Por Juan Carlos Recio
El horizonte, por muy lejano que esté más allá de nuestras manos, no se desvanece ante nuestros ojos ni pasa desapercibido como un simple punto en la distancia. En la poesía de Joaquín Badajoz, este horizonte se convierte en un espacio de reencuentro, donde se entrelazan las características únicas y originales del poeta. Aquí, la retroalimentación y la búsqueda toman un giro diferente: el hombre, el poeta, habita su mundo circular y lo acomoda en esos recovecos del alma donde el ser no solo se refleja en el vaivén de la vida o en la conquista de nuevos terrenos, sino que, como quien descubre tesoros en un poeta inexplorado, halla un lirismo delicado que juega y canta sin pretender filosofar o adoctrinar. Badajoz lo logra con una mezcla de metáfora y canto, atreviéndose a vivir con una intensidad que no puede contenerse; regresa de esa vida plena con una conciencia que no busca ser pura, sino que surge de la autenticidad, sin vanidad ni enojo.
Así, su poesía se expande, recordando la transformación que experimentó Walt Whitman, quien convirtió su carácter en un universo poético. Badajoz, siguiendo un camino similar, no se preocupa tanto por la forma o por redimensionar el contenido, sino que se enfoca en la esencia del viaje que propone, usando este pretexto para mostrar horizontes ya conquistados.
El poeta, que también es un lector sagaz de su propia obra, logra, con gran acierto, plasmar esta visión. Badajoz proviene del estatus de aquel que ha tenido el privilegio de partir y regresar, no para que juzguemos su aprendizaje, sino para que veamos en sus cicatrices las diversas formas en que su poética, lejos de cualquier misterio o cálculo, predice muchas de las preguntas y respuestas que asume, basándose en el conocimiento y la inspiración, con una originalidad que refleja una belleza transparente, tanto física como emocional, que necesita luz y no puede ocultarse.
En los tiempos actuales, es raro encontrar tal coherencia. Muchos poetas que afirman escribir desde el corazón a menudo ofrecen versos que carecen del goce y el encanto propios de quienes, aunque padecen el verso como padecen sus vidas, lo hacen con autenticidad. Badajoz, por el contrario, no se limita a ser un escudero; en su poesía, como en los cantos homéricos, hay una lucha épica por demostrar el arraigo a sus experiencias, a su patria interior, convirtiéndose en un héroe o vigía de sus propias expresiones.
No es un héroe que relata vicisitudes ni que agoniza en su lucha. Su heroísmo es singular y trasciende lo desconocido cuando crea sus versos con la naturalidad de un hombre ilustre que, si ha de sufrir, no es por falta de conocimiento sobre la palabra. Es también la constancia de ver pasar los días, uno tras otro, con la simplicidad mortal de quien acepta la vida con una dosis de levedad, como si viviera despierto y lo asumiera.
Este regalo que comparto en Sentado en el aire es una advertencia de que la atemporalidad lleva consigo, más allá del juicio común sobre las buenas lecturas, el soporte necesario para que pensemos en ser los actores del disfrute de la cosecha de un poeta que ya ha alcanzado la dimensión de ese horizonte, más allá de sus manos
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POEMAS de Joaquín Badajoz: Del libro: Passar Páxaros
En el sueño de Rrose Sélavy…
…hay un enano salido de un pozo
que viene a comer su pan en la noche.
Robert Desnos
Estos criaderos de cuervos,
se apergaminan Apolonio tras los huesos,
son cuchilladas, agazapadas sombras,
saltos montaraces que encallan en lo blando.
Un tórax, la pupila,
echarse a descansar violentamente sobre el lodo,
la soledad su depravado asombro.
Estos saltos Apolonio del estómago,
desovillan los años vuelven trémulos
a sus ejércitos de hormigas,
sus canales cerrados a cuajarones bajo el labio,
donde los seres resguardan sus marcas impolutas.
Navegaste Apolonio los mares de piedra,
las oleadas angostas de la tierra arada,
implosionando vientos con tus pulmones raquíticos,
donde el humo asentó su nacarada escoria
y el junípero y las colitas deformes en sus canteros
impulsan la aguja suspendida en la bitácora
con sus ventiscas de arena murmurante.
En estos años decrépitos que el agón no bifurca,
arrastrados por el peso de los cuerpos,
caemos en la muerte súbita, sus círculos concéntricos.
Sobre los árboles se desvirgan los pájaros,
y es la desfloración un goce perenne y estrujado
que se olvida con el hastío.
Apolonio tiende su red,
su escritura de sombras y peces refractarios,
cuentas del sonajero de ónix cosidas
por las puntas del salitre.
En el sueño de Rrose Sélavy
hay un enano podrido que revienta los odres,
sajando las vejigas con un cuchillo endeble
que se vuelve de hueso con los golpes de gaitas.
Salido de un pozo,
en cuclillas frenéticas
de puro goce crece.
En el sueño de Rrose Sélavy
viene a comer su pan de por las noches,
hurgando con un gran dedo,
embistiendo con su proa cuerpo adentro
hasta humedecer las sábanas.
Es la pesadilla apolonio de las mujeres solas,
que en las noches son asediadas por las sombras,
y sienten sobre el pubis doce muchachas vírgenes
que saltan macerando los frutos del almendro,
y sienten que amamantan criaturas voraces
y que la leche y la miel alambicadas
destilan su escozor, su ráfaga de frialdad.
Estos criaderos de cuervos
son restos de lo que la marea,
al destapar su sello,
regresa a los comederos periféricos
mientras aramos sobre el mar.
El trópico visto desde el amanecer
En estas largas tardes estivales
Maurinne, Goulard, Arthur,
el próximo modisto,
apre(he)ndieron el arte de componer
versos fabrilmente
yingyangeando sobre la cuerda floja,
yingyangeando hasta caer de bruces,
la pasta alada estucando los brazos.
Nadie que haya mirado al sol de frente,
ha podido evitar
que cueza las habas la máscara el antifaz de golpe,
abrasivo rayando el pómulo,
la obscuridad sucesiva, la muerte.
Y es que el trópico seca y ciega tenazmente.
Un poeta, una muchacha sentada
mirando hacia el ocaso de lo que fue su vida,
verá al asomo las mieses coaguladas,
abulia de las tardes en las que maceró la almendra
con su cuerpo el cascanueces de entraña abigarrada.
(Cuando en la feria un anciano de barbas de floresta
gritaba por el altavoz: Venid hijos míos,
sentémonos a la sombra del tinglado de sangre,
el amamantará como la cabra, la loba, la ubre capitolina,
la leche enjundiosa que conquisté en otras guerras.
En la paz me lavaré las manos para oficiar en los altares
y seré benevolente como una ramera)
Nihil Ostant: desde (Cuando… hasta ramera)
censurado por el censor yo mismo.
La mascarada arrollando el trastrueque,
el advenedizo que posa y se agazapa,
la nueva antigua fauna en el retablo vuelve
se contrae y emerge contrahecha,
marcando los golpes de parada en la llama.
La urna. Bajorrelieves donde se esconde
un cuerpo para ser observado,
agita el embolo que dispara el fuselaje
y echa a andar, a fin de cuentas,
el verso nunca fue original
y la primera flauta
se hizo de una rama robada.
El Graznido. El Gran Nido.
Seremos nosotros, los animales moldeados a la intemperie,
cuando canto a la raíz y estoy cantando al árbol,
salterio de lo que se me escurre entre los labios;
lo que escribí en la casa obscura,
la que se levanta tétrica sobre el acantilado,
donde se rompen las olas y los pájaros.
Pasan premoniciones, rastros que revelan.
Soy el hacedor, el de la brizna en el pico.
Mi nido es heredado, escamoteado, no es mío.
He dejado que los demás hagan de mi un escudo,
sigo paseante bajo los flamboyanes,
las sombras que talaron en días aciagos.
No pienso en lo que fue ni vivo en el presente,
el presente será siempre lo que vamos perdiendo,
un gesto y un gesto es el signo que antecede.
El primer acto del hombre fue nombrar,
luego destruir lo nombrado.
Por eso la palabra fue siempre un encierro,
una construcción para echar a rodar las tauromaquias
con sus caminos pielagosos y los convidados de piedra.
La palabra creó mundos que habrían de venir,
roturando estos mundos, partiendo, resanando,
dejó de ser espíritu convirtiéndose en ritual,
para incinerar los caballos agrestes,
las tierras meridianas, los mares,
las heladas regiones donde las bestias lívidas
esconden bajo sus ojos el verano;
creó trampas y encierros y súbditos.
Sigo andando por estas calles.
Cuando entré deslumbrado a la vagina serpentaria,
herido de hormigón y vidrio todo estaba.
Mis manos no han parido ni una mueca
algo que en el gran nido muestre que he pasado.
Estoy puede ser otro tatuaje,
un canto del hacedor a las moliendas;
estoy es la razón de no haber sido
mas que algo impersonal e imaginario.
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