Cuatro pilares fundacionales del pensamiento filosófico cubano

Por. Pedro Díaz Méndez

El transcurso del pensamiento filosófico en el Nuevo Mundo se origina con la entrada de las corrientes preponderantes en la España de la época del descubrimiento y la conquista, dentro del marco del sistema político y eclesiástico oficial de educación, y con la finalidad principal de convertir a los súbditos de la Nueva España de acorde a las doctrinas y valores sancionados por la corona e iglesia católica. Se trasladan a América, y se propagan en las regiones de lo que vendría a ser América, aquellas enseñanzas que conciertan con las intenciones de dominación que persiguen los órganos del poder temporal y espiritual del imperio español. De este modo, los criollos aprenden como primera filosofía, esto es, como primer modo de pensamiento filosófico, un sistema epistémico que responde a los intereses absolutistas del imperio español.

Salvo ocasionales y a veces épicas apariciones de corrientes filosóficas que poseían más hilo crítico y menos vínculos con el poder oficialista – tales como el platonismo renacentista y el humanismo erasmista-, la doctrina de pensamiento propagada y patrocinada por el oficialismo español fue la Escolástica, cuyas proposiciones y metodología se hallaban bastante alejadas de ruta característica de las tendencias filosóficas más avanzadas de la época. Además de oficial y de centrada en los intereses colonialistas y, particularmente peninsulares, esta primera filosofía neomundista resulta, pues, una manifestación conservadora y arcaica de una época en que el arte y filosofía renacentista predominaban en casi todo el resto de Europa.

La preeminencia de la Escolástica se extiende hasta el siglo XVIII. Entonces, por acción, en parte, de elementos que operan dentro del imperio español, como es el caso de las reformas políticas y económicas de Carlos III y la obra de pensadores de avanzada como el P. Feijoo, y en parte, debido a ingredientes que desdoblan en los territorios bajo el dominio de la corona –por ejemplo, la influencia de viajeros ilustrados como Alexander von Humboldt, y el influjo de la Academia de París, los cuales impactaron significativamente la intelectualidad de la Nueva España-, se hacen presentes en América ideas y corrientes filosóficas contrarias al escolasticismo y muy representativas de la nueva dirección que tomó el pensamiento europeo a partir del Renacimiento.

Descartes, Leibniz, Locke, Hugo Grocio, así como Galileo y Newton, se cuentan entre los primeros autores difundidos en la Nueva España con un efecto renovador en el desarrollo intelectual de esta parte del globo. Aunque esta exposición a las nuevas ideas haya sido claramente una evolución netamente tardía en contraste con la experiencia del “viejo continente,” ejerció, sin embargo, una influencia axial en los futuros movimientos independentistas de Hispanoamérica. El número de libros y revistas europeas que circulan, de lectores que los solicitan y, que van adquiriendo un decidido gusto moderno, aumenta aceleradamente a medida que avanza el siglo XVIII.

Al mismo tiempo, otros nombres resonantes y de influjo transformador aparecen en el horizonte intelectual de los habitantes de esta parte del mundo: Condillac, Rousseau, Montesquieu, Adam Smith, Filangeri, Beccaria, Benjamin Constant, entre otras relevantes figuras del periodo de la Ilustración. En la Cuba decimonónica, esta influencia iba a encontrar profunda resonancia en figuras de la prosapia de José Agustín Caballero, Félix Varela y Morales, José de la Luz y Enrique José Varona. El objetivo de la presente comunicación es, precisamente, deslindar de modo breve y a grandes rasgos las proposiciones fundamentales de estos cuatro pilares del pensamiento filosófico cubano.

José Agustín Caballero (1762-1835) es considerado el padre de la filosofía cubana. Su corriente de pensamiento se denominó “ecléctica”, un modelo filosófico, cuyas premisas se erigen en forma de protesta contra el mohoso escolasticismo español que hasta entonces había imperado en la factoría cubana. Lo que en esencia perseguía Caballero era la substitución de la ineficaz, obsoleta, y desvitalizada escolástica por un sistema de pensamiento fundado en la observación y la experimentación. Sin el inconveniente, además, de la jerga latina, la cual lejos de aproximarse a las fuentes de cognición, constituía un serio impedimento para la disquisición metodológica y seria. El eminente pensador propuso desde muy temprano que, sin el destierro del dogma aristotélico, no era factible admitir conceptos filosóficos, científicos, y políticos que fueran vigentes en una realidad –la cubana del siglo XIX– que exigía el advenimiento y práctica de una nueva epistemología. Para Caballero, Descartes, Bacon, Locke y Condillac están ya prestos a sustituir Aristóteles y sus complicados exégetas en el seno del pensamiento filosófico de la isla. Ya en pleno siglo XIX advertiremos una ideología –cuyo génesis es preciso buscar tanto en Descartes como en Locke– constituirse en el tema favorito de los intelectuales cubanos. La refutación total del escolasticismo filosófico en Caballero culmina con su obra maestra Philosophia Electiva.

Con el nombre de Electiva el eminente filósofo sugiere un espacio para la investigación completamente libre de regulaciones a fin de que la filosofía encuentre la verdad por sí misma, con lo cual se opone – tal como él mismo argumenta– a “la escuela de los que piensan que hay que acudir a Aristóteles en busca de toda la verdad.” Luego, Caballero aspira conciliar–hasta donde sea posible– es estudio teológico con los métodos experimentales; o sea, sintetizar la fe y la ciencia en una forma de filosofía experimental. Con Philosophia electiva inició el proceso de una filosofía propiamente cubana, cuyos contornos se caracterizaron –según ya hemos señalado– por su “instrumentalidad”; es decir, por esa condición de haber servido de vehículo a las ideas que prepararon la llegada de la independencia política de la isla. El presbítero Caballero facilitó el sendero por el que peregrinarían Varela, Saco, Luz y Caballero, Bachiller y Morales, Gaspar Betancourt Cisneros, José Martí y Enrique José Varona. En su volumen, simple y de escasas pretensiones, yace el fuego fundacional de la historia del pensamiento cubano hasta el presente.

La labor intelectual y patriótica del presbítero Caballero encuentra inmediata resonancia y seguimiento en Félix Varela y Morales (1788-1853), el más notorio de sus discípulos en el Colegio Seminario de San Carlos, y a cuyo destino le corresponde la gloria de extender y acrecentar, tanto las ideas filosóficas, como los desvelos y afanes de su maestro por el destino de una identidad nacional separada de España. El principal ministerio de Varela fue su labor docente. Como su maestro Caballero, Varela expresó “cuál era el obstáculo que veía para que el pensamiento cubano rompiese las barreras del absolutismo”: el imperio del precario escolasticismo. Sus Lecciones de Filosofía parten de Descartes, Locke, Reid, Condillac; éstos eran faros de luz hacia los cuales dirigía su mirada transformadora y revolucionaria el pensador y clérigo antillano.

En contraste con Caballero, cuya labor intelectual se reduce a un solo volumen, sermones y artículos periodísticos, Varela posee una extensa y variada obra intelectual. El interés filosófico de Varela se centró en la epistemología, debido en buena parte a la influencia ejercida por el empirismo y la metafísica. (En Cuba, como en el resto de las nacientes identidades nacionales del «nuevo mundo», los sensualistas primero –en especial el abate Condillac– y después, los ideólogos –Helvetius, Desttut de Tracy, Cabanis, Volney– constituyeron en los primeros años del siglo XIX las fuentes de iluminación de las minorías cultas que buscaban en ellos la inspiración necesaria para llevar a cabo reformas en el campo de la educación que asintiesen en enaltecer el nivel social de sus respectivos territorios). De esta manera se explica la posición de ideólogo-sensualista que adoptó el padre Varela: “No sabemos más que lo que aprendemos por los sentidos, pero no quiere decir que solo la sensación sea el conocimiento.” Varela abraza por una parte el más riguroso criterio empirista, más por otra, no alcanza a conceder a los sentidos todo el poder que les concedía el maestro Condillac. Si profundizamos un poco más en el pensamiento del sabio cubano, podremos esbozar la siguiente conclusión: lo que hay en Varela de sensualismo es una actitud de resguardo y cautela, de preventiva reacción frente al “innatismo” (la anquilosada actitud metafísica del escolasticismo ante el conocimiento).

Tal vez así –se pueda llegar a través de lo sensible al conocimiento de la realidad espiritual más profunda”– encontrar el hilo que lleve al fondo mismo del pensamiento de Varela con respecto a la epistemología. Pero, ¿no es ésta quizás la piedra angular del modernismo filosófico? ¿Es que no está presente en el pensamiento vareliano Descartes con su cauteloso e insistente empeño de dar validez al pensamiento saturado de realidad? ¿Y no manifiesta asimismo la influencia de Locke y de Hume? Y Emmanuel Kant, ¿no plantea qué es lógico “que todos nuestros conocimientos comiencen por la experiencia sensorial para después metamorfosear hacia ondulaciones con verticalidad hacia el plano metafísico”? Es que, mutatis mutandis (haciendo los cambios necesarios), el pensamiento moderno vive devotamente consagrado a la naturaleza, a la empirie o experiencia sensorial. Es lógico que un pensador como Varela manifestara la síntesis empírica metafísica teniendo en cuenta la repugnancia que sentía por el estéril y desfasado escolasticismo que él con frecuencia llamaba “inutilismo”. Jorge Mañach Robato apuntó alguna vez al respecto, “Varela es nuestro ‘ideólogo.’ Al restablecer, con un nuevo método, el prestigio de la lógica, quebrantado por el fatuo ergotismo de las antiguas cátedras, realiza su gran contribución a nuestra cultura. Se ha dicho de él que fue ‘el primero que nos enseñó a pensar’.

Pudiera añadirse que el naturalismo valeriano es la base histórica de la curiosidad científica en Cuba.” Es José de la Luz quien reconoce a Varela como el “primero que nos enseñó a pensar,” pues aunque el presbítero Caballero simboliza el punto de partida de la filosofía cubana, en Varela el pensamiento acompaña a la acción y se desarrolla plenamente a través de la misma.

Cuando el padre Varela salió de Cuba para incursionar en la vida política, no dejaba únicamente alumnos capaces de dar continuidad a su misión, sino un pedagogo que, al mismo tiempo, era un erudito en el ejercicio del pensamiento, un intelectual y un hombre de acción, el más insigne de sus conterráneos hasta ese entonces, José de la Luz y Caballero (1800-1862), hombre de destino predeterminado. Luz amó más que nada las profundidades y novedades de la ciencia, y su comportamiento gentil no se desmintió jamás, ni aunque se tratara de sus numerosos enemigos.

José de la Luz no reúne, desafortunadamente, una antología de su aporte a la filosofía cubana. Tuvo ocasión de mostrarla, en parte, con motivo de las polémicas en que se vio involucrado contra el eclecticismo cousiniano en 1839; sin embargo, su contribución filosófica fue desarrollada y formulada en una serie de interesantes panfletos o lecciones. Me contentaré, por tanto, en el acto de comentar sus panfletos filosóficos, donde de la Luz presenta algunas de sus premisas fundamentales en forma de aforismos, prefiriendo este medio de exposición a cualquier otro (tal como lo haría Frederich Nietzsche después en Alemania). De La Luz sobresale de un modo notable en el estilo aforístico, el mejor para escribir filosofía, siendo la metáfora el vehículo más efectivo para explicar intrincados conceptos del espacio cognitivo. Los aforismos del Dr. José de la Luz, siempre válidos, concentran la sustancia de un multidisciplinario y vasto tratado filosófico. Tal es así, que en el programa que sirvió para los exámenes de psicología y lógica y moral del Colegio de San Cristóbal en 1835, los aforismos de Luz sirvieron como guía de estudio a fin de comprender conceptos tales como las operaciones mentales entre muchos otros de las diversas ramas de las ciencias sociales:

“La experiencia es el punto de partida de toda especie de conocimientos.”

“La distinción entre argumentos sacados de la razón y de

la experiencia desaparece ante un severo análisis: o en otros términos, la razón humana jamás puede rigurosamente proceder a priori.”

“El juicio es anterior en todo rigor a la idea, y como la base de las demás operaciones mentales.”

“Los medios que tiene el hombre de asegurase de sus conocimientos y de ensancharlos, son: la intuición, la inducción y la deducción.”

El Dr. José de la Luz y Caballero aplicó su doctrina de pensamiento al arte de la pedagogía. Para definir su sistema solo bastan dos palabras: Balance y armonía. De la Luz era adversario de las quimeras ontológicas, pero siempre estuvo abierto a toda idea racional; se mostró rebelde ante los filósofos del idealismo germánico y simpatizante de los ideólogos franceses; así como, amante de la diafanidad conceptual, que si algunas veces llega a ser vaga en sus definiciones, tampoco se pueda tachar de ininteligible ni oscura para el lector avezado y culto. Otro gran filósofo cubano, Enrique José Varona, se identificó plenamente con De La Luz. En ambos, había una comunión espiritual y una afinidad de cosmovisión. Años después del deceso de la Luz, pronunció Varona un discurso en la sociedad de recreo “La Bella Unión”, en el cual exaltó la admirable unidad de la vida del maestro del Salvador y su afán por elevar, a base de educación, el nivel moral e intelectual de la naciente sociedad cubana.

Otro pilar seminal del pensamiento filosófico cubano encarna, precisamente, en la figura de Enrique José Varona. Nació Varona en el histórico Puerto Príncipe (Camagüey) el 13 de abril de 1849, y tuvo por fortuna desde los primeros pasos de su vida una formación de corte ilustrada y un conocimiento profundo de las humanidades y del lenguaje. Llegó a dominar varios idiomas modernos, así como cultivar gusto refinado por el arte. En el desarrollo de la filosofía cubana se pudiera marcar un hito de dos grandes etapas históricas: antes y después de Varona.

Antes de Varona, la esporádica incursión del krausismo, (sistema filosófico de K. C. Friedrich Krause, filósofo alemán caracterizado por el intento de conciliar el racionalismo con la moral, no ejerció mayores consecuencias en la historia de la filosofía en Cuba; constituye éste, no obstante, el punto de partida de otro de los instantes notables de nuestro quehacer filosófico: el de la etapa positivista. Su primer y axial exponente lo fue, sin dudas, el camagüeyano Enrique José Varona.

Dentro de la prolífera obra de Varona destaca uno de sus primeros artículos: “La metafísica en la Universidad de La Habana,” en el que reprocha y refuta la corriente filosófica krausista. Este ensayo le sirve principalmente a su autor para indicar la verdadera dirección del hilo de su pensamiento. Desde este escrito observamos a Varona expresarse de manera auténtica: como un positivista audaz con todas las “fobias” y las “filias” inconfundibles del positivismo del cruce de corrientes finiseculares. Varona reprobaba el “absolutismo” de la corriente krauseseana, se resistía a la premisa universalmente aceptada de que la ciencia tuviera una base metafísica en una existencia absoluta como argumentaban los krausistas. El camagüeyano argumentaba que era preciso pasar de lo conocido a lo desconocido; inspeccionaba y censuraba los juicios krausistas sobre la causalidad, la ley empírica y el método deductivo, la “sustancialidad” del alma y la teología. Como pensador de su tiempo, Varona abogaba por una naciente versión cubana del positivismo de finales de siglo XIX y principios del XX. De ese modo, se auto proclamaba empirista persuadido, determinista, y agnóstico. La metafísica, asevera Varona, es un “perenne tanteo en un crepúsculo que se hace más y más de noche.” En suma, no es más que “portentos de equilibrio en una tela de araña.” Varona, en realidad, no tenía fe en la filosofía, sino sólo y solamente en el método científico. Impávido en esta convicción, alcanzó a dictaminar que mientras la ciencia ve, la filosofía fantasea.” Y si bien es innegable que su fervor científico, su límpida fe en el poder de la ciencia redujo a veces un poco el alcance de su pensamiento, no se puede, sin embargo, excluir que todo esto fue elaborado con el propósito de conseguir el más resuelto y enérgico paliativo de las graves enfermedades que aquejaban a la sociedad cubana de la época en que vivió. El discurso de Varona no es, ni más ni menos, que la diáfana alocución filosófica del intelectual de su tiempo. Como escribiera alguna vez Humberto Piñera en la Revista panorama de la filosofía cubana:

«Tres son las razones decisivas por las que Varona llegó a ser la figura más destacada de la vida intelectual cubana desde 1880 hasta 1930. En primer lugar, su vasta y sólida formación cultural; en segundo término, el hecho de encarnar perfectamente el espíritu de su tiempo; por último, la apatía cultural que reinó en Cuba en las tres primeras décadas del siglo XX, período en el que apenas surgió alguna que otra medianía.»

Tales son, en general, los rasgos de la filosofía de Varona. En conclusión, la admirable mezcla de un perseverante brío patriótico con un insondable y punzante recelo intelectual. Mediante la prédica oral, escrita, y el erudito ejercicio intelectual de avanzada, se mantuvo combatiendo sin tregua por el mejoramiento de muchos de nuestros defectos de origen hasta que la muerte paralizó su mano y ocultó su voz.

Luego, sin menospreciar las valiosas contribuciones de José Martí, José Antonio Saco y otros ilustres pensadores del periodo colonial y de los inicios de la república, en Cuba, la semilla del pensamiento filosófico fue fecundada por cuatro pilares fundacionales. Caballero y Varela, iniciador y vencedor respectivamente en la lucha contra el dogma escolástico y la jerga de esa pseudo-filosofía; ellos dos dieron los primeros pasos hacia una forma de pensamiento que, aunque nutrida de elementos europeos, ya mostraba rasgos distintivos de una nueva identidad nacional diferente a la española. José de la Luz, por su parte, fue el mensajero resuelto de la verdad y de la transformación intelectual, dedicó su laboriosa existencia demostrando que la filosofía nada vale sin las ciencias físicas y naturales, y que la ciencia social de la psicología no podría desechar la fisiología. A imagen y semejanza de sus dos predecesores Luz le deja listo el terreno a Varona. Este último, en cambio, inicia a los cubanos en las doctrinas heterodoxas de Herbert Spencer, Chales Darwin y Wundt. Él, la labor de autonomía y edificación que comienzan sus predecesores con los mismos principios y siguiendo el mismo método, pero influenciado por las corrientes universales finiseculares y, por ende, ya no emprende el sendero de la disquisición filosófica con igual certeza que los maestros que le anteceden, sino con una visión positivista y nacionalista del mundo que, para bien o para mal no abandona aún nuestra conciencia colectiva de la intelectualidad cubana.

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