Por Spartacus
En el corpus filosófico cubano, Para una filosofía de la vida de Jorge Mañach representa un punto de inflexión en la manera de concebir el pensamiento en relación con la historia, la cultura y la acción. No es una mera compilación de ideas sueltas ni una imitación servil de corrientes europeas, sino un intento de articular una filosofía situada, capaz de responder a las urgencias de su tiempo sin renunciar a una proyección crítica y universal. La obra se enmarca en una tradición intelectual que, aunque reconoce la impronta del pensamiento europeo —particularmente Ortega y Gasset, el vitalismo y el existencialismo—, busca una autonomía conceptual que dialogue con las realidades específicas de Cuba y América Latina.
El núcleo de su reflexión se estructura a partir del concepto de condicionalismo, una categoría que le permite reconocer que el pensamiento está condicionado por el contexto histórico-cultural, pero sin quedar absolutamente determinado por él. Este equilibrio entre historia y autonomía es precisamente lo que lo aleja de un relativismo historicista y lo aproxima, aunque de forma matizada, a la tradición kantiana. Mañach no niega la necesidad de una razón normativa, pero su apuesta consiste en resignificarla desde una perspectiva vitalista e histórica. En este punto, su pensamiento se vincula con lo que podríamos denominar el «giro inmunológico de la razón», es decir, un desplazamiento que busca preservar la autonomía del pensamiento sin aislarlo de las determinaciones históricas que lo configuran.
Esta tensión entre necesidad y contingencia, entre lo universal y lo situado, encuentra en Mañach un desarrollo que lo lleva a reformular el imperativo categórico kantiano. La moral no es entendida como un conjunto de normas inmutables impuestas desde una razón abstracta, sino como un horizonte de sentido que se constituye en la intersección entre la individualidad y la historia. La razón vital que Mañach adopta no es simplemente una negación de la racionalidad clásica, sino su reconfiguración en clave existencial y pragmática, buscando dotar al pensamiento filosófico de una función más concreta en la vida cotidiana y en la formación de la cultura.
Para una filosofía de la vida es más que un ensayo filosófico: es una propuesta de orientación intelectual en un momento de crisis cultural y política. Al integrar el pensamiento europeo sin diluir la especificidad latinoamericana, Mañach se sitúa en un lugar de mediación entre tradición y modernidad, entre universalismo y particularismo. La relevancia de su obra radica en su capacidad para pensar la filosofía no como un ejercicio especulativo desvinculado de la vida, sino como una herramienta para interpretar y transformar la realidad.
Es en este punto donde se vuelve fundamental comprender la obra de Mañach desde la lógica del giro inmunológico de la razón vital. En la tradición filosófica occidental, la razón ha sido concebida tanto como un principio de orden y universalidad (Kant, Husserl) como una estructura históricamente situada (Hegel, Ortega y Gasset). Sin embargo, el giro inmunológico introduce una nueva dimensión: la razón ya no es solo un dispositivo de comprensión, sino también un mecanismo de autopreservación frente a la vulnerabilidad epistémica y existencial del ser humano. La razón, en este sentido, no es únicamente un instrumento de conocimiento, sino también un escudo que protege al pensamiento de sus propias condiciones de posibilidad y de las amenazas externas que buscan desactivarlo o subordinarlo.
Mañach parece intuir esta necesidad de inmunidad filosófica frente a la incertidumbre del contexto en el que escribe. Su reflexión no se limita a aceptar que el pensamiento está condicionado por su circunstancia histórica; más bien, sugiere que el pensamiento debe desarrollar su propia capacidad inmunitaria para resistir la instrumentalización ideológica y la clausura dogmática. Si la razón vital orteguiana insistía en la inseparabilidad entre el individuo y su circunstancia, Mañach amplía esta perspectiva al señalar que el pensamiento no solo debe asumir sus condicionamientos, sino también articular estrategias para no sucumbir ante ellos.
En este sentido, el condicionalismo no es simplemente una afirmación de la historicidad del pensamiento, sino una forma de resistencia filosófica. La conciencia de los condicionamientos históricos y culturales no debe conducir a una postura de resignación o determinismo, sino a una actitud crítica que permita a la filosofía reconocer sus límites sin ser absorbida por ellos. Así, la filosofía en Mañach se perfila como un ejercicio de autonomía dentro de la determinación histórica, una apuesta por la capacidad del pensamiento de negociar con su contexto sin ser colonizado por él.
Este planteamiento adquiere especial relevancia en el marco de las tensiones ideológicas de su tiempo. En un contexto donde la filosofía corre el riesgo de convertirse en un mero reflejo de las fuerzas políticas o de los discursos dominantes, Mañach enfatiza la necesidad de una inmunidad crítica que le permita a la razón preservar su capacidad de interrogar, matizar y resistir. La filosofía, en este sentido, no es una simple expresión de la historia, sino una actividad que busca intervenir en ella desde una posición de lucidez y autonomía relativa.
Así, el pensamiento de Mañach podría leerse como un esfuerzo por equilibrar la conciencia de los condicionamientos con una voluntad de inmunidad filosófica. Esta inmunidad no implica aislamiento ni negación de la historicidad, sino una vigilancia crítica que impida que el pensamiento sea reducido a una función meramente circunstancial. En un mundo donde la razón se enfrenta constantemente a amenazas que buscan domesticarla o neutralizarla, la obra de Mañach nos recuerda que la filosofía sigue siendo, en última instancia, un ejercicio de resistencia frente a la sumisión intelectual.
Mañach parece intuir esta necesidad de inmunidad filosófica frente a la incertidumbre del contexto. Si la razón vital orteguiana insistía en la inseparabilidad entre el individuo y su circunstancia, Mañach da un paso más allá al plantear que el pensamiento debe desarrollar su propia inmunidad frente a las fuerzas que buscan neutralizar su capacidad crítica. En este sentido, el condicionalismo no es solo una afirmación de la historicidad del pensamiento, sino una estrategia de resistencia: la filosofía debe reconocer sus condicionamientos, pero sin ceder a ellos de manera pasiva.
Uno de los momentos más reveladores de Para una filosofía de la vida es su análisis del pensamiento de Enrique José Varona. En este apartado, Mañach no se limita a enaltecer la obra del filósofo cubano, sino que lo proyecta como una figura clave en la configuración de un pensamiento inmune a los dogmas. Varona, con su énfasis en la formación del carácter y la educación moral, entendía que la filosofía debía inmunizar al individuo contra la manipulación ideológica y el escepticismo paralizante. Mañach recoge esta preocupación y la reformula en términos de una racionalidad que, aunque situada en el tiempo, no renuncia a su capacidad de juicio autónomo.
Desde esta perspectiva, el giro inmunológico de la razón en Mañach puede interpretarse como una doble respuesta: por un lado, a la tentación de la relativización absoluta del pensamiento, que lo convertiría en un mero reflejo de las circunstancias; por otro, a la rigidez de los sistemas cerrados, que pretenden imponer una razón abstracta y deshistorizada. Su propuesta, en cambio, es la de una razón crítica, capaz de adaptarse sin diluirse, de dialogar sin perder su propio centro.
Este planteamiento resuena con la tradición kantiana del imperativo categórico, pero con una torsión significativa. Mientras que Kant construye una moral basada en la autonomía de la razón, Mañach introduce un matiz: la razón debe protegerse de sus propios excesos y de sus posibles instrumentalizaciones. No se trata solo de una razón que legisla de manera universal, sino de una razón que se defiende activamente de los peligros del dogmatismo y la instrumentalización ideológica. En otras palabras, la inmunidad filosófica en Mañach no es solo una cuestión epistemológica, sino también una cuestión ética y política.
Releer Para una filosofía de la vida desde esta clave nos permite comprender su vigencia y su potencial crítico. En un mundo donde el pensamiento parece oscilar entre la absoluta fragmentación y la imposición de nuevas ortodoxias, la noción de un pensamiento inmunológico, capaz de reconocer sus condicionamientos sin sucumbir a ellos, se vuelve más relevante que nunca. Mañach nos recuerda que la filosofía no es solo un ejercicio de contemplación, sino una práctica de resistencia frente a las fuerzas que buscan reducirla a una mera repetición de discursos hegemónicos.
Su propuesta filosófica no es una simple adaptación del pensamiento europeo a la realidad cubana, sino un intento genuino de construir una racionalidad crítica situada. Su condicionalismo, lejos de ser un determinismo histórico, es una forma de inmunidad intelectual que permite a la razón navegar las aguas turbulentas del tiempo sin perder su capacidad de orientación.
Volver a este libro hoy significa repensar el papel de la filosofía en tiempos de incertidumbre, pero también significa asumir la responsabilidad de proteger la razón de sus propios peligros. Mañach nos ofrece, en su ensayo, una lección que trasciende su contexto inmediato: pensar es un acto de resistencia, y resistir es, en última instancia, un ejercicio de inmunidad filosófica.
Continua…
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