Por Waldo González López
«Las utopías parecen mucho más realizables de lo que antes creíamos. Ahora nos encontramos ante otra pregunta alarmante: ¿cómo impedir su realización definitiva?… Las utopías son realizables. La vida marcha hacia las utopías. Tal vez comience un nuevo siglo, un siglo en el que los intelectuales y la clase culta soñarán con maneras de desalojar las utopías y regresar a una sociedad no utópica, menos “perfecta” y más libre”».
Nicolás Berdiaev
«Lo que el hombre ha unido, la naturaleza no puede separarlo».
Aldous Huxley
UNO
Aunque la pude leer, en la reprimida Cuba de los `70s ―gracias a un ejemplar de la edición príncipe que me prestara subrepticiamente un ya fallecido amigo―, en Miami, pocas semanas atrás adquirí, en la librería Barnes & Noble, de Coral Gables, la muy conocida novela distópica Un mundo feliz, del destacado narrador, ensayista y poeta inglés Aldous Huxley (1894-1963), quien asimismo es recordado, entre otros títulos, por dos novelas: Heno antiguo (1923) y, sobre todo, la célebre Contrapunto (1928), pues ambas abordan el nihilismo reinante en su país durante la década de los “20s del pasado siglo.
Ese día, satisfecho por mi nueva adquisición en la bien provista librería ―tal otra preferida en mis incansables cacerías bibliófilas: Books and Books―, añadí a mi compra otros títulos de no menor valía, como las novelas Baumgartner, del americano Paul Auster; El sueño y los héroes, del argentino Ernesto Sábato, Premio Cervantes 1991 y colaborador del gran Jorge Luis Borges; El peligro de estar muerta, de la también periodista española Rosa Montero,y La ciudad y sus muros inciertos, de Haruki Murakami, considerado el más leído narrador japonés actual, por quienes jamás se lanzaron en las procelosas aguas de Ya no humano y El sol poniente, del genial narrador ex comunista, alcohólico y suicida Osamu Dazai, definido por la crítica literaria nipona como un «verdadero heredero espiritual: un escritor cosmopolita e imperturbable cuyo entorno natural se esconde en la degeneración del mundo que lo rodea».
DOS
Un mundo feliz ―irónica desde el título, tal evidencia Huxley en el primer epígrafe de arriba, del ex marxista y teólogo existencialista cristiano ruso Nicolas Berdiaev― corrobora la Utopía de la felicidad: mito y sueño de muchos, tantos y todos, inalcanzable como la leyenda de El Dorado, si bien otras son ciertas, como la fascinante cueva de Altamira ―declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco― donde mi esposa y yo, en 2022, disfrutáramos los insólitos dibujos pictográficos, que impactaran e influyeran en la magna creación de Pablo Picasso, tal se constatara, además, en la exposición Picasso y la prehistoria, con motivo del aniversario 50 del fallecimiento del artista, presentada en el París del 2023.
Sobre el carácter de distopía de su célebre obra, en el «Prólogo» a su polémica novela, Huxley confiesa, ¿a la manera del adelantado y visionario decimonónico Julio Verne?:
[…] me pareció que la Utopía se hallaba más cerca de nosotros de lo que nadie hubiese podido imaginar hace solo quince años […] la situé para dentro de seiscientos años en el futuro. Hoy parece posible que tal horror se implante entre nosotros en el plazo de un solo siglo […] en el supuesto de que sepamos reprimir mientras tanto nuestros impulsos de destrucción. [y] a menos que nos decidamos a descentralizar y emplear la ciencia aplicada, no como un fin para el cual los seres humanos deben ser tenidos como medios, sino como el medio para producir una raza de individuos libres, solo podremos elegir entre dos alternativas: o cierto número de totalitarismos nacionales, militarizados, que tendrán sus raíces en el terror que suscita la bomba atómica (o, si la guerra es limitada, la perpetuación del militarismo); o bien un solo totalitarismo supranacional cuya existencia sería provocada por el caos social que resultaría del rápido progreso tecnológico en general y la revolución atómica en particular, que se desarrollaría a causa de la necesidad de eficiencia y estabilidad, hasta convertirse en la benéfica tiranía de la Utopía. Usted es quien paga con su dinero, y puede elegir a su gusto.
TRES
Según se define en la consultada Wikipedia, la distopía es lo opuesto a la utopía, que imagina un mundo donde las doctrinas se acoplen de manera armoniosa en el funcionamiento de las sociedades; toma la base del planteamiento utópico y lo lleva a sus consecuencias más extremas.
Lo distópico se da, asimismo, en el cariz de ciencia ficción de la novela, ambientada en el 632: Un mundo feliz muestra críticamente un mundo imaginario, pues distopía proviene del término utopía, al que se añade el prefijo dis-: “oposición o negación.” De ahí que la distopía plantea un mundo donde las contradicciones de los discursos ideológicos alcanzan sus consecuencias más extremas, explorando la realidad actual con la intención de anticipar cómo impositivos métodos de conducción pueden derivar en sistemas injustos y crueles.
De donde, asimismo, la distopía advierte sobre los peligros potenciales de las ideologías, prácticas y conductas sobre los que se erigen, con no pocas de sus taras, las sociedades actuales, prima facie: El socialismo, el control estatal, la dependencia tecnológica…
Del siglo XX, al joven XXI, los planteamientos distópicos, como fábulas futuristas o de anticipación, han ganado popularidad, como evidencia la adaptación a temas de ciencia ficción, tal la novela llevada al cine El informe de la minoría, de Philip K. Dick, quien mostrara nuevos ámbitos imaginarios. Mas, las más célebres, ya clásicas, sobre distopías ―merecedores de lectura o relectura a la luz de los tenebrosos panoramas que se avizoran en el envidiado grupo de poderosos países reunidos en Occidente― son: 1984, de George Orwell; Un mundo feliz, de Aldous Huxley y Farenheit 451, de mi preferido por su hermosa poética: Ray Bradbury, asimismo autor de su noveleta autobiográfica:
CUATRO
Tal aconteciera en el bloque de países socialistas-comunistas, ahora, hoy mismo, ya en este 2024 del siglo XXI, en mi destruida patria, Cuba, tras 65 años de sojuzgamiento y hambre, el desgobierno del delincuente poscastrista Díaz Canel, dimensiona el férreo control estatal, negando la utópica ¿y feliz? sociedad organizada y prometida desde su lamentable engaño al pueblo por el infame y cobarde dictador Fidel Castro, quien, ocultando su horrible filia comunista, instauraría en el ya lejano 1959 el régimen más totalitario y temible de Latinoamérica, que aún reprime a los cubanos, cercenando sus más elementales libertades, e imponiendo cárcel y crimen a los cubanos de ambos sexos y cualquier edad.
Así, Un mundo feliz presenta la otra cara de la supuesta sociedad perfecta que nos vendieran ―tras el oculto trasfondo jamás imaginado por los «tontos útiles» [sic. Lenin]: soñadores del utópico socialismo―: primero Karl Marx y Friedrich Engels, luego otros y otras intentonas, hasta llegar al italiano Antonio Gramsci, quien ―destacado pensador marxista, por sus aportes teóricos, como la hegemonía cultural, el bloque hegemónico y el posmodernismo, soñaría la situación político-social que ideara para las potencias del hoy inundado por tal ideario retrógrado Occidente: este «mundo, vasto mundo» [sic. Drummond de Andrade], cuyos millones de ciudadanos sufren el lavado de cerebro, el adoctrinamiento y las falaces mentiras que les son impuestas para ¿vivir de la mejor forma posible en ese contexto cerrado?
Igualmente, en ese ¿mundo feliz? ha desaparecido el amor, la religión y la política; solo se les permite a los ciudadanos… ¿o autómatas? tener sexo, sin amor ni afecto. Asimismo, pueden ser ¿divertidas? las escasas vivencias o situaciones especiales, aunque la ¿vida? está supervisada, dirigida, planificada…
Los cubanos de Miami y muchos otros ámbitos que padecimos el inhumano socialismo («fascismo del pobre», tal lo definiera el relevante narrador cubano, Premio Cervantes, Guillermo Cabrera Infante) no lo olvidamos, por sufrirlo durante seis décadas y media ―como este sobreviviente cronista― demasiado bien conocemos esa seudo sociedad de utópica felicidad, de la que solo podríamos, en julio del 2011, escapar mi esposa y yo: ella a los 60 años, y yo a los 65.
CINCO
«Nadie instaura una dictadura para salvaguardar una revolución, sino que la revolución se hace para instaurar una dictadura».
George Orwell (escritor, periodista y crítico británico)
En su prólogo, denunciaría Huxley el cataclismo acontecido décadas atrás, cuyos graves males y sus diabólicos tentáculos parecen reeditarse no solo en los Estados Unidos ―bajo el desgobierno del decadente Biden (quien, por fortuna, tiene los días contados, pues el próximo 20 de enero del 2025, tomará el poder el admirado republicano Donald J. Trump)―, sino en todo Occidente, cuyos cobardes presidentes, como sucede en Un mundo feliz, evocan a aquellos «radicales nacionalistas [que] se salieron con la suya, con las esperadas consecuencias: bolchevismo, fascismo, inflación, depresión, Hitler, la Segunda Guerra Mundial, la ruina de Europa y todos los males imaginables…»
Por ello, con la ironía que preside su alusivo, y jamás elusivo estilo, el gran narrador, igualmente, subraya:
Grande es la verdad, pero más grande todavía, desde un punto de vista práctico, el silencio sobre la verdad. Por el simple procedimiento de no mencionar ciertas cuestiones, de bajar lo que Mr. Churchill llama un «telón de acero» entre las masas y los hechos o argumentos que los jefes políticos consideran indeseables, la propaganda totalitarista ha influido en la opinión mucho más eficaz de lo que hubiese conseguido mediante las más elocuentes denuncias y las más convincentes refutaciones lógicas.
Por otro lado, tal se constata en este 2024, con la amenaza del no oculto Foro de Davos (al que Trump sería el único presidente que se atreviera a retar tiempo atrás), en la novela, mientras la libertad política y económica disminuye, la libertad sexual aumenta.
Al final de su «Prólogo», Aldous Huxley, ironía mediante, proponía al lector de 1932 que el medio para engendrar una raza de individuos libres, reside en elegir entre las siguientes opciones:
o cierto número de totalitarismos nacionales, militarizados, que tendrán sus raíces en el terror que suscita la bomba atómica […] ; o un solo totalitarismo supranacional cuya existencia sería provocada por el caos social que resultaría del rápido progreso tecnológico en general y la revolución atómica en particular […] hasta convertirse en la benéfica tiranía de la Utopía. Usted es quien paga con su dinero, y puede elegir a su gusto.
La importancia que tuvo la singular novela en la vida de Huxley lo llevaría a escribir en 1958, el volumen de ensayos y consideraciones relativas: Nueva visita a un mundo feliz, donde aborda, explícito, los diferentes problemas socioeconómicos que le impulsaran a escribir su novela futurista. Mas, no dije que, entre sus personajes, figuran canallas de la talla de Lenin y Trostky, grandes autores: George Bernard Shaw, ultra millonarios: Henry Ford y muchos otros.
En fin, como suelo hacer en mis Notas al Margen, sugiero la necesaria lectura de esta clásica novela distópica, cuya honda lectura les satisfará, por las advertencias anticipadas por el gran escritor británico.
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