¿Es el «Contrapunteo» de Ortiz un texto postmoderno?

Por Coloso de Rodas

En La isla que se repite, Antonio Benítez Rojo dedica un extenso capítulo, estructurado en cinco epígrafes, a una de las obras más emblemáticas de la antropología cubana: el Contrapunteo de Fernando Ortiz. Este capítulo, que podría extenderse en un libro de cien páginas si los herederos de Benítez lo autorizaran, es una reflexión crítica sobre el trabajo de Ortiz y sus implicaciones teóricas. A lo largo de este análisis, Benítez Rojo plantea un enfoque que no solo abre nuevas vías para la interpretación del Contrapunteo, sino que, además, desafía las convenciones sobre las que se ha sostenido la interpretación del texto a lo largo del tiempo. En este contexto, una de las propuestas más intrigantes es la idea de leer el Contrapunteo a través de una óptica postmoderna, inspirada en la Condición postmoderna de Lyotard. Sin embargo, esta lectura no está exenta de cuestionamientos. Considerar el Contrapunteo como un texto postmoderno no es un ejercicio simple ni definitivo; más bien, resulta ser una interpretación que debe ser reconsiderada, puesto que la obra de Ortiz, en última instancia, parece pertenecer a una época en la que los metarrelatos no solo eran posibles, sino también necesarios, en el intento de construir una visión coherente del mundo.

El argumento de Benítez Rojo lleva a una reflexión más profunda sobre el papel que juegan los metarrelatos y la verdad absoluta en la modernidad. La postmodernidad, en el sentido en que la define Lyotard, supone que los metarrelatos son una característica de la época pasada, de la modernidad, y que en la actualidad, los relatos grandes que pretenden explicar la totalidad de la realidad deben ser abandonados. Sin embargo, no debemos apresurarnos a aceptar esta premisa sin más, ya que, al aplicar este marco a la obra de Ortiz, nos damos cuenta de que el Contrapunteo funciona precisamente como un metarrelato inconcluso. La obra no renuncia a las grandes narrativas; más bien, las pone en tensión y permite que se desarrollen en un espacio de hibridación. Es aquí donde se muestra el verdadero desafío del texto: la hibridación que Ortiz describe no es un fenómeno simple, sino una construcción narrativa compleja, que trasciende las categorías tradicionales y que, lejos de seguir un esquema lineal o determinista, se mueve en el espacio entre lo económico, lo cultural y lo social.

Es fundamental destacar que la relevancia del trabajo de Benítez Rojo no se limita a una relectura crítica del Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, sino que, indirectamente y sin proponérselo, abre nuevas perspectivas para las investigaciones sobre el Caribe y la Cuba colonial. El análisis de Benítez Rojo permite reorientar estos estudios hacia territorios que, hasta ahora, habían sido prácticamente ignorados, tanto por él como por Fernando Ortiz. Un ejemplo significativo es el sistema de hacienda ganadera en las regiones centro-orientales de Cuba, que permanecieron al margen del mercado internacional.

Más que vincular las verdades fragmentarias con el saber, resulta necesario, y aún más audaz, conectarlas con los acontecimientos históricos que las moldearon. La hacienda ganadera derivó en un escenario que contribuyó a un cambio de paradigma y mentalidad, particularmente con la consolidación de la centralización y concentración azucarera capitalista impulsada por el sistema de los centrales. Estos no solo dominaron el ámbito económico, sino que también marcaron la conquista de un espacio interior más sólido, redefiniendo el orden territorial y productivo en Cuba.

Esta propuesta de no limitarse únicamente a la economía azucarera y tabacalera, tan central en la interpretación orticiana, permite redescubrir otros aspectos de la realidad colonial cubana que no habían recibido la atención que merecían. En este sentido, Benítez Rojo no solo reconsidera la complejidad de las estructuras económicas y sociales del Caribe, sino también el archipiélago al estilo de Casa grande, donde los procesos de transculturación no son solo el resultado de una interacción directa con el mercado global, sino también de formas de producción que no nacen de la caribenidad, sino de las conquistas del hinterland por el mercado interno.

Sin embargo, le faltó a Benítez Rojo señalar que la tesis postmoderna del archipiélago caribeño solo pudo funcionar hasta mediados del siglo XIX. A partir de ahí, el modelo funcionalista, descrito por Juan Pérez de la Riva, prevaleció como el patrón dominante en la conquista del espacio, pero más asociado a esta última. Riva, al distinguir entre la Cuba A y la Cuba B, subraya cómo, en la Cuba A, vinculada al mercado global, se mantienen estructuras dependientes del exterior, mientras que la Cuba B, asociada a las dinámicas internas del hinterland, refleja una nueva configuración económica y social. Hoy en día, Cuba y el Caribe son un híbrido de esas dos tendencias epocales: la del contacto con el mar y la del hinterland, siendo esta última la más predominante.

Sin embargo, a pesar de todas estas innovaciones y de la potencialidad de la obra de Ortiz para abrir nuevas formas de entendimiento, al final del túnel, el Contrapunteo sigue perteneciendo a una época de iniciación positiva, una época en la que la construcción de relatos era esencialmente funcionalista. Esto no significa que Ortiz se haya limitado a un enfoque simplista o restrictivo, pero sí que su trabajo está inscrito dentro de una tradición más amplia que busca explicar los fenómenos sociales en términos de causas y efectos directos, algo que se manifiesta en el carácter profundamente estructuralista de su análisis. De manera interesante, por alguna razón, el antropólogo funcionalista norteamericano Bronislaw Malinowski consideró el concepto de transculturación como una vanguardia dentro del sistema categorial del funcionalismo. Este hecho pone de relieve las tensiones que atraviesan el trabajo de Ortiz: por un lado, el esfuerzo por construir un relato global y, por otro, la tendencia a estructurar ese relato bajo las premisas funcionalistas que dominaban la época.

La pregunta fundamental que se subraya en el trabajo de Ortiz es, por tanto, la misma que persigue el funcionalismo: «¿por qué y cómo funcionan las cosas?» Esta cuestión refleja el propósito subyacente de la obra de Ortiz, cuya intención inmanente parece ser la de desentrañar los mecanismos sociales y culturales que dan forma a la realidad cubana. A través de la observación detallada de la cultura cubana, Ortiz no solo busca entender sus componentes, sino también cómo estos componentes se interrelacionan y funcionan en conjunto para constituir una totalidad coherente. Sin embargo, al igual que el Contrapunteo, esta búsqueda no tiene un final definitivo, sino que continúa abierta a nuevas interpretaciones y revisiones.

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