Edición Bilingüe – Bilingual Edition
Prólogo de Ángel Velázquez Callejas
[ES] Esta es una obra dotada de sentido. Es una de las más significativas en la literatura mística del siglo XX. El Profeta, la voz del místico, del poeta y de la aventura inagotable en busca del significado del amor. El amor que una vez evocó al Principito: “Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos.” Entre El Profeta y el pueblo, lo esencial (el amor) es discutido a través de varios temas: el matrimonio, los hijos, el dar, el comer y el beber, el trabajo, la alegría y el dolor, las casas, el vestir, el comprar y el vender, el crimen y el castigo, las leyes, la libertad, la razón y la pasión, el dolor, el conocimiento, el enseñar, la amistad, el hablar, el tiempo, lo bueno y lo malo, la oración, el placer, la belleza, la religión y la muerte. Ya no es un secreto: Al Mustafá, la voz del profeta de Kahlil Gibran, es una encarnación de Zaratustra, el profeta de Nietzsche. Intentemos comprenderlo desde el poeta, el místico.
El profeta ha perdido sus días de gloria. En manos de unos torpes, se ha dañado su dignidad. Hoy no contiene valor significativo, ninguna búsqueda fundamental: no señala ningún misterio sobre la vida. Quizás por esta razón el público en general no lee El Profeta. Aburre la idea de que estamos sujetos a cierta desesperanza, vivir una vida sin sentido. Fatalmente, un reducido grupo de personas ha terminado leyéndose a sí mismo.
Hubo un tiempo en que El Profeta portaba una antorcha, hablaba a la gente de Orfalis, un pueblo repleto de intrigas, como lo supone mucho de ellos hoy en día. No eran momentos de encanto ni de fiesta, porque El Profeta, en el verdadero sentido de la palabra, postulaba una búsqueda sincera de la “verdad”, el amor y la amistad. No quería limitarse a pensar, a filosofar, sino a amar la vida, a celebrar el misterio. El misterio de la vida era su amor. Pero su voz pasó olímpicamente a otros y se apagó. El acto de El Profeta, el impulso poético, desapareció. De Orfalis, de la multitud, se oyó una voz que se dirigió a El Profeta:
Dijo Almitra: Háblanos del Amor.
Y él levantó la cabeza, miró a la gente y una quietud descendió sobre todos. Entonces, dijo con gran voz: Cuando el amor os llame, seguidlo.
Y cuando su camino sea duro y difícil. Y cuando sus alas os envuelvan, entregaos. Aunque la espada entre ellas escondida os hiriera. Y cuando os hable, creed en él. Aunque su voz destroce nuestros sueños, tal como el viento norte devasta los jardines.
Hoy nos cuesta reconocerlos, porque los llamados “grandes motivadores espirituales” modernos no son más que excéntricos comprometidos con el lenguaje. No les interesa la existencia en sí misma, sino la palabra “existencia” y cuántas formas verbales puedan utilizar de acuerdo con el contexto y el significado. No llamaría a esta tradición de “profetas”, sino de “sofistas”.
La poesía hoy es un resultado del sofismo más irreverente y petulante. Vive fingiendo la vida a través de las palabras. De hecho, un ladrón podría decir: Yo cumplo con robar, pero es la poesía quien me lo ordena. La poesía de hoy se ha vuelto eso: una bonita manera de fingir, de justificar por qué no se ha hallado salida a la angustia existencial. No tiene ningún interés en la “verdad”. Ellos, los nuevos sofistas, retiraron del espacio poético su impulso, su Élan vital, su inocencia, y lo ocuparon con el lenguaje. Ha sido el acto suicida más importante de nuestra época.
No fue la filosofía existencialista la que creó la “irremediable vacuidad” de la vida. Fueron los nuevos sofistas, los poetas, con su desmedido acento en las palabras, los primeros en señalar ese punto sin retorno al que está abocada la humanidad. Al apagar la antorcha de la poesía, abrieron el hoyo, la brecha de la “vacuidad”. Sienten que están haciendo algo hermoso con el lenguaje. Se sienten hegelianos en el sentido de que, mientras más extravagantemente usen el lenguaje, más profundidad habrá en lo que dicen. Pero es solo una sensación.
El interés y llamado de El Profeta radica en llevarnos paso a paso a conocer la realidad. Con él se atraviesan muchos sueños, pesadillas, obstáculos, pero su fin último es dejarnos posicionados, sin ningún lastre, en la verdad del amor. Esa es la belleza de la poesía de El Profeta.
El Profeta se presenta en Orfalis como un medio de transporte en el que nos apoyamos para cruzar hacia la otra orilla; es el vehículo idóneo para emprender un viaje hacia el interior, que es el mayor misterio. El amor también se configura como una linterna: proporciona luz al camino. Nos toma de las manos como a niños y nos guía para transitar satisfactoriamente el recorrido, señalándonos tanto lo negativo como lo positivo, hasta llegar lisonjeramente a la meta, al mismísimo centro de nuestra realidad.
En este sentido, El Profeta nos revela dos etapas: una primera, en la que sus advertencias son de índole racional, aristotélica, y una segunda, en la que nos incita a dar un salto hacia lo irracional. La primera se alcanza por medio del intelecto, y la segunda por la acción. Al principio, el espíritu de El Profeta nos dice que durante el primer período, la búsqueda marchará bien, sin problemas. Descubriremos que las cosas son claras, apetecibles, como si matemáticamente se resolviesen. Dos más dos son cuatro. Es una etapa de pura especulación y reflexión en la que nos hallaremos bajo el influjo de los conceptos, las fuentes y el ego.
De esta etapa se derivan, uno seguido del otro, tres descubrimientos. Primero, nos topamos con la imagen del mundo. El primer descubrimiento: el mundo que conocemos allá fuera es un reflejo de nuestro mundo interior. El segundo descubrimiento: conocemos luego a quién se le atribuye la facultad de construir la imagen del mundo en nuestro interior. Y el tercer descubrimiento, el más hermoso de esta etapa, ocurre cuando aparece la imagen individual, el ego. El ego puede entender fácilmente que es el intelecto —la construcción conceptual, el lenguaje— quien construye la imagen del mundo. El ego —la construcción del yo— es el punto de arribo desde el cual Friedrich Nietzsche se levanta y declara: “Dios ha muerto, el hombre es libre”.
Sin embargo, El Profeta nos dice que el viaje no termina ahí. El ego no es el fin del viaje. El viaje no concluye con la asunción del ego poético. Nietzsche ha llegado al término de una imagen; con la imagen del ego ha alcanzado el último peldaño de la primera etapa: ha hecho del ego una imagen. Nietzsche inauguró con esa imagen la era de la posmodernidad. Mediante un esfuerzo lógico, traspasó las dos primeras asociaciones de la imagen, para desembocar en lo que caracteriza a la actual naturaleza de la vida humana: el hombre es imagen de la voluntad de poder. La libertad se reduce a ese poder.
El Profeta apuesta por un segundo período: la imagen del salto. Pero entre el salto y la imagen de la voluntad de poder hay un tránsito, un período: es donde se pone fin a la historia de las eras imaginarias y se da comienzo a la era del poeta en actos. Es un período de muchas dificultades, porque la voluntad de la imagen, el ego poético, se convierte en un obstáculo para dar el salto. La obra de Lezama, por ejemplo, se halla en el crepúsculo, compartiendo tanto la voluntad de la imagen como recreándose en la eternidad del acto poético.
El segundo período comienza con la imagen serena del poeta en actos. Es un período donde se atraviesa, aunque no del todo, el mundo de la voluntad. La imagen no está relacionada con el poder ni el esfuerzo, pero sí con la entrega. Se necesita aún voluntad para efectuar la entrega. La poesía conduce a que las imágenes de cada era imaginaria sean entregadas y se disuelvan en una imagen mayor, en la totalidad de la imagen. Es entonces cuando desciende el amor como imagen. El Profeta es una acción al mando de la totalidad. Para el salto se requiere la voluntad del ego poético.
Los mecanismos del intelecto y la lógica ayudan. La voluntad del poderío y las coordenadas del sistema poético del mundo están presentes en los objetivos de El Profeta, pero en una primera etapa. El poeta en actos es la superación, y con él comienza la segunda etapa del espíritu poético. Hay una tercera etapa, indescriptible, pero la hay. En ese espíritu, la poesía carece de imagen.
En resumen, la propuesta de El Profeta es una invitación a un viaje profundo hacia el interior, con el fin de llegar al centro de la realidad humana. Para ello, el viajero debe atravesar y superar todas las barreras. Debe retirar todos los obstáculos, todas las imágenes. Imagen tras imagen debe ser desmontada. Es un proceso de deconstrucción de la imagen. Y ese es el objetivo de El Profeta. De modo que la imagen de El Profeta también es, paradójicamente, una barrera para concluir el viaje. Debe ser desmontada. Es el punto donde el viajero tropieza con el nuevo enfoque de El Profeta, pero aún se encuentra en el dominio del sueño poético. Abre una nueva era imaginaria, constituye un paso hacia adelante, pero sigue siendo un obstáculo para conocer la realidad del amor.
Cuando el cometido de El Profeta termine, dentro de los términos de un proceso de deconstrucción de su imagen, el hombre habrá alcanzado definitivamente la realidad del amor. Me he persuadido de que existe una fuerza oculta que trabaja incansablemente detrás de cada poeta moderno. Por ejemplo, afirmar que un poeta es “moderno” o “posmoderno” en relación con otros poetas de épocas pasadas es, en última instancia, recurrir a un “tecnicismo” infantil dentro de la reflexión literaria. Ese “tecnicismo”, que separa y delimita las corrientes de la poesía en el tiempo, se nos ha fijado a fuerza de repetición.
El Profeta no contiene ninguna forma, es libertad en espíritu. Solo podemos preguntar para qué sirve, cuál es su cometido en esta existencia, qué nos trae de bueno. El Profeta es un impulso, una voluntad consciente para saltar de lo establecido a lo nuevo. Es un acto de creación. Y, como tal, tiene reservado este rol sobre la humanidad, que, por cierto, ningún movimiento poético ha aprovechado en su dimensión única. Es entonces cuando aparecen “un poeta, todos los poetas”, sin ningún impulso poético de fondo, sin ninguna creatividad.
Las palabras nunca llegan a unirse con la verdad de El Profeta. La verdad poética no forma palabra alguna. Ningún poema tiene como finalidad un punto de unión con la verdad poética. Un poema puede señalar e indicar dónde está la verdad poética, pero solo eso. El poema nunca es, en sí mismo, la verdad de la poesía. Por eso hay tantas confusiones entre los poetas. Ellos están separados, cerca pero muy lejos, de la poesía. Por eso los temas que abordan están relacionados con la angustia, la nostalgia y el sufrimiento. Con ellos, la poesía nunca es feliz.
Una de las cualidades de El Profeta, quizás la más importante, es la decencia. Pero para alcanzarla, el amor tuvo que saltar. Tuvo que dejar atrás de forma radical la ironía de la Historia. Tuvo que experimentar y vivir la verdad absoluta de la decencia. Tuvo que sufrir, de hecho, una transformación para apropiarse de la decencia absoluta. Pero intelectualizar un concepto y asumirlo como tal es tan contraproducente como tratar de creer que el reflejo de la imagen y El Profeta son la misma realidad.
Asumir la decencia a partir de un hecho profético no es decencia, sino egodecencia. Nadie puede ser decente respecto a una cosa. Nadie existe respecto a alguien. La decencia es un valor irreflexivo, tal como se pretende presumir. Eres y punto; esa es su belleza, pues su valor no radica en una cosa. Su valor es absoluto porque no puede proyectarse en nadie. De modo que El Profeta lo ve como una concepción existencial, única, propia e individual. La vives y es tuya. La intelectualizas y la pierdes.
Se despide El Profeta:
“Adiós a vosotros y a la juventud que he pasado con vosotros. Fue ayer cuando nos encontramos en mi sueño. Habéis cantado para mí en mi soledad, y yo, de vuestras ansias, he edificado una torre en el cielo. Pero ahora nuestro sueño se ha ido y ya no es la aurora. El mediodía está sobre nosotros y nuestra somnolencia se ha transformado en un día pleno. Debemos separarnos.”

[UK] The Prophet is a work that has meaning. It is one of the most significant works of mystical literature of the 20th century. The Prophet, the voice of the mystic, the poet and the endless adventure in search of the meaning of love. The love that once evoked the Little Prince: “One can only see well with the heart; the essential is invisible to the eyes”. Between the Prophet and the people, the essential (love) is discussed through various themes: marriage, children, giving, eating and drinking, work, joy and pain, houses, clothing, buying and selling, crime and punishment, laws, freedom, reason and passion, pain, knowledge, teaching, friendship, talking, time, good and bad, prayer, pleasure, beauty, religion, and death. It is no longer a secret: Al Mustafa, the voice of Kanlil Gibran’s prophet, is an incarnation of Zarathustra, Nietzsche’s prophet. Let us try to understand it from the poet, the mystic.