Por Héctor Rodríguez, PhD.
En Cuba, cuando queríamos evaluar a un extranjero que se hubiera establecido en el país o estuviera solo por un tiempo contratado, y demostrara su rápida adaptación a las costumbres de los cubanos, tales como dichos, bailes, comidas como congrí, lechón asado, ajiaco, llegar tarde, etc., decíamos «este ya está aplatanado».
Resulta que en la década del 30, en el pueblo de Mayarí donde nací, llegó un gallego traído por su tío para acompañarlo en sus negocios del comercio. Allí aprendió sobre el comercio, lo que le permitió abrirse paso en la floreciente Cuba, en la región noreste de la antigua provincia de Oriente.
A la sazón no había aún carreteras que unieran el país, por lo que las mercancías llegaban por mar a través de la bahía de Nipe, y entraban de cabotaje por el río Mayarí o por ferrocarril desde Santiago de Cuba o La Habana, a través del poblado de Cueto, cruce ferroviario que facilitaba la transportación hacia la región noreste de Cuba.
Así, este gallego prosperó, estableciendo su propia tienda en el poblado de Felton, donde se procesaba y embarcaba el mineral de hierro de las minas cercanas de Pinares de Mayarí. Desde ahí, por mar, viajaba hasta Tampa y Miami, en la Florida, a comprar mercancía para las dos tiendas de su tío en el poblado de Guaro y la de Felton. Estando en Tampa, tomó un elevador y este se rompió en pleno movimiento, a lo que el gallego dijo en voz alta: “se jodió un gallego”, y sin saberlo, una voz en el ascensor le respondió: “se jodieron dos”, había otro gallego en el elevador.
Luchando, llegó a tener la franquicia de la cervecería La Tropical para toda la zona noreste de Oriente, vendiendo la cerveza en los pueblos de Antilla, donde se casó con su esposa, en Mayarí-Preston, donde tenía los almacenes de la cerveza. Vendía a Nicaro-Levisa, donde estaba la Nicaro Nickel Company Americana, Sagua de Tánamo, rica zona cafetalera, maderera de los Babun y cañera con el central refinería de Julio Lobo, magnate cubano-judío.
Este desarrollo comercial llevó al gallego también a una vida social intensa. Se había afiliado al club de los Orfeos, para distinguidos empresarios y comerciantes, así como ciudadanos ilustres de la región, con más de tres centrales azucareros y una refinería. Por supuesto, en estos clubes las fiestas no faltaban y el gallego era muy alegre. Ya se había aplatanado; bailaba el danzón como todo un especialista, tanto así que había inventado sus propios pasos. No era de extrañar que su alegría se viera mejorada por tener la fuente de la misma en sus manos por el negocio que gerenciaba. Así conoció a su esposa, que era hija de los dueños de los barcos de cabotaje que transportaban la cerveza y fue mi madre posteriormente.
Se sabe que de las Islas Canarias vinieron también muchos españoles y trajeron sus costumbres, entre ellas las décimas campesinas que en Cuba luego se adaptaron a nuestro folclore campesino, incorporando el tres como instrumento.
Al gallego le gustaba la décima y muchas veces improvisaba alguna que otra, siendo la más famosa una que dedicó a su tío y al querido pueblo de Mayarí, demostrando su aplatanamiento a la tierra que le dio abrigo y su descendencia.
Mayarí, me cago en ti
Y en tu caudaloso río
También me cago en mi tío
Que fue el que me trajo aquí
Luis Rodríguez Casals
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