Por Spartacus
En los dominios de la investigación histórica, social y cultural, el verbo ocultar se despliega como una promesa enigmática, una insinuación de secretos latentes. Un esquema marxista tradicional sostiene que «las verdaderas estructuras de la sociedad están ocultas», trazando así los confines de la exploración y el conocimiento. Sin embargo, acaso muchas de esas realidades no están tanto escondidas como comprimidas, amontonadas ante el ojo que sabe entreverlas.
No diría que tales verdades se ocultan; prefiero pensarlas apiñadas, suspendidas en un sustrato que les confiere una existencia implícita. A veces son visibles, como figuras esbozadas en un cristal empañado, sin la resonancia o el ritmo necesarios para cobrar forma plena. Parecen un acordeón cerrado, cargado de melodías no reveladas. La tarea no es, entonces, excavar datos y exponer su desnudez, sino aguardar el instante en que esas estructuras, aún comprimidas, se desplieguen en un acorde que haga resonar sus temas implícitos.
En este despliegue, los dilemas del saber se hacen manifiestos, revelando la complejidad del tejido que sustenta la historia y el pensamiento. Las cronologías, los eventos conmemorativos y las narrativas de causalidad ofrecen muy poco al conocimiento profundo de la vida, que es, en última instancia, un tema-problema perpetuo, una sinfonía de tiempos entrelazados. Así, nuestra mejor existencia permanece como un enigma digno de descifrar.
El saber progresa, pues, en la medida en que el concepto de tema-problema engendra nuevas preguntas y desafíos. Así, de la Paideia ateniense nació la educación escolástica medieval y, en esa expansión, las enseñanzas universitarias que configuraron el intelecto occidental.
A quienes se aferran a la cronología y a aquellos dotados de una memoria infinita, habría que mirar con cierta distancia; ambos, como músicos que solo repiten notas, son esclavos de la sucesión. Borges, con su sabiduría de geómetra, notó en Funes el memorioso una memoria vastísima pero inútil: podía recitarlo todo, mas carecía del talento para crear un hilo conductor, un sentido. Así, la vida, sin el aliento de un tema, sin la forma de un problema, se le tornaba en un caos incesante, en un tiempo plano y vaciado de destino.
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