón es la base de todo.
Aunque reconozco en Nicolás Guillén el placer de sus sonetos, no lo considero el poeta nacional, especialmente cuando propuestas anteriores, como las de Casal, Heredia y Agustín Acosta, fueron tan monumentales. Podríamos incluir a Martí por ser el más puro de todos, sin menosprecio de nadie.
Mucho se ha dicho sobre la muerte de Guillén, sobre posibles arrepentimientos (verdades o rumores de pasillo), pero no dejan de ser especulaciones. Hace poco, una amiga matancera me escribió sugiriendo que Carilda Oliver Labra podría ser una poeta nacional local distintiva. Lo interpreté como un intento de darle un título similar al de Guillén, lo cual, por supuesto, consideré un insulto.
No me limité a explicarle que una cosa es el amor desmedido y otra muy distinta es ser parte de la baba que alguna vez colgó de la barba de Fidel Castro. No soy ciego a lo salvable en la sensual señora de las cuatro décadas y más, pero cinismo aparte, y a pesar de la cursilería en algunas zonas, Dulce María Loynaz le lleva ventaja de linaje y de haber preferido el encierro antes que contemplar los horrores. Y aun así, sufrió lo que sufrió.
De todos modos, entre las mujeres, para poeta nacional, Gertrudis Gómez de Avellaneda está más viva que muchas de las absurdas propuestas contemporáneas. Lo más disparatado que he oído sobre este tema fue cuando algunos sugirieron que Pablo Armando Fernández o Retamar podrían ser poetas nacionales. Así están las cosas en la Cuba cultural: desatinos tras desatinos en un intento por borrar la historia, como si fuera una enfermedad crónica incurable.
Si alguna vez deseamos reconstruir nuestra memoria cultural, política y artística, lo que debe prevalecer es la transparencia total del distinguido, no solo su calidad literaria, sino también sus acciones, su coherencia y su posicionamiento ante la sociedad cubana. La conciencia creativa debe primar sobre los derechos humanos y la sustancia de la obra debe ser más importante que el autor. Desde 1959, a mi juicio, hemos vivido bajo una gran falsedad, una cruzada ideológica contra el propio creador.
Proponga usted su propia lista. Yo solo pienso en menos de cinco nombres, independientes y no contaminados por lo que vino después de aquello de “con la revolución todo, contra ella nada”. Una dictadura siempre crea sus propios mercenarios y lacayos.»
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