Más allá de la poética nacional: Lezama Lima y el nuevo barroco

Por Pedro Díaz Méndez

Analizar la obra de José Lezama Lima sin al menos mostrar una síntesis de algunas de las circunstancias históricas que aportaron a su formación, sería una labor casi imposible. Este breve artículo se enfoca en los esfuerzos del autor por redefinir las fronteras de algunas de las escuelas literarias, cuyas influencias ayudaron a enriquecer su poética de manera evidente.

Desde su mismísimo umbral, la poética lezamiana se salió de las restricciones impuestas por el canon nacionalista tradicional. A fin de esbozar la representación que él visualizaba como la cultura latinoamericana, Lezama construía sus textos partiendo de la mezcla heterogénea que absorbía de sus lecturas; mediante el sincretismo de las iconografías culturales hispanoamericanas, francesas, grecolatinas y del Siglo de Oro español, pudo el erudito lograr esa fusión unificadora en su obra.

Lo que una obra lezamiana expresa, directa o indirectamente, se manifiesta en la dicotomía que emerge entre nuestra interpretación del texto y su contenido; así como en el potencial que posee para asociarse ingeniosamente con cualquier época en que se lea. Esa es la razón por la cual el contenido de la lectura y su asociación con la interpretación, sufre un proceso de transformación con cada repaso generacional. El texto sufre una mutación constante, en este caso, provocada por la extraordinaria riqueza cultural. Dicho en otras palabras, Lezama insta a los lectores, generación tras generación, a realizar una lectura activa de una entidad textual perennemente viva. La insistencia de Lezama en la estética barroca ha llegado a ser percibida por lo que es: una invitación al lector, a fin de que participe en el proceso de constante reescritura a través del acto de la lectura. Luego, un acercamiento crítico a la críptica lezamiana debe de tomar en cuenta tanto el texto como su recepción.

Uno de los sellos distintivos de Lezama siempre ha sido el Barroco, tanto el peninsular como su versión hispanoamericana. Una revisión de al menos dos de las características del barroco constituye un paso básico con miras a entender la poética del maestro. La primera de ellas, es la manera en que la naturaleza parece multiplicarse en los productos culturales; por ejemplo, cuando el escritor fusiona referencias botánicas con la pintura renacentista, disolviendo así la separación entre el mundo cultural y el natural. Logra exhibir, de esa manera, la complementación de dos elementos yuxtapuestos. La segunda, destaca el florecimiento de los conflictos internos del barroco en vez de suavizarlos. Es esta dualidad la que mejor explica el grado de complejidad de la obra lezamiana, una aproximación que a un mismo tiempo reta y seduce la inteligencia del lector, aquél que esté dispuesto a sumergirse en el océano de su imaginería.

Es precisamente este tipo de antinomia la que hizo que Lezama gravitara hacia el barroco español del siglo XVII y su poeta por antonomasia, Luis de Góngora. El barroco peninsular, en específico, representó una renovación estética y una crítica al decadente sistema social que reflejaba. Asimismo, sufrió el barroco un poderoso impacto de la teología católica, rasgo bien representado en la escritura del maestro. El catolicismo de Lezama incorpora el pilar de su estética, incluidas la iconografía de su poesía. Tomemos, por ejemplo, los versos iniciales de “Sonetos a la Virgen”, en los cuales la naturaleza parece recrear los milagros de Dios:

Déipara, paridora de Dios. Suave la giba del engañado para ver tuvo que aislar el trigo del ave, al ave de la flor, no ser del querer.

Al examinar más de cerca la poética de Lezama, podemos llegar a la realización de que la oscuridad es sólo una invitación al lector, un sortilegio para atraerle a las imágenes, tal como se puede percibir en “Pífanos, epifanía, cabritos”:

Se ponían claridades oscuras. Hasta entonces la oscuridad había sido pereza diabólica y la claridad insuficiencia contenta de la criatura. Dogmas inalterados, claras oscuridades que la sangre en chorro y en continuidad resolvía, como la mariposa acaricia la frente del pastor mientras duerme. Un nacimiento que estaba antes y después, ante y después de los abismos, como si el nacimiento de la Virgen fuera anterior a la aparición de los abismos. Nondum eram abyssi et ego jam concepta eram.

Es el misterio transcendental del catolicismo lo que parece atraerle al hablante lírico; así como parece hechizarle la idea del continente americano, lugar donde la magia se multiplica a través de las “claridades oscuras”.

La concepción que Lezama esgrimía del continente americano como región ideal del barroco, no es un argumento cuyas premisas pretenden demostrar su continuidad peninsular, ni la búsqueda de una genealogía europea. Para él, el barroco peninsular llegó a desdoblarse íntegramente en el continente americano, porque exclusivamente allí fue donde excedió los exclusivos efectos de la acumulación desencadenada por el encuentro de las culturas africana, indígena e europea. Lezama alcanzaba a percibir ese amasijo cultural tanto en la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz, como en las arquitecturas coloniales de Ciudad México, Cuzco y Minas. La influencia cultural de los barrocos español y portugués, cuyos cuerpos artísticos se transformaron en un cronotopo allende el simple desplazamiento espacio-temporal, constituyó para Lezama la fórmula ideal para el enriquecimiento de su expresión artística. Su obra fue aderezada por un triángulo intercontinental. El acto de la escritura encarnaba miríadas de retazos informativos y referencias culturales; la concepción de la metáfora y de la imagen tiene mucho que ver con el grado de tracción entre los varios elementos de la híbrida amalgama cultural. Según Lezama, esa intersección cultural forzó a europeos, africanos y locales a cohabitar en un espacio simbólico y creativo al que llamaba “espacio gnóstico americano” y, como ya se ha mencionado, en el mestizaje (un fenómeno que va más allá de la cuestión racial), una cultura vernácula, cuyos epítomes promueven una confluencia única. Una síntesis cultural más madura que su homóloga ibérica.

La críptica lezamiana no es una meta sino un proceso; es el resultado de su concepción de la imagen, la cual —en cambio — sumerge al lector en un sistema construido a base de iconografías, la cuales aparentemente descansan divorciadas de un referente externo. La complejidad de Lezama viene, en parte, de un procedimiento de integración total, el cual actúa algunas veces como sistema enciclopédico de citas y referencias—junto con sus muy extendidas y abiertas estructuras gramaticales—, cuyos bagajes en gran medida sufragan su estilo. Lezama buscó y encontró un delicado balance entre las influencias españolas que permean, incluso hoy, la vida diaria en Cuba, y la necesidad de una verdadera visión hispanoamericana de las artes; se auto- enraizó en un prisma que concebía la fusión cultural como puente dorado entre el pasado español y el presente americano. Sus lecturas favoritas eran las del barroco español; sin embargo, su lírica la tejió con los multicolores hilos de la riqueza cultural española, africana e indígena.

Las repercusiones de la poética lezamiana han sobrevivido hasta nuestros días. El movimiento del nuevo barroco latinoamericano continuamente revive sus dominios. Los trabajos de Severo Sarduy y Néstor Perlongher, ambos activos exploradores de la poética de Lezama, marcan el intenso influjo del escritor cubano en la literatura latinoamericana de nuestros tiempos.

El legado del nuevo barroco se extiende hacia la próxima generación a través de escritores de la prosapia de Severo Sarduy, quien, en cambio, desarrolló una teoría formal del movimiento. Tanto para Sarduy, como para Lezama, el barroco latinoamericano representa no solo una manera de escribir, sino también una manera de leer. Esta propuesta artística ha sido diseminada más allá de las fronteras del movimiento, sus huellas pueden ser ahora encontradas en el trabajo de poetas tan diversos y representativos como Gerardo Déniz (México) y Haroldo de Campos (Brasil); no es tanto una escuela literaria como una conciencia cultural que encuentra expresión en la expansión lingüística y en el collage único, cuyos rasgos simbolizan la realidad multidimensional y colorida de la América Latina. En retrospección, el nuevo barroco fue otro modo de proponer una originalidad, una práctica experimental poética que no dependió del avant–garde histórico. En realidad, Lezama indistintamente conservó una conexión abierta con el modernismo, movimiento literario que precedió a las vanguardias históricas.

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