Por Spartacus
Hay libros que no se escriben desde la seguridad de una disciplina, sino desde el abismo de una obsesión. Masa y poder, de Elias Canetti, es uno de esos libros. No es un tratado, ni un ensayo al uso: es una cartografía del miedo, una anatomía de lo invisible que nos arrastra cuando dejamos de ser uno para fundirnos con los muchos. Canetti no analiza la masa; la persigue, la teme, la interroga como quien se asoma a una criatura primitiva, poderosa, devoradora.
Desde el inicio, se percibe una urgencia, un pulso febril. No hay neutralidad en sus páginas, sino la escritura de alguien que ha sentido en la piel el roce de las multitudes enfebrecidas. Sobreviviente de la Europa totalitaria, Canetti no teoriza desde la torre académica, sino desde el recuerdo del incendio, desde la sospecha de que el alma colectiva puede ser, también, una maquinaria de anulación.
La masa, en su concepción, no es simple agregación de cuerpos; es una forma de energía, una vibración psíquica que suplanta la conciencia individual. Se entra en ella como en un delirio: allí desaparecen las diferencias, se aplana el yo, se disuelve la responsabilidad. El que grita en la masa no es él, sino la sombra de todos; y lo que parece justicia puede ser solo la furia de lo indistinto. Canetti revela así lo más inquietante: que el poder no solo desciende desde los tronos, sino que también brota desde las plazas, desde el clamor impersonal de lo que ya no piensa.
Masa y poder no es, pues, una reflexión política, sino una antropología simbólica del miedo y del dominio. En su centro arde una intuición filosófica radical: el hombre moderno, al confundirse con la masa, se desvincula de lo esencial —la capacidad de decir yo, de erguirse solo, de resistir el flujo hipnótico del nosotros. El peligro no es solo el tirano; es también el aplauso colectivo que lo engendra.
Canetti no demoniza al pueblo, pero desconfía de su exaltación romántica. Sabe que el contagio emocional, cuando no se piensa, puede destruir más que construir. En su advertencia hay algo más que análisis: hay una ética de la singularidad, un llamado a custodiar la lucidez como última forma de resistencia. Porque en el estruendo de las masas, quizá lo único que nos salva es la voz que no se deja arrastrar.
La semilla de esta obra fundamental, como él mismo lo ha indicado, se encuentra en una experiencia personal que marcó de forma indeleble su vida y su pensamiento: la rebelión obrera que sacudió Viena en 1927. Fue allí, en medio del tumulto caótico de una ciudad convulsionada por la agitación social y política, donde Canetti tuvo un encuentro directo con la energía incontrolable de la multitud en acción. Esa vivencia no fue para él un mero episodio anecdótico, sino una experiencia límite que transformó radicalmente su visión del poder colectivo. A partir de entonces, se entregó con una intensidad rara —una especie de obsesión lúcida— a estudiar las dinámicas profundas, instintivas y muchas veces invisibles que subyacen en la formación de las masas. Para Canetti, la multitud no es simplemente un fenómeno numérico o estadístico; es una entidad viva, con un poder propio, que puede ser tan transformadora como potencialmente amenazante para la autonomía individual y la conciencia ética del sujeto.
A diferencia de otros pensadores contemporáneos suyos que, desde diversas escuelas —sociológicas, marxistas, psicoanalíticas—, intentaron comprender el fenómeno colectivo con el objetivo de legitimar o corregir el orden social, Canetti se muestra más interesado en develar las sombras que habitan en ese territorio. Su enfoque, decididamente directo, sin concesiones teóricas al idealismo ni al romanticismo, retrata a la masa como una fuerza ciega, que avanza sin brújula ni proyecto claro, arrastrando consigo las voluntades individuales, disolviendo las diferencias y neutralizando la singularidad. En este sentido, Masa y poder no debe ser leído únicamente como un tratado sobre la colectividad o como un ensayo de filosofía política; es, por encima de todo, una meditación profunda sobre las tensiones más fundamentales de la condición moderna, sobre los peligros latentes en la pérdida de distancia entre los hombres. Aunque las masas se han erigido en protagonistas indiscutibles de la historia contemporánea —revoluciones, totalitarismos, movimientos sociales—, Canetti advierte con insistencia que no han alcanzado aún una verdadera soberanía ni tampoco una madurez ética. Más aún, nos insta a reflexionar sobre las fuerzas subterráneas que las componen: los impulsos contradictorios que las animan, que crean y destruyen al mismo tiempo, que liberan en apariencia y oprimen en sustancia.
El concepto de masa que Canetti desarrolla a lo largo de su obra es radicalmente distinto —e incluso, a veces, antagónico— al que propusieron los filósofos políticos, sociólogos y psicólogos sociales que lo precedieron. A menudo, desde las tradiciones ilustradas o historicistas, se ha pensado en las masas como un sujeto colectivo en proceso de evolución, como una fuerza histórica que busca su destino emancipador. Canetti, sin embargo, no comparte esa esperanza. No ve en la masa una forma de progreso ni un sujeto redentor. Lo que él observa, con una mirada que por momentos bordea lo clínico, es una manifestación inquietante del poder incontrolable de la multitud, una regresión al estado de indistinción, una amenaza latente para la conciencia individual. Su análisis no es, por tanto, una teoría general sobre la historia ni una predicción futurista sobre el destino del hombre; es, más bien, una advertencia rigurosa, una llamada de atención urgente: las masas están aquí, y su influencia en la vida social, política y cultural de la humanidad es ineludible, muchas veces devastadora.
Desde el inicio de su obra, Canetti enfrenta un desafío de gran envergadura: la masa es un objeto elusivo, resbaladizo, inasible por las categorías clásicas. No sigue una lógica racional, ni responde a una estructura jerárquica o a un plan deliberado. La masa —en su acepción más radical— surge con una espontaneidad desconcertante, como un relámpago en la noche. En cualquier momento, sin previo aviso, pequeños grupos humanos pueden transformarse en multitudes desbordantes, como enjambres de insectos que se organizan sin que medie una voluntad consciente. Este fenómeno, para Canetti, no es solo un hecho sociológico, sino una ruptura ontológica con las concepciones tradicionales de la sociedad como estructura organizada. La masa introduce el caos, la inestabilidad, la imprevisibilidad.
En su descripción de este fenómeno, Canetti se aparta de manera deliberada de la sociología tradicional, que busca apaciguar el caos de las multitudes mediante explicaciones racionales y sistemas clasificatorios. En lugar de ofrecer calma o consuelo teórico, él se adentra en el corazón palpitante de la masa, explorando su magnetismo irracional, su fuerza arrolladora, su capacidad para disolver no solo las jerarquías, sino también las diferencias más esenciales entre los seres humanos. La masa no es solo una acumulación de cuerpos amontonados; es una atracción gravitacional que succiona toda individualidad, que diluye las fronteras del yo, que arrastra hacia un centro de gravedad insostenible. La masa anula las identidades, borra las distancias, y en ese proceso, produce una extraña forma de igualdad que, más que liberadora, resulta profundamente inquietante.
En ese contexto, la individualidad desaparece, y con ella, las distancias morales, sociales y afectivas que separan a los hombres. La masa se convierte, entonces, en una entidad autónoma, que no busca la emancipación en el sentido clásico —la liberación de la opresión—, sino que se disuelve en una especie de éxtasis colectivo, en una forma de comunión sin sujeto. Este momento de aparente igualdad —donde todos son idénticos, indistintos, confundidos— es a la vez liberador y aterrador. Liberador, porque suprime la jerarquía; aterrador, porque aniquila la singularidad. Al perder la distancia, la masa no se eleva hacia una conciencia colectiva superior; más bien, se aniquila a sí misma, atrapada en una opacidad que le impide reconocerse como sujeto moral o político.
La visión de Canetti sobre las masas, por tanto, no es una celebratoria, ni siquiera una ambigua: es una crítica despiadada. El igualitarismo que emerge en el seno de la multitud no es un ideal alcanzado, sino una ilusión peligrosa. Una ilusión que amenaza con borrar la libertad del individuo y su capacidad de resistirse al contagio emocional de la colectividad. Lejos de representar una forma de emancipación, la masa —según Canetti— es una fuerza que, al anular las diferencias, también destruye la capacidad de pensamiento crítico, de juicio, de disenso. En este sentido, Canetti se opone frontalmente a cualquier interpretación romántica de la masa como fuerza liberadora del pueblo. La emancipación que ella promete es, en última instancia, un espejismo, una trampa psicológica, una condena disfrazada de esperanza revolucionaria.
El individuo, cuando se ve absorbido por la masa, pierde su capacidad de ser él mismo. Deja de ejercer su libertad como una posibilidad de acción diferenciada. La masa, en su avance arrollador, elimina no solo las barreras entre los seres humanos, sino también los espacios de decisión, de soledad y de conciencia que hacen posible la experiencia ética. Este es, sin duda, el núcleo más incisivo de la crítica canettiana: la masa no es un agente de libertad, sino una manifestación del poder sin control, un poder que se ejerce sin razón ni justicia, y que convierte a los hombres en engranajes ciegos de una maquinaria sin alma.
Canetti nos invita, en consecuencia, a reflexionar sobre las implicaciones contemporáneas de esta visión radical. La noción de igualdad que promueve la masa —una igualdad espontánea, impulsiva, sin fundamento normativo— no es un ideal de justicia, sino una fuerza irracional que busca subvertir el orden existente no para mejorarlo, sino para sumergirlo en la oscuridad de lo indistinto. En un mundo como el nuestro, donde la individualidad parece estar cada vez más erosionada por el peso del colectivismo emocional, del espectáculo masivo, de la opinión pública uniformada, el estudio de Canetti se vuelve más urgente que nunca. Nos recuerda la necesidad de mantener una mirada crítica, capaz de discernir entre el verdadero impulso emancipador y las formas enmascaradas de opresión colectiva.
Masa y poder no es, por tanto, un libro sobre política, sino sobre la antropología del poder. Y en su núcleo, late una intuición profundamente filosófica: que el hombre moderno, al perderse en la masa, pierde también su vínculo con lo esencial de su humanidad —la capacidad de decir yo, de resistir, de pensar por sí mismo. El poder, en su dimensión más cruda, no se ejerce solo desde arriba; también se ejerce desde abajo, desde esa oscuridad colectiva que, bajo el nombre de pueblo o de justicia, puede destruir al individuo en nombre de una igualdad sin rostro.
Canetti nos obliga, con su estilo directo y su radicalidad analítica, a no confiarnos de los discursos que glorifican la masa sin interrogar su lógica profunda. Nos exige mantener una distancia crítica, no para negar la importancia del colectivo, sino para proteger la dignidad de lo singular. En su advertencia hay algo más que un análisis teórico: hay una ética de la resistencia, una apuesta por la lucidez en tiempos de contagio emocional. Y esa lucidez, en medio del estruendo de las masas, es quizás lo único que puede salvarnos de nosotros mismos.
También te puede interesar
-
AIMEE JOARISTI ARGUELLES UNA CREADORA POLIÉDRICA
-
Enfrentamiento entre la Unión Europea y Rusia: un conflicto exacerbado por Gran Bretaña
-
Tertulia editorial con David Remartínez. Entrevista con el vampiro | Arpa Talks #71
-
Reedición de cuatro textos de Jorge Mañach en formato de plaquette y libro
-
«Burbuja de mentiras» de Guillermo ‘Coco’ Fariñas Hernández