Por Juan Carlos Recio
“Era el reloj del abuelo y cuando papá me lo dio dijo, Quetin, te doy el mausoleo de todas las esperanzas y deseos; será extremadamente fácil que lo uses para mejorar la reducción absurda de toda la experiencia humana que no puede adaptarse mejor a tus necesidades individuales de lo que se adaptó a las suyas o a las de su padre. Te lo doy no para que recuerdes el tiempo, sino para que puedas olvidarlo de cuando en cuando por un rato y no malgastes todos tus esfuerzos tratando de conquistarlo. Porque ninguna batalla se gana jamás, dijo. Ni siquiera son libradas. El campo de batalla sólo revela al hombre su propia locura y desesperación, y la victoria es una ilusión de filósofos y tontos. «
William Faulkner
El Ruido y la furia
De la Casa del Ser, como diversión válida frente a la inmersión en asuntos más serios de pensamiento crítico:
Póngase a pensar: no es por llevarlos recios o tirarles dádivas, pero escritores como Joyce, Flaubert, Proust y Kafka, según un discípulo importante del nuevo premio Nobel de Literatura 2023, que además de sumar la lógica de lo desconocido a estos premios, ahora me entero por ese discípulo también noruego, de nombre Karl Ove, que toda novela para no morir debe ser garante de la forma literaria de lo social. No estoy en desacuerdo, pero dado que su maestro Jon Fosse es un pésimo poeta (aunque no suena parecido ni es familia de ese pésimo cantautor que es Luis Fonsi, disgrego), me atrevo a decir que los grandes nombres mencionados arriba, Joyce, Flaubert, Proust, Kafka, tuvieron una comunión muy intensa con su espíritu, y luego incorporaron a su entorno social ese estado creativo de su pensamiento.
Suelo ser muy lento en “contemporizar” con los nuevos discípulos y premiados, y no es menosprecio o desconocimiento; se trata de la fuente inagotable de los clásicos de antaño y de personas sanguíneas en mi vida de adolescencia campesina, o de las infinitas ascensiones encontradas en El Ruido y la Furia, esa novela de difícil lectura de William Faulkner, donde Benjy Compson no puede asimilar nada de ningún campo de pensamiento, y su comunicación es visual y auditiva. Cuando la leía, pensaba en uno de mis abuelos, que podía pasar largos ratos en silencio, sentado sobre un taburete, con la cabeza a ras del número 101 de aquella casa donde, en las mañanas, el único ruido venía de una vecina muda, que en sus hazañas amorosas con su marido lograba sacar a mi abuelo de su letargo. Y comenzaba una narrativa de sus experiencias que ponía mi cabeza fuera de lugares comunes, y comenzaba yo a fantasiar sobre mis posibilidades de crecer en mi vida, como uno de los personajes, sentado sobre las piernas de mi abuelo, que tampoco se movía hasta terminar las sesiones que, para mi cabeza en otra parte, significaban viajar.
Mi otro abuelo era diferente, aunque coincidía en ser el interlocutor de discursos, digamos, como pasa en esta novela El Ruido y la Furia. Su actitud fue la de una conciencia que piensa, y todo lo que heredó sobre conocimientos de cuál era la mejor tierra para cada tipo de siembra o por qué los perros le ladraban a la luna, sus ideas te las transmitía sin pausas ni comas. Era como un orador ajeno a la premura de interpretar su tiempo, que sentía que nada transcurre si no lo pones en movimiento. Los significados que entendí fueron más asimilados por su óptica existencial y métodos creativos. Me hizo coleccionar frases o ideas, que imaginaba, sin ser visto, como un campesino que sembraría sus beneficios. Fue la asimilación de lo que obtuve como “escuchante” desde su sentido concreto, y por el impacto de cosas que se animaron en lo funcional, así como la casa de curar tabaco tenía una tarea específica, o como el rancho a ras de la tierra para pasar un ciclón o guardar el maíz seco, parecían sólo arquitecturas de relaciones físicas o visuales. Las pude asimilar en su contexto sentimental a través de las conversaciones de mi abuelo, como el templo de su ser. Recuerdo que le frotaba las piernas con alcohol y ajo, y me aclaró que el alivio del dolor lo dejaba pensar, y me contaba historias de muertos y aparecidos. Yo entendía en ese alivio el significado de lo que hacía cuando un interlocutor, a su vez discípulo, se mostraba dispuesto a escucharlo, hasta que la lógica de las interrogantes lo abrumaba.
Las cosas que la gente suele mencionar a la ligera, cuando ya estuvieron en ese lugar que ahora quieren mostrar como sitio equivocado (por supuestas contiendas subversivas en su contra, paranoia o lo que sea), para darle a entender al público que lo desconoce, que un grupo de pensadores (con o sin alcohol, jodedores o no), capaces de cuestionarse a sí mismos sobre los cimientos de convertir una casa de reunión de lo espiritual, que, en la medida de la indiscreción y prejuicios de algunos de los que ya la visitaron, luego de elogiar y pasarse al “enfado opositor”, por motivos personales, confieren una hipótesis de grado de confabulación burda, y comienzan a dar testimonio falso de que se ha degradado a una especie de exposición ornamental de comidas y bebidas, y otras acciones físicas que la visualidad aplaude o aborrece en dependencia de si podemos asumir que un elemento de nuestra conciencia intelectual es pensar más como promedio de inteligencia, por la búsqueda donde, escuchados tus pensamientos, puedes declararlos sin temor al qué dirán. Así que, llegado el turno y dejando a los vigilantes que trabajen en los organismos que trabajan y les pagan para ello, mi opinión como uno de esos visitantes y viajeros en el pasado reciente (no por casualidad con algunos de sus actuales detractores) es que tengo el testimonio de primera mano en esas visitas donde pensamiento y criterio se mezclaron con comidas y bebidas, y todos fuimos felices allí.
Es la misma sede de lo que fuera y es una casa de donde salió el proyecto Ego de kaska, y lo que vi allí fue el resultado de una variedad plural de opiniones que sustentan hoy un trabajo sostenido de sus ediciones y eventos. Esto no interfiere si algunos de los que aportan y mantienen vínculo para este trabajo editorial y de pensamiento crítico son o no del agrado de otros. Los espirituosos han mantenido un ritmo que ha consolidado, espiritual y en la práctica, tanto el ejercicio crítico como la concentración de calidad en temas e intereses no asociados con vínculos que creen independencia con otros proyectos, ni que se vea bajo alguna jefatura ajena, o tipo de asociación de cultura popular. Sería como comparar a aquellos a los que un premio los ubica en ese esplendor de la noticia que expande sus posibilidades, por la obligación de no morir entre la crítica o el mal acierto concedido, o estos que usan fuentes creativas, sean filosóficas o literarias, y mantienen un pulso que tiende al trabajo lúdico sobre conceptos, política y literatura, pero con “conceptualidad” basada en estudios serios y ejercicio de libertad de pensamiento.
A contracorriente, incluso, de las fuentes clásicas, entre ambas partes de este vehículo de buenos y malos contrarios, tendrían que lograr lo que El Ruido y la Furia hizo en su sitial de acceso reservado para lectores, versus espectadores como yo, que les guste pensar fuera de la rapidísima intención de causar un efecto inmediato. Cualquier libro, edición o currículum que fundamente un periodismo literario o de investigación que no se cierre a encontrar en fuentes alternativas, verdades no falsas y elementos de juicio que, investigados por terceros, puedan ser corroborados, no solo no es periodismo de categoría profesional, sino que la ética dudosa de quienes lo suscriban será dada a la simulación y a las corrientes de moda que han institucionalizado para los consumidores idiotas, esa falsa verdad que contradice aquello que en la historia real ha ocurrido.