El próximo 10 de octubre, en solo 8 días, se cumplirán 156 años del llamado Grito de La Demajagua, ocurrido en 1868. Una década después, este acontecimiento se ha arraigado en la conciencia nacional cubana como el día en que Céspedes liberó a sus esclavos, proclamó el grito de independencia e inició la primera guerra por la independencia. Desde entonces, hasta el presente, la historiografía y el discurso político han repetido este relato como una verdad inamovible.
Sin embargo, a través de este librito, deseo ofrecer una versión alternativa de los hechos, una que ha permanecido en el olvido. Al investigar documentos inéditos en los archivos de Manzanillo y Santiago de Cuba, he encontrado pruebas de que lo que realmente ocurrió ese día fue un reclamo de cientos de campesinos al abogado Céspedes, a quien culpaban de las hipotecas impagables que les ahogaban. Acorralado y acusado de usurero, Céspedes se encontró en una situación crítica. Aprovechó esta circunstancia para cambiar el rumbo de los acontecimientos: en medio de la presión, transformó el reclamo en un grito revolucionario, dando inicio a lo que más tarde sería reconocido como el primer paso hacia la independencia.
El librito en cuestión no se limita a hablar del Grito de La Demajagua; la mayor parte de su contenido está dedicada a probar una hipótesis sobre la regionalización de la historia socioeconómica de Cuba en el siglo XIX, un aspecto del cual no sabemos mucho. Si el contrapunteo de Fernando Ortiz aborda la antinomia entre la «plantación esclavista azucarera y cafetalera» y la «pequeña propiedad tabacalera», este trabajo se esfuerza por reconstruir un olvido: la hacienda patriarcal ganadera como un sistema socioeconómico y cultural autárquico que floreció en la región del Cauto, al margen del mercado mundial.
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El neologismo haciendacracia (inventado por mi) podría expresar un sistema de poder en el que la hacienda, como institución socioeconómica, se convierte en el centro dominante de la organización política y social. En este caso, el término indicaría una forma de gobierno o de estructura de poder en la que la autoridad y el control están profundamente vinculados al modelo de la hacienda, donde la propiedad de la tierra y el manejo de recursos confieren no solo poder económico, sino también influencia política y cultural.
La haciendacracia describe una sociedad regida por la lógica del hacendado, en la que la concentración de la tierra y el poder en pocas manos moldea la vida de las clases subordinadas, estableciendo un sistema de jerarquías y dependencia. Al igual que términos como plutocracia o aristocracia, haciendacracia destacaría la centralidad de una élite terrateniente en el control de las dinámicas sociales y económicas de una región, subrayando la continuidad de estas estructuras de poder a lo largo de la historia.
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