7 preguntas para un diálogo con Armando de Armas: «El regreso de los imperios

Por Ediciones Exodus

En mayo de 2022, el historiador Ángel Velázquez Callejas planteó siete preguntas al escritor Armando de Armas, lo que resultó en la publicación de un libro titulado El regreso de los imperios, lanzado en junio de ese mismo año. Es posible que haya sido precisamente este libro el que generó menos fortuna politica y literaria para Armando, debido a las respuestas que ofreció, que fueron percibidas como polémicas y, en muchos casos, inapropiadas para su público lector. A continuación, presento un resumen argumentativo de cada una de las respuestas dadas por Armando, analizadas en el contexto de su obra.

¿Por qué la historia es cíclica, si sentimos la tendencia progresiva de siempre ir hacia adelante?

Contrario a la concepción comúnmente aceptada de un progreso lineal e inexorable, la historia no sigue una trayectoria de avance continuo, como muchos creen. Aunque la humanidad tiende a percibir su futuro como una constante evolución hacia un horizonte mejor, esta sensación se encuentra profundamente influenciada por el progresismo ideológico, ampliamente promovido por los medios y la propaganda, que construye la ilusión de un avance sin fin. En realidad, la historia sigue un patrón cíclico, donde se repiten constantemente los mismos procesos, tanto en la naturaleza, como en el comportamiento humano y las estructuras sociales. No obstante, estos ciclos se manifiestan siempre de manera distinta, con variaciones en su forma y en su grado, como una espiral que retorna a puntos previos pero con matices diferentes, ya sea más elevados o, en algunos casos, más decadentes.

El curso de los cambios históricos está determinado por estos ciclos, que son inevitables, aunque las decisiones humanas, condicionadas por un libre albedrío limitado, pueden influir en su dirección. Estos ciclos menores se desarrollan dentro de ciclos mayores, como ocurre en la historia de la Revolución Francesa, que experimentó múltiples fases fluctuantes entre la monarquía y la república, hasta consolidarse bajo un nuevo orden con Napoleón. En la actualidad, asistimos a un cambio de ciclo significativo, iniciado con la caída del Muro de Berlín en 1989, fenómeno comparable a los cambios ocurridos en otros momentos de la historia.

El concepto de progreso perpetuo, que ha sido impuesto por la ideología del progresismo, es cuestionado en este análisis. Este pensamiento, que presenta la historia como un avance continuo hacia una civilización más justa, se muestra como un espejismo, similar a la figura de un hombre que persigue un gallo dorado inalcanzable. Este hombre, desconectado de la realidad presente, se ve atrapado por un futuro que nunca llega, mientras es manipulado por una sobrecarga de información superficial. Según pensadores como Francis Parker Yockey, el progresismo, como manifestación del racionalismo, constituye no solo una necesidad orgánica, sino un dogma vacío, una promesa incumplida que condena a la humanidad a vivir bajo la tortura de un progreso eterno que nunca se concreta, como el mito de Sísifo. Este dogma del progreso se impone como una mentira cruel, y aquellos que se atreven a cuestionarlo son tratados como pesimistas o reaccionarios, sin espacio alguno para rebatir esta ficción de un avance sin fin.

¿El «nuevo orden mundial» anunciado por Biden es consecuencia del nuevo ciclo fáustico que vive hoy Occidente, como señalas en otros textos y espacios? ¿Cuáles son las bases históricas que permiten el retorno de una época ya pasada?

Una de las críticas más aceradas de la obra a las figuras de poder, particularmente al presidente estadounidense Joe Biden, se centra en el concepto de un «Nuevo Orden Mundial». En un discurso ante la Casa Blanca, Biden afirmó que el mundo está cambiando y que Estados Unidos debe liderar la creación de este nuevo orden, lo que, en la interpretación del autor, marca el inicio de una agenda globalista y autoritaria. A pesar de la claridad de estos anuncios, el autor observa que una gran parte de la población no los toma en serio, y que los medios de comunicación, frecuentemente, minimizan o desvirtúan las declaraciones, lo que refleja una manipulación constante de la realidad.

El autor también reflexiona sobre el uso de la propaganda y la manipulación mediática, señalando el ejemplo de las elecciones presidenciales de 2020, en las que Biden sugirió haber organizado el fraude electoral más grande en la historia de Estados Unidos, solo para que los medios de comunicación reinterpretaran rápidamente sus palabras como una simple referencia a la protección del voto. Este proceso de distorsión de la narrativa no es exclusivo de la política estadounidense, sino que se observa a nivel global, con figuras como Fidel Castro o Hugo Chávez, quienes abiertamente anunciaron sus intenciones comunistas, mientras que sus seguidores o los medios negaban este hecho.

Se denuncia la falta de transparencia de los gobiernos y se acusa a la élite globalista de conspirar para instaurar un autoritarismo camuflado bajo la apariencia de democracia. En este contexto, se plantea que los grandes cataclismos históricos, como guerras o pandemias, suelen anteceder a los cambios de ciclo, actuando como preludios de nuevas eras. Así, el colapso de las democracias y la ascensión del autoritarismo, bajo la influencia de grandes corporaciones y bancos, se percibe como algo inevitable.

Además, el autor argumenta que el capitalismo y el comunismo son dos caras de la misma moneda, fuerzas que, en su lucha, alimentan el sistema globalista y tecnocrático que se perfila. La tecnología avanzada, los algoritmos y la inteligencia artificial jugarán un papel central en este futuro, en el que las estructuras democráticas actuales desaparecerán, y el poder quedará en manos de una élite global. Se insinúa que este proceso será el «Gran Reinicio» o «Gran Reseteo» de la humanidad.

Por último, el autor introduce una reflexión filosófica que rescata el concepto nietzscheano de la «muerte de Dios». No se trata de la desaparición de lo divino, sino del fin de una era. El espíritu no muere, se reconfigura, lo que podría presagiar el nacimiento de una nueva religión o una renovada relación con lo divino.

¿Cómo definiría, culturalmente, el Imperio en la época que corre?

El análisis del autor sobre la modernidad y el mundo contemporáneo se basa en una crítica profunda a la transformación del Imperio hacia un sistema de imperialismo degenerado. Según esta visión, el imperialismo contemporáneo es una versión desvirtuada del Imperio, comparada con los productos de baja calidad que, pese a su deficiencia, han logrado desplazar a los productos occidentales. El cambio cultural, argumenta el autor, está marcado por la transición de la patria del paisaje y la sangre a una patria puramente política, lo que contribuye a la desaparición de las grandes naciones y el ascenso de corporaciones globales, fenómeno estrechamente vinculado con la falsificación financiera y cultural.

Se critica cómo el mundo moderno ha sido dominado por una cultura de falsificación, dirigida por los bancos y financieros que manipulan el sistema económico global. Esta cultura de parásitos ha emergido para reemplazar el Imperio y la verdadera cultura, con una «incultura» que representa el imperio del capitalismo global. Se mencionan, además, los absurdos contemporáneos, como la inclusión de atletas transgénero en competiciones deportivas femeninas, como ejemplos de la fragmentación de los valores tradicionales y la pérdida de sentido común.

En relación con la independencia de las naciones americanas, el autor sostiene que este proceso fue un desastre, impulsado por élites iluministas y logias masónicas que destruyeron el Imperio español y dieron paso a repúblicas inestables. Para contrarrestar esta fragmentación, el autor aboga por un resurgimiento del Imperio, señalando que, a pesar de sus métodos coercitivos, los imperios históricos trajeron orden, paz y prosperidad a regiones marcadas por el caos.

Finalmente, el autor sostiene una visión tradicionalista que defiende la idea de que la cultura y la nación están impregnadas por un «espíritu» que da sentido a las relaciones humanas y a los procesos históricos. Anticipa que, en la época actual, los sistemas que parecían eternos se desmoronarán, dando paso a nuevos héroes y desafíos en esferas como el arte, la política y la guerra.

¿Qué relación tendría el retorno actual con el Imperio clásico?

La relación entre el retorno actual y el Imperio clásico se configura en una visión cíclica de la historia, concebida como una espiral que regresa, pero nunca exactamente al mismo lugar. Este concepto, que remite a las ideas de Heráclito y Parménides, resalta la tensión entre cambio y permanencia. Mientras que Heráclito ve el cambio como el fundamento de toda existencia, Parménides defiende la inmutabilidad esencial. En este marco, aunque los cambios sean evidentes en las formas externas, persiste una continuidad subyacente en la esencia, lo que nos lleva a considerar una «mutabilidad inmutable».

La noción de Imperio, alejada de la concepción geográfica, se interpreta por pensadores como Julius Evola y Alain de Benoist no como una extensión territorial, sino como un principio espiritual. Evola define el Imperio como una manifestación de poder moral y espiritual, que va más allá de la mera expansión. La idea romana de Imperium se vincula a la auctoritas, una fuerza mística que denota una superioridad espiritual, que contrasta con la hegemonía territorial. En este sentido, el Imperio moderno podría verse como una reencarnación del Imperio clásico, ligado más a su dimensión espiritual que a sus formas y métodos concretos.

En cuanto a la nueva geopolítica imperial, se destaca que el Imperio debe entenderse no como una entidad material o geográfica, sino como una estructura orgánica que respeta la autonomía de las diversas culturas que lo conforman. A diferencia del Estado moderno, que tiende a homogeneizar y centralizar, el Imperio se edifica sobre la idea de la diversidad, respetando las particularidades de sus pueblos y promoviendo una unidad no forzada. Esta visión se contrapone al totalitarismo, una característica del Estado moderno que busca la subyugación de los pueblos a través de la coerción y la manipulación. El nuevo Imperio, según de Benoist, podría surgir en territorios como Rusia, Europa del Este o México, donde aún perdura un espíritu imperial que abraza la diversidad sin ceder a la homogenización.

Según su perspectiva, ¿cómo quedaría dividido el mundo bajo la nueva geopolítica imperial?

La concepción del Imperio es abordada no como una entidad geográfica o material, sino como un principio espiritual y vital que trasciende las fronteras del espacio físico. De acuerdo con la reflexión planteada, el Imperio no depende de su magnitud, sino de su naturaleza orgánica y de su capacidad para integrar diversas culturas y pueblos sin comprometer su diversidad. En este contexto, el Imperio se configura como un todo en el que la unidad no es impuesta ni homogénea, sino que respeta la autonomía de sus componentes, buscando un equilibrio entre lo particular y lo universal.

El filósofo Alain de Benoist sostiene que el Imperio es una unidad orgánica fundamentada en los principios de autonomía y respeto a la diversidad de los pueblos que lo conforman. A diferencia de la nación, que tiende a homogeneizar a las poblaciones dentro de un estado, el Imperio agrupa diversas culturas, etnias y tradiciones sin anularlas. Este modelo de Imperio se contrapone al Estado moderno, el cual, según el autor, a menudo se transforma en una máquina coercitiva y burocrática que busca homogeneizar a la población y suprimir cualquier manifestación de identidad distinta.

Asimismo, la reflexión destaca que el totalitarismo, surgido del Estado moderno, se caracteriza por un afán de esclavizar al pueblo tanto en el cuerpo como en el alma, mediante la propaganda y la coacción. Este fenómeno totalitario no es exclusivo del comunismo, sino que se encuentra presente en diversas formas de poder estatal que manipulan y controlan a las naciones bajo la bandera del globalismo.

Se realiza una crítica tanto al castrismo como a la oposición anticastrista, que, según el autor, también se alinean con los intereses globalistas. Se hace referencia a los gobiernos y movimientos políticos que han desnaturalizado la idea de nación, reemplazándola por una construcción artificial que busca erradicar la identidad cultural de los pueblos. Ante esta situación, el autor plantea la posibilidad de un nuevo Imperio, que podría surgir en regiones donde el espíritu imperial aún persiste, como Rusia, Europa oriental o incluso México, dada su herencia imperial.

La respuesta sostiene la idea del Imperio como un principio superior que respeta la diversidad cultural y étnica, en contraposición al Estado moderno, que persigue la uniformidad y el control totalitario. El Imperio se presenta como una forma de organización supranacional que posibilita la coexistencia de múltiples identidades dentro de una unidad sólida, pero no homogénea.

Permítame intercalar una cuestión particular sobre Cuba, específicamente sobre su relación con Estados Unidos, para continuar posteriormente con el interesante debate sobre la idea imperial. ¿De sus palabras en la respuesta anterior podría deducirse la existencia de un acuerdo tácito entre el régimen comunista cubano y la democracia estadounidense?

Se plantea una serie de interrogantes sobre la historia reciente de Cuba y su relación con Estados Unidos, subrayando los eventos ocurridos en la isla durante la Revolución Cubana y los años previos. El autor cuestiona la narrativa oficial que presenta a Cuba como un escenario de confrontación entre potencias enfrentadas, sugiriendo que estos conflictos no fueron tan genuinos como comúnmente se ha sostenido.

Se plantea la duda sobre si Estados Unidos permitió realmente que su «más grande enemigo» (la Unión Soviética) se estableciera en el Caribe, y si la CIA, en su lucha contra el comunismo, apoyó a los grupos correctos, dado que los cargamentos de armas destinados a la resistencia cubana terminaron en manos de los castristas, no de los opositores a Castro.

Asimismo, se reflexiona sobre la Guerra del Escambray (1959-1966), una lucha desigual entre guerrilleros campesinos mal armados y un ejército bien entrenado, respaldado por potencias extranjeras. La contienda fue poco conocida y mal documentada, y, a pesar de la feroz resistencia, los campesinos finalmente fueron derrotados.

El autor también traza un paralelo entre los sucesos de la Revolución de 1933, la caída de Machado y el ascenso de los revolucionarios, y la Revolución Cubana de 1959, sugiriendo que sin los acontecimientos de 1933 no habría existido el castrismo. Se critica el declive de la universidad cubana y la corrupción del ejército de la República, que a partir de ese momento fue dominado por revolucionarios en lugar de por figuras de experiencia y formación profesional.

Finalmente, se señala cómo la intervención de Estados Unidos en Cuba, tanto en 1933 como en 1958, contribuyó a desestabilizar la situación, favoreciendo a los revolucionarios en lugar de a los líderes institucionales establecidos, lo que resultó en la caída de la República de los hombres de la independencia y en el ascenso de un régimen revolucionario.

¿Qué podría decirse de un país como Colombia, dada su vasta extensión territorial, su posición geo-estratégica en el continente y sus ricos recursos, en relación con la idea imperial?

Se reflexiona sobre la relación entre el espíritu de América y la idea imperial, citando a Martí y su concepto de que la independencia no es un simple cambio de formas, sino un cambio de espíritu. Destaca que el Cauca representa un espacio vital, fundamental para la idea imperial, y critica la artificialidad del socialismo. A su vez, menciona la tesis de Alberto Lamar Schweyer sobre la inviabilidad de la democracia en América Latina, debido al mestizaje racial y los problemas derivados de la violencia y el caos político. Según Lamar Schweyer, la independencia tiene un origen más caótico y divino que un plan humano.

La respuesta también hace referencia al proyecto imperial de Francisco de Miranda para crear un imperio federal en América Latina, que abarcaría desde el río Misisipi hasta el Cabo de Hornos, con la Ciudad de Panamá como capital. A pesar de la ambición de Miranda, el proyecto fracasó debido a las luchas internas entre los hispanoamericanos y la dificultad de integrar elementos opuestos, como el liberalismo democrático y la sacralidad imperial.

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